XV

583 58 14
                                    

Ya ha transcurrido un mes desde que recibí esa extraña carta de la academia Brandryliax invitándome a cursa estudios en su prestigiada institución. Tengo que admitirlo, me da un poco de miedo, ya que lo poco que sé —y eso se lo debo a Karsten—, es que a ese lugar acuden todos los nobles de Midgadriel, jóvenes a prepararse para desenvolver un rol importante en el mundo.

En este tiempo Karsten ha demostrado ser una persona severa y disciplinaria en lo que a enseñanza se refiere, no acepta errores y todo se tiene que apegar a los reglamentos dictados por la Corte Imperial de Midgadriel, resumiendo esto último, no puedo utilizar mis dos elementos en Brandryliax y menos en un evento al que Karsten llamó: La Extracción. Le pregunté en qué consistía, pero el noble no me quiso responder, puesto que no me quiere poner nerviosa en los dos meses que restan para ingresar a la academia. Lo cual es malo, porque ahora estoy nerviosa por el simple hecho de no habérmelo dicho.

Por otra parte, Karsten no ha sido el único encargado en mi preparación educativa para entrar con un nivel académico aceptable a Brandryliax, La reina Clarisse es la encargada de darme clases de ética, moral y protocolo, con el fin de que me comporte como la noble que ellos quieren que sea, además, me enseña lo básico sobre la historia de Midgadriel y sus reinos, enfocándose sobre todo en el nuestro. Pequeñas cosas que yo ya sabía.

Me ofende un poco el que crean que no he recibido ningún tipo de enseñanza cuando vivía en el Mancillar, es cierto que en ese pueblo no hay escuelas, pero eso no quiere decir que no haya educación en los hogares. A través de los años, las familias en el Mancillar se han valido de ellas misma para adquirir un escaso conocimiento del porqué de las cosas en Midgadriel, no hay instituciones educativas, pero sí hay padres que se preocupan por alimentar el aprendizaje de sus hijos, y los míos no eran la excepción. Diana a pesar de todo sí se preocupó por mí en ese aspecto, aunque era algo estricta, no sólo conmigo, sino también con el resto de mis hermanos.

Hoy me toca ver clases con Miranda, con quien me llevé una grata sorpresa al enterarme de que ella me enseñaría matemáticas, nunca me lo imaginé viniendo de ella, después de todo, no encaja, pensé que me enseñaría sobre estética y vestuario, a cómo cuidar mi maquillaje o mantener en excelente estado mis cutículas. La verdad, es que siempre me sorprenderán los grandes giros que nos depara la vida y éste es uno de ellos.

Las matemáticas nunca han sido mi fuerte —creo que para muchas personas—. Diana intentó enseñarme, pero era un asco, con suerte aprendí lo que era una adición o una sustracción. Lo repito, soy un asco, no sé si era por los métodos que empleaba mi madre adoptiva, los cuales consistían en azotarme con una regla en el cuello cada vez que cometía un error o con un jalón de orejas que hasta lo sentía en la otra, era terriblemente estricta, sin embargo, con Miranda es diferente, desde su forma extrovertida de ser, hasta lo dedicada que se muestra por que aprenda matemáticas, se me ha hecho mucho más fácil, hasta podría decir que ahora las amo, pero no puedo llegar tan lejos al mentirme a mí misma, las sigo odiando, detesto las jaquecas que me producen cuando no me dan los resultados que deben.

A pesar de todo, he tenido un gran avance, ya que de solo saber a cómo resolver tontos ejercicios de adición y sustracción, pasé a calcular complicadas ecuaciones integrales múltiples. Me reconforta la cara de satisfacción de Miranda al ver mi progreso y más en un tiempo tan corto, ya que lo que a ellos le llevó aprender en un año aproximadamente, yo lo he aprendido en un mes. Pero recalco y hago énfasis en ello, sigo odiando las matemáticas.

—Otro precioso día para sufrir un derrame cerebral.

Y Así es como Miranda comienza un día de clases, alertando a su estudiante de que hoy le pondrá tantos ejercicios que la harán sufrir un colapso mental, literal.

Nobleza HíbridaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora