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Otra cosa de la que nunca me di cuenta al principio, era que mi papá estaba muy estresado por unas cuantas cosas:

Mi comportamiento, el trabajo que acababa de perder y su familia que no lo apoyaba.

Nunca me tomé el interés de preguntarle por qué de pronto lucía tan triste y desanimado. Durante ese tiempo no me puse a pensar la razón por la cual llegaba tarde a casa. Mucho menos me importó saber por qué ya no me buscaba en la escuela, como solía hacer, por lo menos, una o dos veces a la semana.

La causa de esto era que trabajaba como taxista para cubrir los gastos que podía. Para él era vergonzoso saber que venía de trabajar en una pequeña pero ascendente empresa y que ahora era taxista. Esa misma vergüenza le impidió decírmelo.

Recuerdo que unos dos meses después me levanté a tomar agua a las once de la noche y lo vi llegar. Estaba exhausto y con el cansancio reflejado en sus apagados ojos. Unas ojeras adornaban su rostro para completar un aspecto de no haber parado de tomar café por días.

En ese momento, Agnes intentaba salir del cuarto oscuro en el que se encontraba desde que Ally había hecho su aparición.

—Papá... ¿dónde estabas? —pregunté.

—Trabajando —respondió cortante mientras caminaba a la cocina para tomar agua.

—¿Hasta tan tarde?

—Me cambiaron el horario. Buenas noches —fue todo lo que dijo antes de dirigirse a su habitación.

Me lo creí, pues nunca cruzó por mi mente el hecho de que mi padre estuviera matándose todo el día en la calle para que mi madre y yo viviéramos bien y, a pesar de no tener todas las cosas que queríamos, pudiéramos darnos uno que otro lujo de vez en cuando.

Lo peor del caso: mi actitud se la estaba contagiando a mis padres, que cada vez parecían más serios e indiferentes.

¿Me importaba? No, claro que no. A Ally jamás le importaron mis padres, y ella se había vuelto parte de mí.

Tomó el lugar que la verdadera Agnes fue forzada a dejar.



Ahora me ArrepientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora