Capítulo 11

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El Rey Goblin no podía creer que el humano tuviera su lasciva mirada pegada la esfera de cristal que su mano seguía ofreciéndole con desprecio.

-Mírame, Robert -demandó el monarca sin obtener el resultado esperado- ¡Mírame!

Y el hombre salió del mágico trance que lo cegaba. Frente a él estaba el hombre rubio de traje con un cristal es su mano, pero estaba completamente seguro que su alrededor no era en absoluto su hogar.

Los tímidos rayos del sol que se asomaban le comenzaron a calar en su visión, y después de haberse tallado los ojos lo suficiente como para asegurarse de que el escenario no era un truco o efecto del alcohol, Robert sintió como sus piernas comenzaron a temblar mientras llevaba sus manos a su cabello con un rostro estupefacto de sorpresa y horror.

"¡Que mierd-"

-Mi Laberinto -soltó el señor König-, el más temido y poderoso juego de mi reino, Robert.

-¡¿Y qué se supone que deba hacer, eh?! -exclamó- ¡¿No se supone que debías de darme mi dinero?!

-¡Dinero, dinero, dinero y más dinero! Tenlo si tanto lo quieres -como un truco bajo la manga, el Rey Goblin hizo salir de sus mangas cientos y cientos de monedas de oro puro que caían a montón en el suelo. Robert sin dudarlo fue hasta el bulto que se había creado con el tesoro solo para que al tocarlo y tratar de conservarlo aquellas monedas se deshacían hasta ser cenizas y cenizas que el viento arrastró sin problema. Jareth soltó una desquiciada carcajada al ver como Robert se veía tan estúpido al perder su "tesoro"-. No tan rápido, hombre. Contéstame una pregunta -su figura se acercó al humano hasta tomar su apestosa camisa con su puño-, ¿Dónde está tu hija?

Los ojos bicolor del monarca brillaron en plena maquiavélica monstruosidad mientras su sonrisa dejaba ver sus imperfectos pero letales colmillos, y Robert, por primera vez, se sintió intimidado por aquel tipo que le sujetaba de la ropa con aquella mano enguantada mientras el cuero que cubría sus manos parecía haberse fusionado con su piel para estirarse y alargar aquellas extremidades hasta convertirlas en afiliadas y voluptuosas garras de las cual Robert comenzaba a sentir el filo de una de las uñas rozándole la piel.

Sin saber qué contestar, el humano tragó saliva.

-Y-Y-Yo no-no-no lo sé.

El Rey de los Goblins lo miraba cual cazador a su presa.

-Oh, ¿No lo sabes? -su burlona y cruel voz hizo estremecer a Robert-, pero si ella está justo ahí – y con su mano libre señaló hacia un lugar distante, como algo diminuto a lo lejos, dentro del laberinto-, en mi castillo.

"¿Su castillo?"

-Así es -afirmó- En mi castillo. Tu hija yace dormida en mis aposentos, Robert. Lo único que tienes que hacer es ir por ella, y las riquezas son tuyas -bastante tentador había puesto el juego cierto monarca. Más en sus mínimas nombradas instrucciones estaba la trampa que condenaban al humano. Las riquezas solo eran un incentivo para que el viejo tuviera una estúpida razón para cruzar el Laberinto, pues creía que si le hubiese ofrecido la libertad de su hija este se hubiera negado en absoluto.

-¡Hombre, pero si eso está muy lejos! -exclamó- ¡¿Y qué está haciendo mi hija en tu castillo, tú maldito---

-Silencio -demandó el poderoso monarca con una voz que hizo resonar en los oídos de Robert por un largo rato-. Tu hija pronto me pertenecerá para siempre, ella se entregará a mí y a mi reino por su propia voluntad, y nada puede cambiar su destino a mi lado.

Robert escuchó impávido sus palabras.

-Mi castillo está mucho más lejos de lo que parece. Tu tiempo en este mundo será bastante breve.

El Poder Sobre MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora