Ocho.

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"Fue hace cinco años, después de casarme con la mujer que creí sería el amor de mi vida, obtener esta asquerosa propiedad, rentarla a un amable carnicero, tener el más estúpido anhelo y saber que estaba embarazada...todo desencadenó en tragedias. Teníamos una vida y pronto una familia perfectas, me regodeaba en el lujo de la felicidad a su lado, incluso trabajando en algo que odiaba y me alejaba del arte, mi única razón de seguir en ello era mi esposa; una mujer divertida y extravagante, tenía su carácter y a pesar de todo me casé con ella, conmigo era muy dulce, me esperaba con un delicioso guiso todos los días que volvía del trabajo y la calidez de su abrazo y beso, de poder reposar en su regazo después de otro agotador día. Nunca creí que dijera a alguien sobre esto...dios. Desde que supimos del embarazo ella comenzó a cambiar drásticamente: ya no había comida al volver a casa, el mantenimiento de la misma era nula, ni siquiera cuidaba de sí misma y con todo y lo que conllevaba mi trabajo hacía lo posible por apoyarla en esas tareas para que en mi ausencia pudiera disfrutar el espacio, le regalé plantas y flores que pudiera cuidar con facilidad para entretenerla, macetas y objetos de jardinería, pero ni siquiera eso bastó, llegué en uno de esos lúgubres días tormentosos y mi alma salió de mi cuerpo, un charco de sangre salía de la cocina y al entrar la hallé sentada en el suelo, cortando la punta de los dedos de sus pies con las malditas pinzas que yo mismo le había proporcionado y lanzándolos a las ollas que con fuego avivado y el aceite que en sinfonía con el alarido que liberé, llenaban el departamento con el olor de carne de cerdo quemada, arrebaté las pinzas, apagué la estufa y la abracé iluso y confundido por su cambio; quería a mi esposa de vuelta, quería recuperar la calidez de su abrazo y el brillo de sus ojos, quería tomarla entre mis brazos y escuchar su tierno susurro recordándome cuanto me amaba...yo, no atendí apropiadamente su problema, no tenía el dinero suficiente, pero encontré la manera de mantenerla bajo supervisión en un sanatorio de bajos recursos pero bastaba para evitar que volviera a dañarse; pasó poco tiempo, tal vez mientras sus heridas sanaron que la dieron de alta, pasó una semana sin hablar conmigo cuando volvió a casa y  sabiendo que debía trabajar, pedí a mi hermano, el cual en es entonces era muy cercano a ambos, que la vigilara mientras yo continuaba trabajando, esto se alargó porque tiempo después el carnicero al que rentaba la parte del local decidió irse del lugar porque los gritos de mi esposa alejaban a la clientela, no pude refutar y ahora nuestro único sostén era mi trabajo, los meses pasaron y cada vez la ví de mejor humor, ella y mi hermano se entendían bien y yo estaba feliz por su mejora, porque hablaba con él y conmigo lo intentaba, su embarazo transcurría con normalidad y era visible su vientre, me gustaba acercarme a él y escuchar a la bella criatura en su interior removerse al par que mi esposa cantaba. Yo le sonreía y ella, aún estando mejor no me miraba de la misma manera, parecía molesta conmigo, con mi presencia, con mi existir. Claro que me dolía, pero si ella estaba bien y mi bebé igual, bueno, nada que no pudiera soportar, tal vez cuando la criatura naciera seríamos igual de cercanos que antes. Gané suficiente dinero, decidí acompañarla sin falta a las visitas médicas de su maternidad, la llevé con los mejores especialistas, omitiendo claro su estancia en el sanatorio y el incidente de sus pies, disfrutar de esos momentos que en un inicio no podíamos por lo que sea que le ocurriera, investigué al respecto en mi preparación como padre, llegué a la conclusión de que no era locura de atar sino un desequilibrio hormonal y siendo ella tan particular lo experimentó en un nivel completamente fuera de lo común, no quería mencionarlo a nadie que no fuera mi hermano porque no quería que la apartaran y a su lado a mi hijo en un encierro para dementes. ¡Ella no estaba mal! ¡Siempre fue explosiva y el embarazo lo empeoró un poco, por un tiempo! Nunca intentó nada igual de desquiciado...después de la experiencia con las pinzas, en serio creí que todo estaba bien hasta que...llegué un día temprano del trabajo, con flores, rosas de un carmesí intenso como siempre le gustaron y después de descubrir que la casa estaba vuelta de cabeza la llamé creyendo que alguien había robado, y la vi salir, cantando a su vientre, con maleta en mano, y al verme, tan sorprendida como yo. Cuestioné su maleta, ella reclamó que yo no la atendía más, que la abandoné por dinero, y no lo creí, parecía que hablaba de otro hombre, yo siempre hice todo por ella y di todo por ella, que descarada terminó por quebrantar los pocos fragmentos de mi corazón. Me dejaba por otro, me abandonaba en este putrefacto lugar sin su amor y el amor de la criatura en su vientre, diciendo que yo era el culpable de mi propia desgracia y que sólo mi hermano había podido salvarla y luego...

Retratos Carmesí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora