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Mordí la tostada con nutella que Kaleb me había ofrecido. Habíamos bajado al comedor a desayunar, y aunque ante él no mostraban su curiosidad ni se detenían a mirarle, conmigo era todo lo contrario.

— Joder.—murmuré cuando la misma chica, tal vez la cocinera, vino a preguntar por séptima vez si quería codorniz. Codorniz para desayunar, que locura.
Después de decirle que no, se volvió a ir y a entrar en lo que supuse que sería la cocina.
— Solo quieren complacerte.—me aseguró Kaleb, apartando su taza de café vacía de su zona de mesa.
— No tiene por qué hacerlo —le aseguré— nunca he tenido servicio y no entiendo por qué he de tenerlo ahora.
— Porque eres cincuenta por ciento mi invitada y el otro cincuenta por ciento mi prisionera.

«¿Así trata a sus prisioneros?» pensé. «eso no se lo cree ni él»

— Alpha Kaleb.—Le llamaron unos hombres. Les reconocí de haberles visto la noche anterior.
— ¿Pasa algo?—preguntó y se puso en pie, vaya, el resto de hombres también eran altos. Pero desde luego que la presencia de Kaleb imponía mucho más.
— Hay movimiento a trece kilómetros de aquí por el norte, hemos detectado un único individuo, tal vez sea un espía.
— Cortarle el paso —ordenó— no permitáis que cruce el río. Esperarme en el límite de la frontera.

Todos asintieron y tras una reverencia se giraron y salieron de mi campo de visión.
— Necesito que te quedes aquí, y no salgas bajo ningún concepto.—me avisó. Parpadeé confusa.
— ¿Tan peligroso es?
— No te puedes hacerte ni una idea —suspiró profundamente— el resto de mujeres y niños te harán compañía.
— Kaleb, como se te ocurra dejarme sola con todos ellos te juro que te voy a...
— Es por tu bien. Y esta vez, no seducirás a ningún guardia de seguridad para lograr escapar.

Me quedé boquiabierta y él rió levemente. Acercó su rostro a mi cuello y aspiró mi aroma. Pude oír como gemía casi imperceptiblemente del gusto.
Acarició mi pelo y lo colocó todo para el lado derecho de mi cabeza.

— Volveré pronto. —me prometió. No pude decirle más. Me había quedado completamente enmudecida y con ganas de besarle, y mucho.

Besó mi mejilla y le vi alejarse de mí. No podía creer como me afectaba su presencia, su tacto, su voz e incluso su propio olor. Todo en el me estaba haciendo enloquecer e ignoraba que tan perjudicial llegaría a ser esa debilidad.

Permanecí en el mismo lugar, deseando poder correr tras él y suplicarle que no me dejara sola con todos los niños y el resto de la mujeres. No era una persona sociable, y él ya tenía que haberse dado cuenta.

Las puertas, poco tiempo después, se abrieron. Nunca había visto tanta gente gente entrar por la misma puerta, niños que corrían, jugaban y gritaban, madres que les perseguían y suplicaban que se estuvieran quietos.

Una pequeña corrió hacia mi dirección, y finalmente, se chocó contra mis cuerpo. Se había distraído y no se había percatado de que estuviera allí. Todos los presentes enmudecieron e incluso los niños se escondieron tras sus madres. Excepto una niña, la que yo había conocido ayer. Me miraba, como si esperara algo de mí.

— ¡Por favor, no le hagas daño! —gritó la que debía de ser su madre. Intentó acercarse pero estaba al final de la sala y la masa de gente era tan densa que era casi imposible atravesarla.

Me incliné y cogí a la pequeña entre mis brazos. No debía de tener más de cuatro años. Se removía intentando escapar, como lo hacían todos los niños a esa edad.

— ¿Estás bien? —la nena asintió— ¿Cómo te llamas? Yo soy Ky —mire hacia la niña que había conocido del día anterior y negó con la cabeza, enfadada— O sea, Kylie. ¿Cómo te llamas?

El ambiente se tranquilizó y la pequeña sonrió ampliamente.

— Me llamo Tiana.
— Bonito nombre, Tiana.

Me sentía diferente, querida, aceptada.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora