Cuatro.

84 11 32
                                    

Jueves por la tarde, tuve la brillante idea de pasarme por la construcción nuevamente para visitar a Víctor y dar una vuelta por mi nuevo apartamento: no lo encontré. Me dispuse a dejar un pequeño papelito con mi número anotado en él, lo lancé por debajo de la puerta para que al abrirla lo viese. Volví a casa a comenzar con el empaque, ya más tarde recibí una llamada.

"Parece que atiné a la dueña del número debajo de mi puerta. Presentí que era tuyo pero debía comprobar, temía que fuese un vendedor de enciclopedias o un Testigo de Jehová superando sus propios límites de mi necedad a recibir un sermón de la palabra del Señor o en caso de ser el individuo de las enciclopedias, la palabra de la Real Academia Española" hubo una tenue risa por parte de ambos y le siguió un silencio momentáneo hasta que él volvió a hablar. "Curiosamente iba a pedírtelo por si cualquier cosa, veo que lo previste mejor que yo", su voz sonaba de tal forma que pude deducir que sonreía, sin quererlo imité el gesto.

"¿De verdad? Bueno, ciertamente si es muy curioso. Coincidencias lógicas, pero que igualmente pudo haber ignorado teniendo tales ideas respecto a la persona dueña del número".

"Exactamente, insisto en mi fortuna porque fueras tú ", el silencio nos invadía nuevamente, suspiré y me obligué a recordar el motivo de mi llamada.

"Por cierto..." hablé a la par que comenzaba a organizar ciertos objetos que llevaría conmigo, "el sábado llegaré 9:30 AM, ¿le parece?"

"No es de que me parezca, si tú crees conveniente llegar a esa hora entonces que así sea".

"Lo creo así".

"Entonces el sábado a las 9:30 será. ¿Tienes contratada una mudanza o...?"

"Sí, tal cual como había comentado".

"Entonces esperaré tu llegada".

"No hace falta, no quisiera levantarle temprano en un fin de semana".

"¡Tonterías!" bufó, reí torpemente ante su reacción, "Estaré atento para ayudarte en lo que se requiera".

"Muchas gracias".

"No hay nada que agradecer. Hasta entonces, Reneé", colgué el teléfono, un suave rubor inundó mis mejillas, por motivos que desconozco me era agradable oír mi nombre siendo pronunciado por su voz: era dulce...como si mi simple nombre se convirtiera en una canción de bella melodía. Negué con la cabeza, me obligué a dejar de pensar en cosas tan infantiles.

Viernes por la tarde, el estéreo de mi teléfono cantaba a todo volumen la canción Tuyo de Rodrigo Amarante, siendo aquella melodía alimento de la música bolero para mi conocimiento al respecto, yo seguía empacando ropa, materiales, un taburete, pinturas, libros, discos. Todo. Mi perra y mi madre hacían cualquier cosa menos ayudarme para acabar rápido; lo que yo ordenaba la perra lo desacomodaba y mi madre insistía en que me precipité por haber elegido tal lugar. Lo pensaba así aún sin estar enterada de que por mi larga conversación con Víctor, había olvidado revisar las habitaciones restantes, pensé en la molestia aún mayor que le causaría estar al tanto de esa situación.

"Sé lo que hago" argumenté aún empacando, respondí tan toscamente que mi madre arremetió de vuelta, argumentando que no era así y que nuevamente me estaba precipitando, proseguí con mi explicación. "El lugar queda exactamente frente a mi trabajo, el sitio es agradable, accesible y el señor Víctor hasta ahora solo ha demostrado ser una buena y decente persona".

"Víctor, Víctor, Víctor" me repetí en bucle, el nombre era tedioso y perfecto para memorizar, repetir, anhelar. Corto y espléndido, apto para un hombre que difícilmente olvidas. Mi intriga por él no hacía más que alimentarse por la emoción de que por obvias razones sería cercana a su persona. Tenía perfectamente en claro que desconocía casi todo si no es que por completo sobre quién era; pero eso lo hacía aún más tentador. Por poco que lo conociera, su encanto y dulce actitud eran imposibles de pasar por alto, consideré por un momento sentirme vagamente atraída por su físico.

Retratos Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora