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Sentía una suave brisa recorriendo todo mi cuerpo. Ronroneé, había dormido mejor que en toda mi vida.
Abrí los ojos perezosamente y entonces caí en que no lo había soñado.

La noche anterior había sido un monstruo. Uno de ellos. Aún estaba avergonzada por ese hecho.
Recordaba haber corrido durante kilómetros en busca de alguien, de Kaleb, creía recordar. Algo en mi interior ansiaba saber si estaba vivo, y cuando ya le había visto y comprobado que seguía con vida, regresé, aunque me había decantado por dormir en mitad de un prado, desconocía el por qué.

Me dolía todo el cuerpo. Me observé y contemplé con horror que estaba completamente desnuda. En el castillo ya se tenían que haber percatado de que me había escapado, no podría pasar desapercibida. Pensaba en sí Kaleb estaría allí, preocupado, o habría salido a buscarme. O sino habría llegado aún al castillo tan siquiera.

Solo sabía que no me podían encontrar desnuda. El gran lobo blanco insinuó que de descubrirse mi auténtico yo, me perseguirían y matarían, y no lo pensaba permitir. Me acerqué tapando mi cuerpo a la medida de lo posible a castillo, que no estaba muy lejos. Por el frío del ambiente, y la escasez de luminosidad intuí que serían las seis de la mañana. Quizá no hubiera nadie despierto.

No había nadie alrededor del castillo, la ventana seguía perfectamente abierta como yo la había dejado. Corrí y entre de un salto por ésta. De momento, había logrado entrar, pero no sabía si llegaría a la habitación de Kaleb, coger ropa, cambiarme y salir de allí sin ser vista.

Las escaleras eran interminables, si quisieras contar todos los escalones, tardarías un par de horas como mínimo.

Llegué a la puerta de Kaleb y abrí esta con rapidez y sin pensármelo dos veces. Mi sorpresa fue encontrarle allí durmiendo, una leve sonrisa se dibujó en mi rostro. Me acerqué al armario y aunque no debía, me tomé mi tiempo para elegir que ponerme. La gente por primera vez me tenía en cuenta y no me gustaría dejarme en mal lugar.

Entré al baño sin cerrar con llave, no lo creía necesario. En cualquier caso oiría a Kaleb si se levantara de la cama y tendría tiempo de cerrar con llave. Ya me había puesto la ropa interior, del mismo estilo que la del día anterior, pero esta vez negra.

Miré donde creía haber dejado el mono, pero no estaba, debía de haberla dejado en la habitación. Abrí la puerta con cuidado, la respiración de Kaleb era cada vez menos profunda hasta que repentinamente se volvió tan pacífica que me alarmó.

Cogí el mono entre mis manos e intente correr hacia el baño, pero Kaleb ya estaba despierto, mirándome fijamente y con una mirada pérdida. Se levantó de la cama y se acercó a mí con una mirada algo inquieta que no quise analizar como se merecía.

— ¿Dónde estabas? —murmuró. Acercó su rostro a mi cuello y suspiró cerca de éste. Parecía querer hacer que perdiera el control.
— Salí a pasear y se me fue el tiempo.
— Pensé que habías huido —gruñó y acercó más nuestros cuerpos con sus manos. Podía sentir toda la inmensidad de su autonomía— no te vayas, Ky. No te vayas nunca.

Pensé en las palabras de la niña y de Laia, él era mi mate, y yo su luna. Pero aún pensaba cambiar ese destino bajo cualquier precio.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora