Veinticinco

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―¡Dije que ya!―grito molesta y decepcionada―Cuando terminen con su estupidez me buscan, tengo suficientes problemas como para añadirle más.

Tomo mi cartera y me levanto dispuesta a irme.

―¿A dónde vas?―murmura Gabriel tomando mi mano. Me suelto bruscamente.

―Necesito caminar―contesto de mala gana―Pero tranquilo, estoy lo suficientemente borracha para no largarme. Sólo... Déjenme. Necesito respirar.

Sin esperar respuesta camino al interior del local, lo suficientemente lejos para no mirarlos.

Encuentro asiento al final de la barra ostentosa, justo al lado del cristal de la ventana que me regala una preciosa vista panorámica. Apoyo mis palmas en el cristal como si fuese invisible la barrera y al extender mis brazos observo las siete minúsculas mariposas trazadas.

Sonrío al recordar lo nervioso que se puso Gabriel en el local del Pantera, quién resultó ser primo de Romina. Yo tenía en mente lo que quería y el señor supo plasmarlo perfectamente. Gabriel me dio una charla médica: que no habían condiciones sanitarias adecuadas para perforarme la piel con esa aguja, que podía infectarme. Sin embargo Romina y yo ni le hicimos el mínimo caso, el hombre sumergió la aguja sobre alcohol en nuestras narices.

Me hice las mariposas y Romina se tatuó en el tobillo una B atada a una hoja naranja. Ahora entiendo que no es por su abuelo Bernardo, sino por Berenice.

Ruedan lágrimas, llevo días sin llorar y estar ebria no ayuda. Romina me ocultó lo que siempre sospeche y no tuvo el valor de decírmelo, cuando yo fui sincera y le conté cada cosa.

Gabriel.

Me niego. No lo creo, Romina está confundida, siempre exagera las cosas. Él es mi hermanito, mi gemelo, tiene novia... Es la borrachera.

Sin embargo ahora muchas cosas cobran sentido. Dios, maldito alcohol.

Debo parecer un mapache, y efectivamente al limpiarme los ojos el dorso de mi mano se tiñe negro. Tomo mi cartera para ir al baño y la presión en mi estómago se acrecienta, algo pasa.

Cuando me giro un mesero se me acerca con una bandeja en su hombro, entonces me da un vaso de vidrio con un líquido rosado. Licor, supongo.

―Yo no pedí esto―susurro confundida.

―Se la envían―contesta y yo le miro más extrañada―Un chico de allá, camisa gris.

Me señala unas mesas más allá, cerca de las enormes puertas de cristal. Yo no entiendo, pero hago el intento de mirar con la bilis en mi boca. El chico está de espaldas, no lo distingo.

―No acepto bebidas de desconocidos, perdón―me excuso. El mesero me mira agobiado.

―Yo sólo hago mi trabajo, vea usted qué hace―gruñe―Aquí le mandan una nota.

Y así me deja con un vaso y una tarjeta perlada.

«Estaba tomado anoche,

Por favor discúlpame»

Ésta no es la letra de Gabriel, y él no lleva camisa gris ni mucho menos cabello oscuro.

Dejo la bebida en mi sitio y poco a poco me abro paso entre la gente para encontrar el dueño de la preciosa caligrafía cursiva. Aunque no lo niego, estoy temblando.

Pero no hace falta caminar mucho porque su postura se me hace conocida y el misterioso castaño por fin me da la cara.

Y juro por mi vida que mi corazón dejó de latir al reconocerlo.

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Aquí está, mejor tarde que nunca jajajaja.

Kisses, 

Gabriela.


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