"Der Schriftsteller..."

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Mientras abría los ojos con dolor por el tremendo golpe que me había metido comencé a ver estrellas sobre mí que se movían en círculos como juguetes de un viejo cunero. Una figura femenina se acercó a mí pese a que mis ojos solo veían una oscura silueta por tres veces y de mi boca salían gemidos de dolor.

-¿Te has hecho daño?

Su asustada y preocupada voz hizo que mis ojos acomodaran la imagen uniforme que había estado observando antes de caer de mi lugar. Ella era (y es, si nos ponemos a hablar en cuanto al tiempo y reinado de la joven y bella mujer) hermosa, casi angelical, el sol y el cielo detrás de ella daba luz a su rostro y a su oscura y larga cabellera, y por un momento sonreí porque sus bellos ojos finalmente se habían fijado en mí, y solo había logrado tener su atención por culpa de un descuido mío.

-Sarah... -logré murmurar en mi dolor, llevé mi mano hacia mi cabeza para reiterarme de que no hubiese sido nada grave. Su confundida mirada decía "¿Cómo sabes mi nombre?", una pregunta bastante estúpida para mí, pero la respuesta era un enigma para ella, mi tan querida y especial musa- Oh, Sarah.

-¿Cómo sabes mi nombre? -finalmente dijo, casi exclamando- ¿Quién eres y cómo sabes mi nombre?

No me sorprendía que una mujer como ella tuviera esa gran curiosidad en su interior, pero entendía que estuviese por hacerse de preguntas cuando alguien vestido en ropas oscuras acababa de caer en su balcón cuando faltaban tan solo pocas horas para unirse en matrimonio con el fey que estaba comenzando a tenerle cierto aprecio y afecto.

-Querida querida Sarah, deberías preguntar qué es lo que no sé de ti.

Mi respuesta no fue suficiente para mi bella musa en blanco, su rostro exigía por más.

-Yo soy Dios -respondí, y nada era más cierto que ello, pues en el mundo en el que yo rijo por papel, tinta, mi propia cabeza y lo quiero que salga de ella, yo soy el Dios omnipotente que todo sabe y sabrá mucho antes de que cualquiera de los personajes que habitan aquí, y en cualquier libro, cuento o poema que escriba, lo piensen y lo sepan-, metafóricamente hablando, claro.

Mi querida mujer no podía ocultar la extrañeza y miedo en su rostro, como si ella creyera que yo la fuese a atacar o a herir de cierta forma, pero mis días de tormento hacia esta joven mujer llegaron a su fin cuando terminé de escribir el siguiente capítulo. Tal vez, en otra ocasión, pueda retomar la historia de cierta mujer cuya mente quedó en blanco como el final tan vacío de su memoria y la cual su misión en su historia es averiguar qué fue lo que pasó en la noche de bodas que la hizo olvidar al eterno villano del que se había enamorado; sí, tal vez pueda volver con esos chicos y picarles las orejas un rato, pero por ahora, esta Sarah, de esta historia, necesitaba respuestas, mis respuestas.

-Tú no eres Dios -hasta mi hermosa musa podía llegar a ser cruel, pero esa fue una de las cualidades con las que me tendría que enfrentar al haberla elegido a ella en esta historia-. Eres una persona -afirmó más sorprendida aún- ¡Eres un humano!

-Dios, humano, fey, goblin, hada, enano, gelfling, ¿Cuál es la diferencia, querida Sarah? Si yo quisiera todos se verían iguales.

Creo que nada de lo que salía de mi boca ayudaba en lo mínimo a calmar a la mujer frente a mí.

-Hay una diferencia -dijo nerviosa-, hay mucha diferencia.

-No si yo lo digo -y sonreí con victoria queriendo dada por terminada la discusión. La cabeza me dolía como el infierno-. ¿Tienes un vaso de agua?

Sarah alzó la mirada hacia cualquier lugar donde se le ocurriese buscar una jarra, y al no encontrarla y tuvo que pedírsela a alguien que pasaba por el pasillo.

El Poder Sobre MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora