Capítulo 1

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Era difícil para el monarca darse cuenta con exactitud hacía cuanto tiempo la había dejado ir, y, sin embargo, podía contar con los dedos de una mano el tiempo que había pasado: cuatro, cuatro años. Tal vez un poco más, pero nada de menos. Tal vez si su ego fuera más fuerte que su corazón, le hubieran bastado con unas dos o tres voluptuosas cortesanas para olvidarse de aquella niña cualquiera. Pero para él, Sarah no era una niña, y mucho menos un "cualquiera".

Se dice que la memoria de los mortales es tan mala que la mayoría son capaces de olvidar sus sueños aún y cuando solo hubiesen pasado veinte segundos de haber despertado de este, y El Rey de los Goblins confiaba en que este hubiese sido el caso de la chiquilla. No la culpaba, era la propia genética de su especie, aunque tal vez, el que ella ejercitara a menudo su memoria le hubiese ayudado a no olvidar todo su viaje. Sí, fue un viaje, y un sueño a la vez. Un viaje por el mundo de los sueños. Pero lo que Jareth ofreció y Sarah rechazó esa vez, fue una vida en el mundo de los sueños. "No tienes poder sobre mí" habían sido las palabras correctas para deshacerse de cualquiera de los altos funcionarios del reino, incluido del Rey. Había usado trucos, engaños y trampas en su juego y él se lo había advertido a ella, después de todo, era como si jugaran en un campo de minas, pero solo él sabía la posición exacta de estas y ella tuviera que usar una venda en los ojos para pasar sobre este, y no había sido la primera vez que un mortal pisaba el patio de juegos del Rey de los Goblins, pero era la primera vez que alguien le ganaba en un juego que él conocía tan bien.

Al final sintió un vacío en su pecho. Se preguntó "¿Es esto lo que se siente perder?". Días después, aquel agujero en su pecho le pesaba tanto que le era muy difícil salir de la cama, fue ahí cuando la pregunta cambió a "¿Y qué fue lo que en realidad perdiste?", se sintió desorientado, después de todo, aquello había sido un teatro por parte de él. Criaturas sin cabeza, puertas que hablan, pájaros que no vuelan, monstruos que tiene miedo de su sombra, frutas envenenadas y bailes encantados; todo parecía salido de Alicia en el País de las Maravillas, y el Rey de los Goblins había estado orgulloso de semejante decoración que había hecho. Aquella vez, en aquella burbuja, en aquel baile, con ella, asustada, entre sus brazos, sintió una calidez inexplicable. Aquella vez iba a besarla, de eso estaba seguro, sin embargo, solo lo habría hecho como una distracción y no porque en realidad sintiera algo por ella en su momento. "Solo es una niña" fue uno de los mantras que repitió toda la noche que lo obligaron a abstenerse de llevar acabo tal acercamiento.

Estaba mal negarlo, pero tenía que hacerlo, él era un caballero de otro mundo, y si ella no fuera humana ya la habría cortejado de alguna forma u otra, pero todo tenía que ir a su tiempo. Cuando perdió, su enojo no duró mucho, era algo que tarde o temprano tenía que pasar, además, él ya estaba bastante cansado y aburrido de gobernar que aquella sorpresiva derrota hizo que las cosas, de alguna forma, fueran diferentes por un momento. Desafortunadamente, esa diferencia le gustó.

Su rutina había pasado de ruidosos Goblins por doquier a pasarse las tardes observando por una esfera de cristal un exacto panorama en el mundo humano. No le costó nada rastrearla. Su nuevo pasatiempo se convirtió en una obsesión que él mismo afirmaba que tenía y que estaba mal. Trató de detenerse, intentado encontrar algún rastro imperfecto o de maldad en ella, no lo consiguió, claro. Se sentía sucio, como un malvado acosador del que ella no estaba por enterada y mucho menos del que tuviera oportunidad de escapar. Esto le entristeció. Así que cansado de tener horribles pesadillas sobre la clase de ser en la que se había convertido, decidió dejarla ir.

Jareth, entonces, se sumergió en medio de un mar de distracciones y de trabajos que le permitieran mantener sus pensamientos en otros asuntos. Se dedicó a releer todos los libros en su biblioteca, a dar largos vuelos por la noche, a cuidar el jardín de flores que hacia siglos en el que nadie trabajaba e inclusive ahora era él quien se encargaba de mantener una estricta limpieza en su castillo. Los Goblins no pudieron objetar ante tales cambios, pero ahora tampoco podían hacer grandes fiestas al respecto. Durante mucho tiempo, esto le sirvió de consuelo a Jareth, quien si bien, sentía que algo seguía faltando en su interior, no pensaba lo suficiente en ello como para impedirle el sueño.

El Poder Sobre MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora