Uno.

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Nunca creí en fantasmas, hasta que me convertí en uno...


12/08/2012

Siempre he creído que después de la muerte lo único que existe es un envase vacío de lo que antes era un ser. El alma se va, se va muy lejos de éste mundo y realmente dudo que exista un lugar donde le sea juzgada por sus actos; la vida misma es un juicio constante, ya sea por otros o por uno mismo, me temo que la existencia de un resguardo para el alma después de que su cubierta se pudre y llega a un inefable fin...es una vil mentira. Mentimos a nosotros mismos con la esperanza de un extraordinario "después de..." pero me obligo a admitir que aquello es cruel falsedad, una sensación de fraudulenta paz para aquellos que temen a morir. Pobres, pobres almas temerosas de la realidad en la que existimos, del verdadero rostro de un final.

Yo he visto la muerte; tiene su compleja y casi incomprensible belleza pero es real. Tan real como el hecho de que tú y yo existimos, en una realidad separada de la otra pero eso no quita que somos seres pensantes y anhelantes, ¿de qué? bueno, de un futuro y/o desenlace. Y aún con esas no me creo partícipe de un evento de tal magnitud como lo es ser arrancado del cuerpo en el que habitas, del dejar cerrada la ventana que muestra ante todos quién y como eres: los ojos. Odio cerrar los ojos, odio ver que aquellos que han perdido la vida son obligados a cerrarlos; pero supongo que es lo mejor. Un contenedor vacío que se encuentre abierto da esperanzas a los que aún tenemos la oportunidad de verlo, o los que amamos asomar la mirada por una de esas brillosas o palidecientes ventanas, me encanta ver los ojos de las personas siempre y cuando éstos se encuentren llenos de vida. Deducir por sus gestos quiénes son, me considero afortunado de tener el don de adorar a la muerte y a la ventana de la vida.

Pero como incontables veces, todo don llega por una desgracia que marca la diferencia, el antes y el después, la vida...y la muerte.

Me recuerdo ahí, fuera de la habitación, lloriqueando como si de un niño pequeño recién nacido me tratase, sintiendo la garganta cerrarse y arder por un débil intento de la contención de mis lágrimas, las cuales eran amargas y ácidas, sentía que a cada recorrido que daban yo me derretía para correr junto con ellas: quemaban, y algo dentro de mí también se quemaba, mi cuerpo no respondía por ello, reaccionó flaqueando ante cada palabra del hombre que aseguraba interferir en la llegada de la amiga que después de aquello, no hace más que frecuentarme. Grité en el esfuerzo por desanudar mi voz, reclamé su negligencia al perder tal batalla, mi adoración más grande se desvanecía en un último suspiro (o grito, temo que mis recuerdos se encuentran en pésimo estado en cuanto a ese día refiere) del cual por situaciones más allá de mi comprensión no pude ser partícipe; prohibieron mi entrada y justificaron mi falta en el cuarto con palabras que no hacían más que hacerme más daño del causado actualmente por sus y mis acciones.

"Se hizo lo que se pudo". "La pérdida de sangre...". "Nada más se podía hacer". "Esperemos encuentren al culpable".

Mi llanto paró, como si me hubiese secado de tanta agua desparramada por tal acto. Inhalé y exhalé. Parecía como si mi sistema respiratorio se llenase de telarañas por la falta de uso, me costó regular mi voz, mi respiración y palabras temblaban. Mis ojos se hinchaban por el drama recién terminado, mi vista se nublaba y quería tirarme en el suelo a patalear, pedí en una susurrante súplica que me permitieran verla. Se encontraban deseosos de negarme tal acto puesto que mi apariencia no daba a relucir que ver aquella escena me hiciera algún bien, pero a final de cuentas tuvieron que acceder.

Le miré, reposaba en una agobiante paz, sus ojos permanecían abiertos y viendo al vacío, la punta de mis dedos rozaron los suyos y recorrieron su tersa piel en el tiempo que me llevó arrastrar mis pies hasta su lado, me arrodillé y recosté mi cabeza sobre sus pechos, los cuales permanecían blandos pero faltos de tibieza como estaba acostumbrado a sentir, por alguna ilusa razón me mantenía a la espera de una inhalación que elevara levemente mi cabeza de su sitio y me devolviera a la calidez en su exhalo. Pero claramente eso no pasó, ni volverá a pasar, finalmente me vi envuelto en mi propia realidad, en la realidad en la que mi esposa y yo nos encontrábamos; la realidad en la que no teníamos forma de regresar, en la que no había un desenlace romántico en el cual la tragedia arrasara con ambos en un futuro bastante lejano.

Realidad.

