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Estar con Kaleb era revitalizante, cada palabra, cada suspiro lograban hacerme sentir bien.
No supe que contestar a eso, pero caí en la cuenta de que desde que hice aquella declaración, dejó de lado la botella de vodka.

- Tengo que revisar la herida.-me dijo.

Levantó solo lo necesario la camiseta y quise sonreír cuando no se aprovechó de la situación para ver más. Aunque ya había visto todo lo que se podía ver.

Deshizo el vendaje y puso mala cara.

- No tiene buena pinta -confesó, triste- la zona se torna morada. Creo que se ha infectado.

Sabía lo que aquello significaba y que Kaleb no quería decir. Había un claro riesgo que no hizo falta mencionar.

- Buscaré quien pueda ayudarte, ¿vale? -asentí, aunque no tenía esperanzas- tú no te preocupes por nada.
- Estás más preocupado tú que yo.
- Bueno, chica que no teme a la muerte, he vivido ya demasiado sin ti, así que no pienso hacerlo ni un segundo más.

Le sonreí y enrolle mis brazos en su cintura. Fue el quien se acercó más a mí y unió nuestros labios tan delicadamente como si los míos fueran de cristal.
Era inexplicable lo que lograba hacerme sentir con un beso. Se separó con una expresión de dolor en su rostro.

-Me duele besarte.
- Si es porque hace un rato Marco y yo, lo entiendo...
- No -me cortó- Ky, me duele el labio.

Había olvidado la paliza que había recibido antes de que el ejército y yo llegáramos. Volvió a besarme.

- Bruto masoquista.-murmuré en sus labios.
- Lo dice la que se clavó una daga.

Reí en respuesta y él también lo hizo.

- Date un baño y después bajaremos, los Alphas y las Lunas están aquí.
- Qué tortura.
-Para mí es una tortura, para ti lo es doblamente, eres una Luna y nuestro líder.

Rodé los ojos y me ayudó a levantarme.

- Parece que tú también necesitas un baño.-le dije mientras veía manchas de sangre en sus brazos.
- Luego lo haré.
-¿Por qué desperdiciar agua?
Sonrió pícaro, pero inmediatamente dejó de hacerlo.
-No podría controlarme, Ky. Cuándo se trata de ti pierdo el control con facilidad.

Comprendí que no era el momento, aún estaba dolorida y supuse que él también. Asentí y comencé a caminar hacia el baño. Una vez allí me costó desprenderme de la camiseta pero lo conseguí, aunque no pude evitar soltar un gemido del dolor.
Ignoré el dolor y logré desprenderme de las braguitas.
Me metí en la bañera y encendí el agua caliente, inmediatamente sentí como mis contracciones musculares desaparecían.

Estaba tan relajada que perdí la noción del tiempo en poco tiempo. Cuándo quise levantarme, mis brazos fallaron y caí nuevamente en el agua. Contuve un grito de dolor cuando mi columna impactó contra el borde de la bañera.

Suspiré y pensé en las posibilidades de salir por mi misma que tenía al haber perdido tanta movilidad por la herida del estómago.

En eso, dieron dos golpes a la puerta.

— ¿Quién es?—pregunté.
— Soy yo —reconocí su voz, era Kaleb— he oído un golpe, ¿estás bien? Sabes qué, te conozco. No vas a admitir qué necesitas mi ayuda, voy a entrar.

No pude evitar reírme al ver que se había quitado la camiseta y se la había atado alrededor de la cabeza para cubrir sus ojos. Se acercó con torpeza a la bañera y supo que había llegado cuando se dio un golpen en la espinilla con esta. Estiró sus brazos.

— Agarrate a mí.

Estiré mis brazos y me agarré a sus brazos.
-— Ahora sueltalos, Ky.
Los solté.
— Coloca mis manos en tu cintura.
— ¿C-ómo?—tartamudeé.
— Hazlo.

Le hice caso y coloqué sus manos en mi cintura.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora