Toda su infancia fue aburrida. La nobleza en sí era aburrida.
Tener que capacitarse desde pequeño leyendo libros gruesos con palabras inentendibles y los códigos de conducta junto con charlas de horas y días no parecía ser lo suyo. Anhelaba tener voluntad y fiereza para decir "Me gustaría vivir mi adolescencia a mi manera", y lo intentó.
Lo intentó desde el día que conoció a aquella chica de estatura baja, ojos benevolentes y liberal. Su único problema radicaba en que parecía ser tonta y vaya que de eso ella no tenía algo. Irónicamente la conoció en un omiai* establecido por ambas familias.
Recordó aquel día frío de invierno en el Seireitei cuando aún yacía el sol a duras penas dando lugar al amanecer, supo reconocer aquella peculiar vestimenta de exorcista mientras ella solo parecía tener algo en sus manos. El chico no se aguantó la curiosidad y fue a ver qué hacía ella tan temprano y lejos de su casa.
—¿Qué tienes ahí?—preguntó absorto al buscar y encontrar las pequeñas manos de la joven entrecerradas.
—Este pajarito ha sido arrastrado con la tormenta hasta aquí y se lastimó un ala—murmuró con pena mirando aún a aquel indefenso animal.
—¿Por qué te preocupa tanto algo como esto?—Si bien no era esa la respuesta que él quería dar, más bien dio a entender que no quería que ella perdiese el tiempo.
Pero la respuesta de ella fue la más absurda que alguna vez pudo haber escuchado en sus cortos 15 años de vida.
—Porque es deber del ser humano proteger a los más débiles.
—¿En serio crees eso?—preguntó entre risas suaves él.
—Por más que haya leído en un libro que ni recuerdo el nombre, esa enseñanza se quedó y no es motivo de risa.
—¿Tienes práctica hoy?—desvió el tema sabiendo que una discusión con ella llevaría a otra.
Aquella pregunta descolocó a la chica. Cuando se había tranquilizado soltó al pajarito y éste volaba con total normalidad. Su magia funcionó.
—No, pero tú sí y si piensas saltártela entonces olvídalo. Las prácticas de esta semana son las últimas.
El chico suspiró pesadamente y pronto llegó la hora de la práctica ceremonial en la cual siempre terminaba siendo arrastrado por su prometida.
Yoruichi, la capitana del segundo escuadrón solía molestar con frecuencia a los niños que poco a poco iban forjándose un camino hacia el futuro. Disfrutaba hacer sonrojar al joven mientras que la chica reía de sus reacciones y se ganaba reprimendas sin sentido de parte de él.
Byakuya practicaba sin cesar aspirando siempre en alto, mientras Kyoko hacía lo mismo a la par que trataba de comprender cosas acerca de la vida. A él le fascinaba aprender más acerca de ella y sus ideales, mientras que ella apreciaba su esfuerzo y la necesidad de hacer las cosas bien. Lo que más temía posiblemente sea que él cambiara ese espíritu rebelde que poseía dentro.
Alguien que sólo vive su vida a la par que sus códigos, que destaca por ser frío, tosco, ajeno a lo empático.
La primavera pronto se asomó junto a distintos aromas de flores, el festival de primavera de la familia Kuchiki siempre fue cerrada, así que ambos se habían puesto de acuerdo en deambular sin sentido esperando encontrar un buen camino lejos de las mansiones.
Ninguno de ambos se animó a preguntar si estaba bien o mal haberse escapado de tal manera, más que eso se sentían agradecidos al liberarse de aquellas personas y con más razón después de haber encontrado un prado de flores.
—Sabes, nunca hemos intentado llamarnos por nuestros nombres—afirma la chica mirando el cielo despejado y la puesta de sol.
—Es cierto, siempre iniciamos una conversación de una manera muy.. tonta.
—Entonces, ¿puedo llamarte Byakuya a partir de ahora?—el chico la miró atentamente dado que ella no había puesto ningún honorífico con su nombre al pronunciarlo.
—Estaré bien con eso—respondió encogiéndose de hombros—¿cómo te gustaría que te llame a ti?
—No puedo creer que me estés preguntando eso.
—No me gusta tu nombre—recalcó el chico y aunque era la primera vez que lo decía ella se sintió sorprendida más que molesta por su sinceridad.—De ahora en adelante te llamaré "Hana", así como estas flores, pero..—comenzó a sonrojarse abruptamente—no pienses que hay un significado detrás de eso.
—Sí, sí. Lo sé—asintió sonriéndole de una manera tranquila y relajada. El chico se sintió aliviado al recordar que no tenía el mismo carácter que aquella señora gato.
Los días se presentaban pacíficos hasta el cuarto día de misiones en el mundo humano, la joven y su familia purificaban santuarios, los shinigamis del Sexto Escuadrón se encargaban de los Hollow junto con Byakuya a modo de práctica.
Ese día el destino de la familia cayó en manos de una persona que les arrebató sus vidas frente a ella, dejándola con un trauma gigantesco, charcos de sangre empañados en sus mejillas, ropas y muchas lágrimas suyas. Jamás percibió al atacante, solo la sangre, el pánico y mucha furia.. alcanzó a ver una sonrisa. Una sonrisa que posiblemente nunca olvidaría y recordaría hasta el día que logre tener el descanso eterno, pero lo que ella no sabía es que aquella persona deseaba que lo olvidase todo, de principio a fin y hacerla desaparecer quien sabe donde.
El deseo de esa persona se cumplió y así ella cayó en la inconsciencia olvidando cada atisbo de trauma y experiencia, cada persona que se había cruzado en su camino y por supuesto a aquel chico del cual se había enamorado.
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Omiai: típico casamiento concertado.
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La flor que nunca se marchitó. [Kuchiki Byakuya]
FanfictionÉl, un shinigami, tranquilo, tosco, orgulloso pero a la vez temperamental. Ella, divertida, inquieta, alegre, pero a la vez misteriosa. ¿Qué sucederá cuando el camino de dos personas muy opuestas termine entrelazándose?