Una palabra muy fuerte, una palabra que derrumba a todo al que la escucha y sobretodo encontrándose en momentos como éste, vislumbré sus ojos, el brillo que alguna vez reflejaban parecía haberse desvanecido junto con su calor. Sus bellas ventanas, abiertas de par en par sin reflejar el alma que le habitó, sin dejarme ver nada de lo que alguna vez pude disfrutar, una mirada anhelante de más... más amor, más fuerza, más pasión, más vida. Vida, ahora solo eso anhelaba su precioso envase, cerré los ojos para reprimir cualquier sollozo o semejante. Besé su frente, nariz, mejillas y dejé por último sus labios, que antes emanaban un intenso carmesí y ahora tan sólo un suave rosa los cubría y aparentaba desvanecerse lentamente, estaban secos. Repasé los míos con mi lengua para humedecerlos y poder besarlos como me parecía correcto. Ese beso, ese beso me persigue, me siento maldito por aquello, fue la despedida eterna de quién alguna vez fue mi vida entera; una parte de mí se desvanecía para intentar llenar el contenedor vacío que se hallaba frente mío, deseaba que por favor, por cualquier motivo pudiese traerla de vuelta, pero claro que no fue así.

Sentí mis piernas temblar en su débil intento por incorporarme, sorbí la mucosidad en mi nariz y suspiré esperando liberar el pesar que ahora me atormentaba, cubrí mi rostro con ambas manos, contuve una vez más mi llanto y devolví la vista a la preciosidad extendida en la camilla: hice el favor de cerrar sus ventanas, ya no pude soportar verlas en tal vacío y descuido, la había perdido. Su pérdida me hizo valorar y analizar por primera vez lo que implicaba vivir y morir.

Después del papeleo correspondiente, unos días después se realizó el velorio, tengo vagas imágenes de la ceremonia, no recuerdo como me veía o quiénes asistían, solo recuerdo verme a mí mismo agotado y deseoso de cerrar los ojos para reposar por un rato; volví a la construcción que compramos con la esperanza de transformarlo en nuestro hogar, yo lograba caminar lentamente pero mi alma ya estaba arrastrándose, así avanzamos en coordinado hartazgo hasta la cocina, donde solté lo que según recuerdo era una corbata y tomaba de algún sitio una cajetilla recién abierta de cigarrillos. Ella los odiaba, pero ahora ella no estaba. Así que desde ese entonces me encuentro sumido en tal vicio.

Lo encendí y permití que el tóxico producto inundara mis pulmones, escuché un maullido que perturbó mi miserable estancia, era el gato blanco que ella había decidido alimentar, el animal era tan brillante que comenzó a ir periódicamente a la misma hora para que se le proporcionara alimento.

"Vete" recuerdo mencionar. "Ella era la que te quería, yo no".

Su presencia me abrumaba, cualquier detalle que me la recordaba producía un sabor más amargo que la bilis y el tabaco juntos. El animal se negaba a retirarse, e incluso comenzaba a proporcionarme mimos que noté como innecesarios.

"Lárgate". Insistí, suplicando que ésta vez hiciera caso y me dejara en la jodida paz que tanto requería, de nueva cuenta fui ignorado. Pero ya no esperé a realizar de nuevo la oferta.

Tomé por el pellejo al indefenso, lo solté de golpe contra el suelo, supongo que tomé impulso para tal acción porque ante ello sólo recibí como respuesta un quejido desgarrador, quise arrancarme los oídos por ese desagradable sonido. Miré al suelo, la sangre comenzaba a brotar desde la boca del animal y yo sentí un escalofrío recorrerme internamente, no supe como reaccionar; hice lo primero que vino a mi mente.

Acabé con su sufrimiento, impacté todo mi peso en un limpio pisotón contra su cabeza, el cráneo crujió de tal manera que nuevamente el escalofrío de hace unos momentos me recorría ferozmente; su cuerpo había dejado de retorcerse por el dolor, ya no había otro sonido más que el de las gotas de sangre que caían casi silenciosamente por mi zapato. Decir que me encontraba asqueado por tal imagen...sería mentir. Realmente no me desagradaba, he de admitir que con ello liberé finalmente lo que tenía en mis hombros después de tanto; mantuve la mirada fija en la criatura, pensé en lo hermoso que podía llegar a verse un cadáver, la combinación de un caudaloso y brillante río carmesí en contraste con la pálida piel que un muerto puede mostrarte, analicé que el envase sin alma era espantosamente divino. Pensé en el hecho de que de no saber que mi mujer había muerto probablemente hubiera arrebatado la pureza que aparentaba tener...

Fue en ese punto, donde comprendí que clase de monstruo era realmente. Nunca me sentí orgulloso ante esto, pero convivo con ello. No es como que tuviera más opciones.

Recuperé mis fascinaciones, la pintura es un excelente medio para expresar lo que carcome tu ser, lo que atraviesa tu mente, lo que perturba tus sentidos, lo que te obliga a excitarte o desahogarte. Lo más hermoso o lo más deplorable en tu persona.

Retratos Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora