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—Por favor, cuéntamelo todo.    

Sirius lo observó con la mirada nublada por el dolor. Harry no supo qué estaba viendo en él, pero quizá era lo suficiente para romperlo, para quebrarlo y hacerlo deslizarse en su agonía.

—Dumbledore... Dumbledore nos dijo que Voldemort vendría por ti. Que intentaría matarte. Le dijo a tus padres que debían esconderte, pero ellos... ellos se negaron a hacerlo. Hubo una larga conversación con Dumbledore en la que acordaron que ellos no te esconderían, que te mantendrían protegido pero se enfrentarían a todo lo que debieran enfrentarse. Cumpliste el año y el estrés me estaba matando. James bebió mucho una noche y me pidió, por favor, si podía llevarte lejos de allí. Lo hice sin temer. Te crié hasta que casi cumpliste cinco años... y supe que esconderte no iba a servir de nada. Voldemort no había venido por ti, pero Peter... habían matado a Peter. Remus, tu tío Remus simplemente desapareció, un día. No sabía nada de James y Lily. Dumbledore creía que te había secuestrado, y luego de que James y Lily te tuvieran de regreso, no dijeron nada para negarlo. Todos... todos estaban creídos de que te criaba para entregarte a Voldemort como el premio mayor cuando tuvieras la edad suficiente para que él tomara tu poder. Y me encerraron en Azkabán. Y estuve dispuesto porque era la única forma en que... era lo único que podía hacer para...

—Sirius, detente —Harry le sujetó con fuerza las manos; su padrino temblaba, todo él se destrozaba en espasmos agónicos de un llanto cuyas lágrimas no brotaban. Un baño le había hecho bien a los cabellos que esperaban por ser recortados, pero por la forma en que sus uñas restregaban la piel, parecía estar sufriendo por arrancarse la carne en trozos—. Por favor. Cálmate.

Sirius retomó. Inhaló, exhaló, y contó.

Harry nunca le soltó.

...

—¿Cómo está tu padrino?

—Bien —Harry observó a Voldemort. Estaba sentado a los pies de su trono, en aquel lugar que le irradiaba una extraña sensación de calidez. Estocolmo, diría Hermione. Harry lo sabía. Harry lo odiaba. Lo odiaba porque no podía dejar de hacerlo, lo odiaba porque había anhelado tanto una libertad que al final jamás había tenido, lo odiaba porque todo lo que había luchado toda su vida ahora no tenía sentido. Paz, guerra, sangre, heridas, muerte, dolor, sanación, voluntad, aves libres. Vorágine de sensaciones y rupturas. Roto. Quizá su cordura ya no estaba. Quizá todo eran divagaciones mortales de quien ya está en sus últimas horas cargadas de confusión. Quizá incluso ya estaba muerto, había muerto con la primera bebida ingerida en la mansión Riddle, e incluso en su muerte se hallaba preso.

—Suéltalo —Voldemort no le observaba. Examinaba uno a uno los registros familiares y de cuentas de todos los prisioneros de Azkabán liberados. Apuntaba a las familiares y redactaba una vuelapluma a ellos, diciéndoles que su familiar estaba a salvo. Redactaba cartas a Gringotts, firmes paquetes donde se enviaba las instrucciones para desbloquear las cuentas y proveer a cada uno de ellos un tercio de su totalidad bancaria en oro en una bolsa de piel. Harry quería que Voldemort le mirara, pero sabía que de momento eso no ocurirría.

—Querías romperme —murmuró— para ver si yo sería capaz de romperte a ti. Quieres que te rompan. Quieres ponerte a prueba. Quieres ver si eres capaz de regenerarte desde cero, de alcanzar una libertad diferente a la muerte, de alcanzar una libertad en vida. Quieres quebrarte. Y no eres capaz.

Voldemort no le miró, y como Harry tampoco esperaba que le mirara, no se sintió decepcionado. ¿Te sientes a salvo?, preguntaría, retóricamente, porque sabía que no era así. ¿Nos sentimos a salvo? Aves tontas. Aves muy tontas, de picos despiadados y garras afiladas, incapaces de hacer algo más que agachar la cabeza y recibir lo que necesitaban, dar lo que les pedían.

Incluso en su libertad eran presas de lo que se esperaba. Voldemort, un Señor Oscuro, debe matar, debe destruir. El libre albedrío en la destrucción se hallaba muerto en las indicaciones de que debía hacerlo. Si uno debe hacerlo, si todos dicen que debe hacerlo, ¿no hace que no se esté rebelando, sino que esté haciendo lo que se espera de él? El mundo no teme a un dictador bélico cuando sabe lo que hará. Pero el mundo teme cuando el lobo se ha puesto a curar ovejas y no a comerlas.

Harry Potter, hijo de Lily y James Potter; quince años, Ravenclaw. Prefecto; inteligente; sabio. Debe ser el mejor. Debe aspirar a la superación cualitativa de las notas de todos los demás. Pero no lo era. Al menos, no ahora. No del todo. Todo en sí era un caos, todo en él estaba roto y destrozado, y todo se fragmentaba en añicos de un cristal que quemaba en los bordes donde se unía en la carne.

Y, finalmente, llegaba la hora de tomar la magia y arreglarlo todo.

(O quizá aún no, pero el proceso estaba comenzando).

Do we feel safe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora