Veintinueve

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Sólo esperé a que entrara por la puerta principal para soltárselo.

―Me voy mañana, por la mañana.

Gabriel deja las llaves en la mesita de entrada y suelta su bolso del gimnasio mirándome con sus imperturbables ojos color esmeralda.

―¿Tan rápido?

―No hago nada aquí.

El suelta una risa seca cruzándose de brazos.

―Vamos a aclarar la cosas de una vez: tú me acompañas, tú me haces feliz―dice acercándose despacio―Con saber que estás aquí puedo dormir bien, puedo sonreír unicamente al escucharte, puedo dejar de extrañarte... Niña, haces mucho aquí―murmura tan cerca, por reflejo retrocedo―No te vayas, no cuando estás tan cerca, no cuando por fin tengo el valor de decirte lo que siento.

―¿L-lo q-que sientes? ―tartamudeo tragando el nudo en mi garganta.

―Sí―sigue avanzando cuando ya no me queda más que pegarme a la pared―Cinco años torturándome, pensando cuán perfecta eres, dios―se frota la cara desesperado―Saliendo con mujeres y tratando de suprimirte de mi vida, buscando alguien semejante, pero fue misión imposible. Tu sonrisa, tus ojos, tus horribles manías...

Entonces era de verdad, Romina no mentía. Oh, dios.

―Gabriel...―recito totalmente descolocada.

―Déjame soltarlo―continúa interrumpiéndome―Te quiero para mí cariño, te necesito. Romina tiene razón: estoy pudriéndome porque sé que mereces algo o alguien mejor, pero egoístamente te quiero para mí, únicamente para mí.

―Mierda. No sé qué decirte, estoy muy...

―Cierra la boca, mujer―sonríe mirando mis labios―Sólo déjame intentarlo, aunque sea una vez.

Y así, agarrándome con la guardia baja, me toma suavemente del cabello para darme mi primer beso.

Mi mayor tesoro profanado por mi mejor amigo.

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