Pensaba que al irme de mi ciudad natal, sería menos probable que los recuerdos aparecieran cada dos por tres. Pero el cielo era igual de gris, la gente era igual, el aire no era diferente y yo seguía siendo la misma de siempre.
Miré el arrugado papel con la dirección, mis tíos habían conseguido que la hija de quien sabe que amigo suyo me alquilara una habitación. Aunque realmente no me la alquilaba a mí, sino a ellos, ya que yo no era quien pagaba.
Cuando la encontré había recorrido ya varias manzanas y comenzaba a aburrirme. Odiaba el aburrimiento, solo era una forma de malgastar la vida. Otro pensamiento raro; la gente odia aburrirse porque es aburrido, no buscan un por qué.
Ante mí una casa color verde menta, podía ver desde fuera que tenía dos plantas y un amplio jardín delantero, sospechaba que no había trasero, me asomé y no, no lo había. Pero en realidad, el bosque parecía serlo.
Era la última casa, a fueras del pueblo. Al lado de ésta, había una entrada que deducía que daba a un camino para coches a través del bosque. Aquello me hizo preguntarme quién sería el idiota que iría a pasear a través del bosque en coche.
— La casa no está en venta, es la de enfrente.
Una joven rubia me sorprendió. Aún más me sorprendió ver que era civilizadamente guapa, aunque solo había prejuzgado su imagen por ser de pueblo; nunca había tratado con nadie así y la gente solía denominarles como paletos con facilidad.
— No, no vengo a comprarla. Soy...
— ¡Debes ser la sobrina de Nick! —Gritó y dio palmas. Se acercó hacia mí y me abrazó con fuerza.
La incomodidad fue evidente y me separé tan rápido como me fue posible.
— Perdón, soy muy cariñosa.—Se disculpó y sonrió avergonzada. Sonreí para quitarle hierro al asunto, pero agradecí que comprendiera que no me gustaban las muestras de afecto.
— ¿Me enseñas la casa?—Le pregunté y asintió. Cogió mi mano y me arrastró hacia el interior de la casa.
Me había equivocado. Era de naturaleza cercana y ni ella misma se daba cuenta. Me regañe mentalmente por ser tan fría, podría ser una buena amiga. En cualquier caso, la única.
Entramos a la casa y me sorprendió que no era tan amplia como me había parecido en un primer momento. Me enseñó habitación por habitación la casa. Su cuarto era más grande que el mío, como ella dijo, ventajas de llegar primero.
Deshice la maleta y me tumbe durante unos breves segundos en la cama, tal vez durmiera. Pero, pensándolo dos veces, decidí simplemente no hacerlo, quería recordar mi primer día aquí como interesante, y mínimamente divertido. No era alguien con una gran necesidad de diversión.
Busqué a Laia y la encontré haciendo extraños movimientos en el salón.
— ¿Yoga?—Pregunté. Negó con la cabeza.
— Taichi, ¿te enseño?
— No, no. Pensaba dar una vuelta.
— Si quieres puedo acompañarte.
— Me gusta la soledad, es revitalizante. ¿Sabes de algún sitio interesante?
— La cafetería Reynolds es guay. No hay mucha gente porque bueno, es un pueblo de mierda y el número de habitantes también.
Asentí y le di las gracias aunque ignoré su sugerencia, no encontraba un gran atractivo a beber café. No, no lo tenía. Era perder el tiempo.
Así que según salí de la casa, mi casa, miré el camino que había visto antes. Despertaba mi curiosidad y pocas cosas lo hacían, así qué comencé a caminar en dirección a los frondosos arbustos que daban comienzo al bosque.
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La leyenda del Alpha. | A. Ponce
WerewolfLa leyenda proclamaba que el lobo de la paz renacería, uniendo así todas las manadas y liderándolas en una batalla sin precedentes. Lo que no contaba, es que el lobo, no sería más que una adolescente.