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Tras aquel episodio solo deseaba ir a mi cama y descansar. Había estado muy nerviosa, pero había logrado resolverlo y estaba orgullosa de mi misma.

La niña que había conocido el día anterior se acercó a mí, y tras un leve tirón en la manga de mi body, comprendí que quería que la siguiera. Parecía conocer perfectamente el castillo, y me hubiera gustado saber cómo. Pero no me incumbía y ciertamente no era algo que debiera preocuparme; solo era una cría. No podía hacer ningún mal.

Entró en una habitación y la seguí, cerrando la puerta tras de mí.
— Has estado muy bien, luna.— me felicitó.
— ¿Luna? —pregunté— sabes que ese no es mi nombre.
— Ya lo sé, Kylie. Tengo trece años, no dos —protestó enfadada— hablo de tu posición, el mate de un Alpha, es su luna. Y tú eres el mate de Kaleb, ¿no?
— No sé de que me hablas.—admití, estaba recibiendo demasiada información que no quería saber.
— Cada lobo, al nacer, se vincula con otra vida, ya sea un humano, un lobo o incluso un vampiro, lo cual sería repulsivo... Bueno, al vincularse una vida con otra, todas sus acciones les llevarán a encontrarse, se enamorarán y harán cachorritos.

Pestañeé confusa. Una niña me estaba diciendo cual sería mi futuro. Una manada, un marido medio lobo, unos hijos monstruosos... Desde luego no era el sueño americano de cualquier adolescente.

—Yo no puedo ser la Luna de Kaleb.—le dije con un hilo de voz— él no me quiere, ni yo a él tampoco, ¿cómo vamos a estar predestinados?
— La diosa luna os une, mas no os enamora, ¿te ha besado?
— No.—declaré. Fue su turno de parpadear perpleja.
— Que lento —murmuró— en cualquier caso, lo hará. Cuando lo haga no habrá marcha atrás.
— ¿Hay alguna forma de parar esto?

Asintió lentamente y murmuró una maldición al darse cuenta de lo que pensaba hacer.
— Debes decir “yo, Kylie, te rechazo a ti como mi mate” y ya está. Pero solo funcionará si lo dices de corazón, si realmente deseas alejarte de él.

Reflexionaría sobre ello cuando tuviera tiempo, ahora debía salir ahí fuera y actuar con completa naturalidad ficticia.

Divisé a Laia entre la multitud de mujeres. Al verme, se abrió paso y llegó hasta mí.
— ¿Qué tal con mi primo?—me dio un leve codazo, lo que me faltaba; tener que explicarle a Laia que pensaba rechazarle. Decidí no hacerlo.
— Es majo, y guapo.—fue sincera.
— Los genes, nena —bromeó— oye, sé que es un poco precipitado pero, tal vez deberías de demostrar tu autoridad como luna, ya sabes, para marcar a tu chico.
— ¡Por dios, Laia! —exclamé— no es mi chico, y ni siquiera sé si soy su Luna, así que para, por favor.

Se rió y paso su brazo por mis hombros antes de olerme el pelo. Entonces, volvió a reír.

— Hueles a su champú, a su perfume, incluso hueles a él en general —aclaró— te has duchado en su baño, y has dormido con él, bueno, lo de dormir...
— Laia, estoy cansada de que deis por hecho que solo estoy aquí porque me acuesto con el Alpha, pues ¡sorpresa! No lo hago, ni ahora, ni lo he hecho ni lo haré. Somos amigos, asumirlo de una puta vez.
— Ya ha sacado el carácter de luna.—murmuró, y, sonriendo, me cogió del brazo como dos colegialas y tiró de mí hacia un grupo de mujeres.

— Chicas, ¡os presento a mi prima, la nueva luna!

«Mierda» pensé. Hablaría seriamente con Kaleb sobre su prima, cuando volviera. Si es que lo hacía, claro.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora