VIII

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Avecilla.

Harry se volteó a verle. No parecía ser él y al mismo tiempo era obvia su identidad. Los ojos rojos estaban ocultos en un velo de normalidad marrón. La tinta en los cabellos era más clara, ¿un chocolate tibio? E incluso la piel no poseía la misma angulosidad, como si todo rastro de perfección estuviera perdiéndose ante una mirada, condenada a un recuerdo. Había cicatrices apenas notorias, pero Harry podía apreciarlas en las mismas direcciones donde la sangre había brotado.    

—¿Qué haces aquí? —inquirió Harry con violencia. Hogsmeade estaba atestado. Un año había pasado desde que Harry había visto por última vez a Voldemort; la guerra no había cesado en lo absoluto. Todo era un campo de batalla. Sangre y explosiones. Desapariciones. Y la brutalidad de la ignorancia y falta de precaución. Harry lo aborrecía; todos estaban en riesgo solamente por aparentar una normalidad que, claramente, no estaba allí. No había estado desde hacía muchos años.

—Al parecer no me equivoqué. Un ave, ¿no? —Voldemort observaba el estandarte en su pecho, el águila de alas extendidas sobre el escudo azul. Harry se acomodó su túnica, incómodo.

—Un ave —aceptó Harry.

Voldemort sonrió.

—¿Un ave con sed?

Las Tres Escobas les recibió con cervezas de mantequilla calentitas para contrarrestar el clima gélido que azotaba el exterior y una charla más amena. Sin violencia, sin odio, sin empujes, sin quiebres. Allí estaban. Un lado y el otro. La guerra en una mesa, sin más que hacer que observarse, examinarse, buscarse, compararse.

—¿Por qué Dumbledore me envió por ti? —preguntó Harry, la cerveza a medio centímetro de la boca—. Él... estaba seguro de que yo no saldría vivo de allí.

Voldemort no estaba sorprendido por la pregunta, en lo absoluto. Harry le observó tragar, su nuez subiendo y bajando, y luego la misma intensa mirada le examinaba en busca de algo.

—Todos creían que no —Voldemort rió—. Todos, créeme. Nadie esperó que sobrevivieras.

—¿Nadie? ¿Quién más...? —Harry comprendió, de pronto. Fue como si siempre lo hubiera sabido—. Mis padres.

—Ellos más que nadie —sus dedos juguetearon sobre la mesa, tamborileando con lentitud lo que pareció una especie de código—. Imagínate lo que significaría: serían reconocidos como los padres del chico que consiguió vencer al Señor Oscuro. Probablemente serían premiados en metálico por el Ministerio, ¿alguna Orden de Merlín? Póstuma para ti, por supuesto. ¿Reconocimiento para ellos? Además de la tan ansiada paz, por supuesto —Voldemort ocultó una sonrisa sardónica detrás de las sombras de su cabello al beber de su cerveza—. Duele. Pero en sobrevivir al dolor se halla la libertad.

—¿Cuál es la verdadera libertad? —susurró Harry la pregunta que le carcomía durante las noches—. La libertad no está en ningún sitio. No eres libre incluso si lo estás. ¿Cómo... cómo consigues la libertad?

—La verdadera libertad es aquella que no tiene salida —expresó—. Aquella a la cual todos llegan, tarde o temprano. Y es en este momento en que pregunto, ¿te sientes a salvo? Avecilla, ¿nos sentimos a salvo?

—Tú tampoco eres libre —Harry frunció el ceño—. Sin embargo...

—La libertad está limitada en las decisiones de los demás. Puedes ser libre un día o un año, mientras hagas todo lo que decidas hacer sin intervenciones. Un hombre libre es un animal que ha evolucionado y ha aprendido a convivir con todo lo que le toca. La libertad del ave y del animal repercuten a la del hombre. Todo en esta vida son metáforas de una realidad a la cual le perdemos rumbo —su voz se tornó casi melancólica, sus ojos cerrándose mientras suspiraba antes de volver a hablar—. Fui libre, un tiempo. Entonces, de pronto, me transformé en lo que la gente esperaba que fuera. Me robaron mi libertad. La guerra tampoco me la devolverá. La muerte me dejará más prisionero de lo que alguna vez pude considerarme ser. Quería ser un cambio, quería ser un líder que proveyera la posibilidad de elección. Me convertí en un conquistador, en un tirano. No me molesta, no como crees —rió suavemente, una risa casi frágil—. Una vieja bruja hizo una profecía sobre mi caída, y pronto supe que tampoco tendría la libertad en la muerte. Pronto supe que la idea de la libertad es aquello que nos repetimos durante eternas noches de represión y soledad. Todo es libertad y todo es prisión. Todo es la más absoluta nada y el más intenso todo, y depende de cómo lo lleves.

—¿Por qué me hiciste todo eso? —Harry tembló. Sus manos temblaban—. ¿Por qué...? ¿Por qué las charlas? ¿Por qué la tortura psicológica, física? ¿Por qué...?

—Una vieja bruja profetizó mi caída, como te dije —explicó, neutral—. Decía que un niño nacido de quiénes me hubieran desafiado tres veces al final del séptimo mes tendría el poder para vencerme. Marcado como mi igual, él contaría con un poder que yo desconocía, y de algún modo uno debería derrotar al otro para que cualquiera de los dos siguiera con vida. Morboso, limitante, sádico en cierta forma —agachó la cabeza, sonriendo—. Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que todos creyeron que iría tras el niño. Que le cazaría. Que pondría su pequeña cabeza en mi porche durante la noche de brujas. Pero no fue así —vació su tarro de cerveza, estremeciéndose de satisfacción al sentir el calor intenso derramándose por su pecho. Harry sólo podía observarlo—. Le observé de cerca, analizando. ¿Qué tenía aquel niño, aquel joven, aquel adolescente, para ser el que yo escogería? ¿De qué manera podría vencerme? ¿Qué tendría él?

—¿Qué tenía? —preguntó Harry, mirándole. Voldemort le devolvió la mirada. No era el color, pero era la intensidad, la forma, la sensatez.

Tiene —destacó el Señor Oscuro—. Tiene la capacidad de desestabilizarlo todo. Existía un plan, existían mentiras repetidas como verdades y justificaciones a todo. Pero, ¿de qué manera podría conseguirlo? Luchando por todo aquello que creía... y de pronto, lo das vuelta todo.

Harry se ahogó.

—Harry Potter —susurró Voldemort, observándole casualmente—. Hijo de Lily Evans y James Potter, quienes me hubieron enfrentado tres veces antes de traerte al mundo. Mestizo, como yo. Mi igual. Él contaba con ese poder capaz de desquiciarme.

—¿Cuál? —consiguió formular Harry. Podía ver el temblor en las manos de Voldemort. Podía verlo, humano y vulnerable, encerrado y atrapado, un ave cautiva, un ave que fue libre y ahora está cautiva, un ave que finge libertad frente al espejo pero oculta sus cadenas entre la suciedad ensangrentada de sus plumas renegridas. Un ave que no puede levantar vuelo ni siquiera con la muerte.

—Su libertad —susurró— tan auténtica que todo el mundo se aprovechaba de ella. Órdenes, confianza absoluta, arrogancia, la cabeza en alto por cosas que no importaban. La libertad que, si se seguía contaminando, se destrozaría bajo la presión de miles de cadenas. Nada quedaría de ella. Ese avecilla tonta estaría tan triste y tan sola y tan rota que ningún alma podría siquiera hacer más que esperar de él lo que todos esperaban, y no lo que él podría hacer.

Harry cerró los ojos. Una mano estuvo sobre la suya, deteniendo el temblor casi espasmódico.

¿Nos sentimos a salvo? —preguntó Harry, hueco.

—Lo hacemos. Y eso necesita cambiar.

Do we feel safe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora