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Pasaron dos semanas antes de que sintiera que volvía a vivir. Pasó bastante rápido, a decir verdad, y los días se sentían repetidos de vez en cuando: la misma rutina, visitas de mi tía a mitad de semana y al final de esta, visitas de Víctor, de Natha; de eso se trató mi existencia hasta que por fin decidí que era hora de volver a mi hogar.

Mi madre seguía con mi tía, mal. Era todo lo que me decía esta cuando me visitaba. No entraba en detalles porque, según sus palabras, no quería que me preocupase por su salud mental cuando debía de pensar en la mía.

—Necesita estar sola, ella misma te explicará por qué después —fue lo último que me dijo antes de irse de nuevo a su casa a estar con ella.

Horas más tarde los padres de Loren me llevaron a mi casa, y a pesar de haber pasado unas tres semanas sin pisarla, era como si ayer mismo hubiese estado ahí. Me despedí de ellos y de mi amiga, no sin antes agradecerles todo lo que habían hecho por mí y lo mucho que me habían ayudado. Eran grandes personas.

Toqué la puerta de mi casa, como si fuese la de un extraño, y minutos después me encontré a mi abuelo Austin del otro lado de la puerta, quien me abrazó con solo verme.

—Bienvenida a casa, hija —me apretó en sus brazos. Siempre me decía así.

Mi abuela, antes de ser abuela y madre, era la novia de un joven de familia adinerada. Luego de algún tiempo y de cometer algunos errores, quedó embarazada a los 19 años. Ella, si bien no lo planeó, se prometió a si misma luchar por darle una buena vida a su futuro bebe. Su novio, por otro lado, rechazó totalmente al niño y dejó a mi abuela sola.

Eso fue hasta que apareció mi abuelo, que antes de ser mi abuelo, estudiaba en la academia de bomberos. Él y mi abuela formaron una amistad inquebrantable, y un amor que iba floreciendo poco a poco, pero su inseguridad era aquel vientre que crecía cada vez más.

El amor que mi abuelo tuvo fue tan grande que la aceptó a ella y a esa pequeña criatura que había de venir. El bebé no tuvo un padre biológico, pero si uno que lo amó como si fuera suyo. Ese Bebé, por supuesto, era mi papá.

Mi abuelo fue el único que, a pesar de que no tenía ningún parentesco genético, se encargó de él sin dudar, y luego hizo lo mismo conmigo.

Siguió abrazándome varios minutos en la entrada de la casa. Yo estaba llorando, verlo a él era como ver a mi papá, pues, aunque no se parecían en nada, mi padre aprendió todo de él. Sus gestos, su forma de hablar, de expresarse... Mismo ser, distinto rostro.

—Aún es difícil creer que se haya ido —dijo él cuando por fin estábamos dentro, en la sala, sentados al lado del otro.

—Lo sé —dije secando mis lágrimas—. Sigue sintiéndose irreal.

Él fue a hacerme algo para cenar, y mientras comíamos me hablaba de cómo le había ido últimamente, ya que, aunque lo había visto hace no mucho, tampoco hablábamos demasiado.

—Perder a mi esposa y a mi hijo ha sido un golpe muy duro —contó con nostalgia—. Así son las cosas, las personas se van, llegan otras nuevas... Eso nos sirve de lecciones —tomó un poco de jugo.

—¿Aún te duele la muerte de mi abuela? —le pregunté.

—Ya no hay tanto dolor, pero todo el tiempo la recuerdo mientras riego las plantas que ella cuidaba con su vida, cuando voy a visitar a tu tío a Inglaterra, cuando duermo... En donde sea, está ella —suspiró—. Y tenerla tan presente me hace ver que todavía sigue conmigo, aunque no esté.

Ahora me ArrepientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora