Capítulo 3

1.2K 117 8
                                    

Jareth se despertó por un fuerte pellizco en su brazo izquierdo. Chilló por el pequeño dolor al mismo tiempo que se alzaban sus puntiagudas orejas mientras su vista se acomodaba a la oscuridad del lugar.

Vio a Sarah sentada al borde de la cama mientras retiraba la mano con la que lo había pellizcado. Esta se disculpó.

-Solo me aseguraba de que no estuviera soñando –dijo. Afuera todavía había una lluvia torrencial y Sarah lucía peinada y arreglada para salir a trabajar, volteó la mirada al reloj que estaba al lado suyo y eran apenas las cuatro de la mañana.

-¿Qué clase de escape es este, querida Sarah? –musitó Jareth mientras se enderezaba- Porque no creo que sea buena idea salir a jugar al escondite bajo esta lluvia.

Sarah le ignoró, tomó su bolso, hecho un último vistazo a los brillos que yacían esparcidos por todo el piso pensando en todo el trabajo que le costaría limpiar semejante desastre, y se retiró de la habitación sin mirar atrás. Cerró la puerta suavemente con la esperanza de no despertar a su alcohólico progenitor.

Bajó las escaleras lo más callada que pudo, hubiera logrado su cometido de salir de la casa sin ser vista por su padre de no haber sido porque el hombre, quien no había ido a dormir en toda la noche y todavía tenía una botella en la mano, vio la sombra de su hija mientras esta daba sus últimos pasos por las escaleras.

-Sarah –dijo Robert entre hipos. Ella quedó estática en su lugar-. Sé que estás así, pequeña. Ven aquí, ahora.

La Sarah de hace cuatro años hubiera tenido la inteligencia y el valor suficiente para salir de aquella situación tan solo con mandarlo al demonio y salir por la puerta de su casa sana y salva; pero esta Sarah no. Cerró los ojos, tragó saliva y dio un suspiro, "Increíbles peligros e innumerables fatigas..." pensó, más su mente fue interrumpida cuando finalmente ella se encontraba de pie frente a su padre. Este no había movido ni un dedo de su sofá desde algunas horas atrás.

-Sarah –repitió seguido de un sorbo a su botella-, se una buena niña y tráeme una botella de la tienda.

Los ojos de Robert se cerraban y abrían constantemente en una lucha por no quedarse dormido hasta que ella le consiguiera el líquido que le surtiría del mismo efecto.

Sarah no podía mentirle a su padre ni en estado de ebriedad, él recordaba todo tan claramente que, si ella volvía después de unas horas a casa y él se encontrara sobrio, aún le reclamaría por la botella. Las consecuencias de no obedecer eran atroces, los suéteres se habían vuelto una necesidad ya que el maquillaje, si bien escondía un poco el daño en su rostro, no podía ocultar las heridas tan grandes y oscuras de las que él era responsable.

En ese momento, decir la verdad le traería terribles consecuencias, y estaba consciente de ello.

-No-no puedo –su voz soltó un pequeño tartamudeo-. No tengo dinero, papá.

Robert abrió los ojos despertando ferozmente de su transe al recibir un "no" como respuesta.

-¿Y acaso ese es mi maldito problema, eh? –su voz se levantaba con cada palabra- Dime, Sarah, ¿Es ese mi problema?

-N-No, papá, pero-

-¡Entonces vete antes de que vaya mal, hija! ¿En qué tonterías gastas el maldito dinero?

Sarah entonces levantó la frente, frunció el ceño, y elevó la mirada. "Mi voluntad es tan fuerte como la tuya..."

-Lo gasto en esta casa –respondió Sarah fríamente-, lo gasto para que tú vivas aquí, lo gasto para que no te falte comida en tu sucia y repugnante boca, ¡Lo gasto para que tus asquerosos dedos sostengan una botella día tras día! ¡Lo gasto en ti aun sabiendo que cada día recibo golpe tras gol-

El Poder Sobre MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora