Gran parte del día la pasé en los alrededores del castillo. No había nada interesante que hacer, pero poco a poco iba aceptando lo que ocurría y dejaba de intimidarme en demasía.
No me relacioné con nadie más, principalmente porque nadie se acercaba a hablarme, y sus miradas curiosas y en algunos casos denigrantes conseguían que perdiera el interés por conocerles.
Cuando comenzó a atardecer observé como la gente entraban en sus respectivas casas repentinamente, exceptuando los hombres jóvenes y fuertes. No parecían percatarse de mi presencia, así que me escabullí entre unos cuantos árboles y les espié.
Se dividieron en dos filas paralelas mirándose mutuamente.
— ¡Larga vida al Alpha Kaleb!—Gritó uno de ellos.
— ¡Larga vida al Alpha Kaleb!—Repitieron todos ellos e hincaron su rodilla en el suelo. Parpadee perpleja. Quién era realmente Kaleb, me pregunté.Entre ellos se abrió paso el susodicho. Llevaba una larga capa negra con capucha que cubría su torso desnudo y unos pantalones cortos. Se quitó la capucha y elevó ambas manos, a continuación todos se levantaron.
— Ha habido un revuelo en la zona sur.—Notificó uno de ellos—. Están rompiendo alianzas, y hay amenaza de guerra.
Guerra. No quería ni imaginar que dimensiones podría alcanzar semejante batalla. Lobos contra lobos, de tamaños descomunales, con la inteligencia y maldad del ser humano. Comprendía por qué aquel tema parecía preocupar a Kaleb.
— Creo que debemos intervenir, señor.—Objetó otro de ellos.
— Vigilaremos la zona de paso y protegeremos nuestro territorio. Hablaré con nuestros aliados.
Todos parecieron tranquilizarse, y tras una última reverencia, se alejaron de Kaleb. Salí de mi escondite y me acerqué a él.
— Así que, Alpha Kaleb.—Solté. Éste me miró y frunció el ceño.
— ¿Se puede saber por qué no estás dentro?—Cuestionó más nervioso que enfadado. O a partes iguales.
— Como tú dijiste, estoy aquí porque quiero y hago lo que quiero.
— No le puedes decir nada a nadie, Ky. Es secreto de guerra.
— Tranquilo, sólo iré a la tele a contarlo, idiota. ¿De verdad te preocupa que cuente eso, y no que vaya divulgando vuestra existencia?
Esbozó una sonrisa lobuna y se alborotó el pelo con su mano izquierda. Analicé cada movimiento que realizaba y como sus brazos se tensaban en cada uno de ellos. Era sumamente atractivo. Pero sospechaba era solo eso, guapo. Y aquello era preocupante.
En esto, comenzó a llover. La suave llovizna no me disgustó, de hecho fue revitalizante, pero en pocos segundos comenzó una gran tormenta.
— Entremos.—Indicó Kaleb. Asentí y comenzamos a correr hacia el interior del castillo.
Por el camino, me resbalé. Que impropio de mí caerme, pensé. Oí una carcajada por parte de Kaleb y me crucé de brazos, tratando de mantener un ya perdido orgullo mientras me hundía en el barro.
— ¿No piensas ayudarme o qué? —Espeté. Volvió a reírse y me tendió la mano. Tiré con fuerza de él y sino hubiera rodado, habría caído sobre mí.
— Te has pasado.—Me reprochó. Rodé los ojos y tras coger una bola de barro, se la estampe en su torso desnudo—. Si querías morir solo tenías que pedirlo.
Me cogió de la cintura y me posicionó entre él y el barro sin llegar a aplastarme. Sujetándose únicamente con su brazo izquierdo, con el derecho cogió una bola de barro y comenzó a dejarla escurrir sobre mi cara.
— Suplica.—Me dijo con su típica sonrisa lobuna.
— Ni de coña. Prefiero morir.
Se rió y no pude evitar hacerlo yo también, pero eso no impidió que la bola terminase en mi cara. Ambos estábamos agitados por la pequeña pelea y las risas, así que nos mantuvimos en esa postura un rato mirándonos fijamente.
Era tan... Tan infantil.
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La leyenda del Alpha. | A. Ponce
VlkodlaciLa leyenda proclamaba que el lobo de la paz renacería, uniendo así todas las manadas y liderándolas en una batalla sin precedentes. Lo que no contaba, es que el lobo, no sería más que una adolescente.