Seis.

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"¡Pizza! ¿Y una botella de vino?" dudé.

"Creí que habíamos dejado en claro que yo invitaría la comida a domicilio por hoy. Aunque claro, la botella es de mi parte. Consideralo un regalo de bienvenida".

Sonreí. Por un momento, y teniendo en consideración lo ocurrido hace apenas un rato, creí que lo olvidaría. E insisto, era justificable por tan desagradable situación. Le di entrada, accedió gustoso y mientras avanzaba tomé la botella para ayudarle un poco. Me fue inevitable sentir un espasmo de vergüenza al mostrar que mi "comedor" se reducía únicamente a una pequeña mesa de madera desgastada y con patas de distinta altura junto con sillas que se admiraban igual o peor que el descrito mueble; mis pasos se alentaron, él no parecía siquiera inmutarse al respecto y colocó las cajas con delicadeza. Me uní a él deslizando la botella sumamente lento hacia la mesa, al dejarla pude sentirme con confianza y ver que elevó la mirada para sonreír cálidamente.

"Voy...voy por copas" mencioné, recibiendo un asentimiento como respuesta y manteniendo su sonrisa tan amplia como en un principio. Caminé torpemente, mi nerviosismo era tremendo y casi incontenible. Supliqué que no fuese evidente, entré a la cocina por lo apto para la comida lo cual tenía gracias a mi madre, agradecí por salvarme en este momento, ya antes de volver me asomé por la ventanilla de la cocina. Jamás llegué a imaginar que un hombre como él estaría dispuesto a compartir mesa con una joven como yo, no cabía dentro de mi cabeza; me arrepentí de inmediato por esa idea. Volví en mí misma al denotar que miraba a sus alrededores, luego bajaba la mirada y lo denoté alegre. Tina se había acercado finalmente a recibirlo.

 "Hey...al fin" le habló, se colocó a la altura de mi animal y tal parece que comenzó a acariciarlo. Sonreí, tal escena me fue verdaderamente agradable, tuve una sensación de vivir esto antes y disfrutarlo plenamente, por un momento se nubló mi vista y se distorsionó; veía a Víctor acariciando a un gato y levantando la mirada en mi dirección para sonreír. Luego de eso, el hombre tomaba a la criatura y lo tiraba al suelo violentamente. Liberé un grito, por poco suelto lo que tenía en manos, mi corazón se aceleró a la par de mi respiración jadeante. Volví a mirar, todo estaba como antes. Finalmente volví. "¿Sucede algo?", recitó con encanto y sin cambio alguno.

"No", respondí con cuanta calma me fue posible, tal parece que mi grito fue inaudible de su parte.

"¿Segura? Estás pálida".

"Me encuentro bien". Insistí, "no he dormido bien, es todo" elevé las copas y volví a sonreír para disimular.   

El tiempo transcurrió tan rápidamente que perdimos la noción de su avance. Una rebanada de pizza y una copa del vino pasaba a ser motivo de conversación, cada vez conocíamos más el uno del otro. Era realmente extraña pero curiosa la forma en la que me abría con tanta confianza; la forma en la que con tanta facilidad creábamos un tema y de éste desembocaban diez más. Insisto, me sentía cómoda, como si hablara con alguien que llevaba tiempo de conocer. Olvidé casi por completo que apenas hace 4 días que tenemos conocimiento de la existencia del otro. Por momentos me perdía en sus palabras, en lo que denotaba saber y en lugar de serme molesto tanta habladuría, me fascinaba. Como si mostraras a un infante el caramelo más delicioso y colorido sobre la faz de la Tierra, y este lo admirara con los labios resecos y la boca húmeda y babeante por dar aunque fuera una sutil probada a tan exquisita maravilla.

La pintura, la música, el arte, las opiniones, la religión, las ideologías: parecíamos compartir cada detalle como si nuestras mentes se hubieran conectado. Ambos no podíamos contener la sorpresa al ver que éramos tan compatibles. Preguntó mi edad, y respondí.

 "Es una lástima...", mencionó en ese punto, donde la botella se encontraba casi vacía y ya habíamos decidido recorrer nuestra conversación al estudio para continuar acomodando mis libros.

Retratos Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora