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El pelaje del lobo me recordaba a un abrigo que me habían comprado cuando era pequeña, era suave, largo y muy cálido. Sin embargo, el lobo temblaba ante mis caricias, como si por algún motivo debiera temerme.

Comenzó a agitarse y se puso en pie. Era imponente, mucho más grande que los lobos que había visto desde que vivía en la manada de Kaleb.
Acercó su hocico a mí e inconscientemente me acerqué a él. Podría haberme devorado en ese preciso instante y no habría podido hacer nada para evitarlo...

«Kylie, ha llegado tu hora» una voz masculina apareció en mi mente. Me asusté al comprender que era el lobo quien me hablaba. «la leyenda habla del lobo superior, perteneciente a una raza extinta, asesinada por sus enemigos, era una raza capaz de liderar a cualquier manada, incluso doblegar a sus Alphas. La leyenda proclama que el lobo superior renacerá para alzar los puños y declarar una guerra de la que solo saldrá vencedor un bando; los que busquen la paz, y no la guerra. Pero recuerda, Kylie. Solo nacerá la paz cuando una vida muera. Tú eres de quien habla la leyenda, te perseguirán e incluso intentarán matarte por tu superior naturaleza. “Solo el alma más oscura, podrá traer la luz al mundo entero”»

Tras pronunciar esas palabras, y sin darme tiempo a reaccionar, huyó despavorido. Trague saliva y me vi obligada a apoyarme contra el tronco de un árbol para no caer al suelo. No podía más, era demasiado, definitivamente todos se habían confundido de persona. No quería ser fuerte. Quería ser débil por primera vez. Sentirme protegida, que alguien me dijera que todo iba a ir bien. Lo necesitaba, porque me desconocía, porque no podía más, porque todo aquello era una carga excesivamente pesada y no podía soportarla.

Me senté y miré el hacia el cielo. Se avecinaba otra tormenta y si fuera humanamente responsable habría vuelto, pero no lo hice. Necesitaba ser irracional, inmadura y una niñata como la vida nunca me había permitido ser. Había madurado a muy poca edad y no había disfrutado de los momentos de niñez que la vida me daba.

Por eso, tal vez una persona más inmadura amaría todo esto, el peligro, y el misterio. Pero esa vida sencillamente no era para mí.

Me levanté y comencé a caminar sin rumbo, olvidando de donde venía e ignorando hacia donde iba. Solo quería caminar, que mis pies me guiaran y no mis emociones.

Comenzó a llover y me resguarde a duras penas en una diminuta cueva en la que apenas y cabía mi cuerpo al completo. No parecía que estuviera dispuesta a cesar la tormenta con rapidez. El olor a humedad y a tierra mojada inundó mis fosas nasales, tranquilizandome y jurandondome que todo iría bien. Solo era agua. No había ningún peligro.

Salí de la cueva con ese pensamiento, solo debía evitar resbalarme con el barrio o tropezar con alguna raíz de los árboles. Caminaba todo lo rápido que podía.

La noche había caído, dificultando aún más todas mis posibilidades de llegar al castillo. Ya lo había visualizado cuando un desgarrador dolor corrompió por completo mi columna vertebral. Un desgarrador grito brotó de mis entrañas. Cada hueso de mi cuerpo se estaba rompiendo y uniéndose a su vez.

Todo fue oscuridad, tierra, y garras.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora