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Dos meses después de mi cumpleaños comencé a notar otro problema:

Mi cuerpo.

Hacía ya tiempo que se notaba en varias niñas los cambios típicos de la edad, tan paulatino que, en realidad, no te percatabas hasta que oías el comentario de '' ¿Viste a Eve? Tiene buen cuerpo'' o ''Annabelle debería dejar de comer tanto chocolate, está llena de granos''. Todos comentarios que se solían escuchar en el baño de chicas.

Yo también cambié, pero no como lo hizo Bella.

Era el primer día de clases y, al llegar, fui directamente a donde estaba Víctor, el cual seguía igual que siempre. La que no estaba igual era Bella, pues usaba ropa nueva —Y muy a la moda—, su cabello estaba corto hasta los hombros, bastante estilizado, se notaba más voluptuosa y usaba unas sandalias con algo de tacón.

¿Cuándo pasó de ser una niña a ser una mujer? Para mi yo de 13 años, tan inexperta en la vida, tan alejada de las corrientes típicas en ese entonces, era un cambio radical y sorprendente.

Sinceramente, no envidiaba su cuerpo —ya habría tiempo para eso—; sin embargo, debo decir que me sentía muy por debajo de ella.

Aun así, mis problemas no comenzaron ese día, sino la mañana siguiente. El momento que me marcó por mucho tiempo, y lo hizo de la peor manera...

De manera literal.

Estábamos en medio de la clase de matemáticas cuando empezó a dolerme el estómago, o eso creía yo. Desde que había salido de mi casa me sentía mal, pesada, como si me pincharan de vez en cuando. Supuse que no era nada importante, por lo que lo ignoré. Para ese punto, ya me molestaba demasiado, así que me levanté de mi asiento y fui directo a la mesa de la profesora. Mientras caminaba, sentía algo extraño; pero no fue hasta que llegué a mi destino que supe que algo iba mal.

—Profesora...no me siento nada bien —la frase quedó opacada por una sensación algo húmeda entre mis piernas y unas risas detrás de mí.

—Está manchada —escuché un susurro.

—No se ha dado cuenta —esa era la voz de Bella.

Volteé a ver a mis compañeros, quienes trataban de contener las risas. No lograron hacerlo.

¿Qué sucedía?, ¿por qué se reían?

—¡Ponte algo! —gritó uno de los chicos.

Todo el salón estalló a carcajadas y yo solo pude ver hacia abajo, para darme cuenta de la causa de sus burlas. Mis pantalones amarillos estaban algo manchados de un color rojo oscuro. Me había llegado mi primera menstruación.

No pude evitar sonrojarme y, acto seguido, tratar de contener las lágrimas para evitar pasar por más vergüenza. Víctor no dudo en socorrerme, pasándome su sudadera para cubrirme, como todo un héroe.

La profesora mandó a todos a hacer silencio, muchos seguían riéndose por lo bajo. Ella me llevó a la dirección, donde llamaron a mi papá para que me fuera a buscar.

Así que fui de la escuela con lágrimas en los ojos y dos manchas que serían difíciles de quitar: la de mi pantalón y la de mi vida.

Las siguientes semanas fui el hazmerreír de mis compañeros, y también de algunos fuera del salón gracias a los chismes. Por esa razón decidí que ya no quería ser la niña invisible —y ahora burlada— de primero de secundaria. ¿Cómo dejaría de serlo? Pues... no lo sabía. El hecho es que esa idea se formó en mi mente y no dejé que se escapara. La retuve como si esa fuera la única manera de borrar lo que acababa de pasar; la salida de mi vergüenza.

Tristemente, no entendía en qué me metía.

Ahora que lo hago, desearía haberlo evitado.

Ahora me ArrepientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora