IX

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«Adara Megalos, serás reconocida por la familia real de Aqueser».

Las palabras del juez aún dan vueltas por mi cerebro, se niega a procesar el veredicto tomado por la familia real, aquella que me defendió de los nobles de Zerstodow. Soy una hibrixter, no debería estar bajo el amparo de la realeza, sino bajo toneladas de tierra en lo más profundo de Midgadriel.

Mi madre lanza mi equipaje fuera de la casa, como si me tratase de un huésped indeseado —tal vez para ellos eso fue lo que fui desde un principio—. No me ve, mantiene su cabeza gacha, mi padre no pronuncia palabra alguna, pero con su mirada lo dice todo: lárgate. Me vuelvo hacia Lavitz, semblante frío, pero no es lo que quieren reflejar sus ojos, hay nostalgia en ellos, puede que no hayamos cruzado muchas palabras en nuestra convivencia, pero sabíamos que allí íbamos a estar el uno para el otro cuando lo necesitásemos. Balbucea, más no pronuncia una palabra coherente, pero pude llegar a interpretar lo que intentó decir y no puedo evitar gesticular una sonrisa.

—No hay nada que perdonar —digo.

Lavitz vacila, pero se arma de valor y me jala hasta su cuerpo para abrigarme con sus brazos. Aún asimilo su reacción, pero levanto los míos y me aferro a su cintura, las lágrimas amenazan con salir, hago un gran esfuerzo por contenerlas y no verme vulnerable ante mi dúo dinámico. Me separo de él y me dirijo a los gemelos que no han dejado de llorar al escuchar que me iría de la casa.

Luego del veredicto, la familia real me ordenó a establecerme en Falondrall, intenté oponerme a tal decisión, sin embargo, ya era algo que se me escapaba de las manos, puesto que al ser reconocida como noble de Aqueser, se me tiene prohibido seguir viviendo en el Mancillar. Debes convivir con la gente de tu clase, un comentario denigrante que recibí por parte de la reina, desconozco cuales fueron sus intenciones al decirlo, le salió tan natural que tal vez ni siquiera se percató de lo hiriente que fueron sus palabras. Puede que no pertenezca a este pueblo o a cualquier vasto rincón de Midgadriel por ser lo que soy, pero aquí fue donde me recibieron y el aprecio que le tengo es innegable, a pesar de haber vivido en su mayoría momentos desagradables.

Avanzo hacia mi dúo dinámico, el nudo en mi garganta se afloja a cada segundo y amenaza con dejar salir todo lo que me he guardado en cualquier momento. Me arrodillo frente a ellos, esos ojos color miel me desarman con una mirada melancólica, mi labio inferior tiembla al intentar pronunciar una palabra, pero lo único que llego a expresar es un suspiro mientras bajo la cabeza, rendida al no saber qué decir sin lastimarlos más de lo que ya están. Dos pares de brazos me abrigan y es allí donde los sentimientos que he mantenido cautivos en mi interior se escapan y uno mi llanto con el de los gemelos.

—De acuerdo, no hay porque llorar —suelto, intentando calmar mis sollozos—. Esto no es una despedida, sino un hasta luego.

Me esfuerzo para que mi voz se escuche tenaz y fuerte, pero maldigo el día en que la pubertad no me ayudó a cambiarla, aún tengo ese tono de niña débil y tímida, ¿a quién podría alentar o intimidar?

—¿Hasta luego? —pregunta irónicamente Theodor—. Sabemos que no regresarás, Adara. Ya eres una nobleza de Aqueser.

—Eso no cambia nada, Theodor. Siempre serán mi dúo dinámico y nada ni nadie me hará apartarme de ustedes, ¿de acuerdo?

Ambos asienten, Heizer está por hablar, pero el ruido de unos toques en la puerta principal de la casa nos interrumpe, nos volvemos y uno de los caballeros reposa bajo el marco, observa detalladamente mi hogar, luego a mi familia y termina por posar sus ojos en mí. A pesar de haber sido aceptada por la familia real, aún siento ese desprecio hacia mí por parte de los nobles que poseen su linaje puro, más no impuro como el mío.

—Esa gente es mala, Adara —suelta Heizer preocupado.

—Estaré bien, no te preocupes.

—Ya es hora de partir —Su voz resuena con fuerza a mi espalda.

—Adara... —intentan hablar simultáneamente los gemelos, pero guardan silencio de inmediato, aguantando las ganas de decirme algo. Los vi crecer, los cuidé en algunas ocasiones cuando Diana debía trabajar hasta tarde, conozco a la perfección hasta el gesto más minúsculo en sus rostros y lo que buscan transmitir con ellos.

—No, no me olvidaré de sus cumpleaños, pero no creo que pueda venir, mi dúo dinámico.

Desilusión, si hay algo que me pueda lastimar en lo más profundo de mi ser, es ver sus caritas tristes. Desato el pequeño saco que traje conmigo desde el castillo luego de que culminara el juicio, la reina me ofreció sus disculpas y a cambio me pidió que reclamara cualquier cosa como muestra de rectificación por todo el daño sufrido por la culpa de la Ley del linaje impuro, me rehusé, ya con defenderme de los nobles de Zerstodow era suficiente, pero al recordar el cumpleaños de los gemelos, me hizo cambiar de parecer.

—Pero haré que tengan el mejor cumpleaños de sus vidas —coloco el saco sobre las manos de Heizer, quien se apresura en abrirlo, su mandíbula casi se disloca por el asombro al ver lo que hay en su interior.

—¡Esto es mucho dinero, Adara! ¿todo esto es para nosotros? —pregunta Theodor.

—Así es —sonrío, me acerco a Diana y por fin levanta su cabeza para verme—. Son seiscientos cincuenta ruplones, será suficiente dinero para que no pasen calamidades por unos tres años, si puedo, les enviaré un poco más.

No hay respuesta, aparta la mirada, conozco ese gesto a la perfección, quiere que me marche, me vuelvo hacia la entrada principal, el noble sigue parado allí, ve por última vez a mi familia y sale de la casa, me encamino a su dirección, pero cuando mi pie se posa bajo el marco de la puerta, la voz de Diana me paraliza.

—Gracias.

Me vuelvo hacia ella y por primera vez la veo sonreír, dándome cuenta así de lo hermosa que luce cuando en su rostro reina la felicidad. Le devuelvo el gesto y salgo de la casa, donde me espera el carruaje de la realeza, uno elegante, no como el horrible cuchitril en el que me transportaron la primera vez, es de un azul eléctrico, con incrustaciones de zafiro en los bordes de oro que la decoran. Una vez dentro de éste, escucho las voces de unos niños afuera.

—Disculpe señor, ¿hay una princesa dentro de ese carruaje? —pregunta la voz de una niña.

—No precisamente —responde—. Es una damisela de Aqueser.

 

 

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Nobleza HíbridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora