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Cuando tenia diecisiete años me gradué, con un año de ventaja ante el resto, ya que según el director mi intelecto les llevaba ventaja al de los de mi edad. O quizá, me pasaran de curso por pena.

En el baile de graduación no tuve pareja, aunque no porque no hubiera ningún pretendiente. Los hubo de diferentes categorías, desde informáticos hasta el capitán de fútbol. Pero, ¿por qué ser como el resto? Es el último que vivimos antes de adentrarnos en el mundo laboral, buscando hacer algo grande con nuestra vida. Si terminamos una etapa siendo igual que el resto, empezaremos la siguiente de igual manera.

No había ningún atractivo en ser cómo el resto.

No podía dejar de pensar en ello mientras me miraba al espejo. Laia había tratado de dejarme algo de ropa, pero yo tenía menos curvas que ella, bueno, menos de todo en general, así que su ropa me bailaba. Aunque claro que no le dije eso.

— ¿Sabes qué? Creo que traje un mono, sino me pondré el tuyo.—Me excuse. Si, había traído un mono, el que debería haber usado en la graduación en lugar de aquellos vaqueros y la vieja sudadera que usaba para dormir.

Era un mono largo que se ajustaba al cuerpo. De color negro, con escote en pico y sin mangas. Me gustaba porque trataba de realzar unas caderas que yo no tenía, pero que simulaba tener.

Según decía Laia, las fiestas eran elegantes. No el típico descontrol americano al que nos acostumbraban las películas. Por lo que no rechacé su oferta y me puse unos altos tacones negros.

Dejé mi pelo negro al natural porque era liso de por sí, y aunque miles de mujeres darían su vida por tener mi pelo, me hubiera gustado tener el pelo rizado, o algo por el estilo. Maquillé ligeramente mis ojos azules y esperé en el salón hasta que terminó de arreglarse mi compañera de casa.

Cuando la vi bajar por las escaleras supuse que en el pueblo sería conocida por su belleza y elegancia, aunque siendo un pueblo aún dudaba que la gente fuera exageradamente elegante. Pero Laia si lo era.

- Vamos, Ky.-Me dijo y asentí. Fuimos en su coche, porque según ella así haríamos una gran entrada y porque bueno, siendo realistas, caminar con tacones, aunque fueran cinco minutos, por las calles heladas del pueblo era poco agradable.

Así que mientras ella conducía me imaginé como sería la fiesta. Quizá Jake me invitara a bailar, y tuviera que rechazarle, o tal vez no tuviera ningún interés en mí. Miré a Laia, no parecía tener novio, porque no lo había comentado.

Pero la conocía poco, así que no sabía que decir. En cualquier caso, siempre podía intentar que saliera con Jake, igual de cercanos y cálidos.

Llegamos. Ella se bajó e imité su acción. El frío del exterior inmediatamente heló mi sangre, así que me abracé a mi misma, aquella noche había olvidado coger una chaqueta.

Nerviosamente jugaba con mechones de mi largo cabello, creando trenzas y deshaciendolas.

- ¡Ky! -La voz de Jake se escuchó entre el resto de la gente. Le sonreí cuando se acercó.

- ¡Hola! -Grité. Sino, no podría escucharme, la música era un auténtico fastidio-. ¡Esta es Laia!

Pocos segundos después observé como hacían buenas migas y comenzaban a ser cálidos, pero entre ellos. Me sentía como un mal tercio así que cuando un grupo de chicos, que decían ser amigos de Jake se acercaron, la nueva pareja desapareció.

- ¿Y bueno, Ky, cómo te llamas de verdad?-me preguntó uno de ellos, el más atrevido y más agraciado del grupo.

- Qué rápido vas, chico. Primero invitame a algo.

Lo de invitarme a algo era relativo, porque ya me había bebido suficientes cervezas como para hacer un streaptease, pero no. No lo hice, y me alegro de ello.

Uno de los chicos, bajo sus órdenes, corrió a buscarme una cerveza, aunque oí como protestaba. Me sentía mal porque yo a él no le había pedido nada.

Así que, cuando me la trajo, no me sentí conforme.

- Perdona, ¿tu nombre?-Le pregunté.
- Jeremy.
- Jeremy, no eres su criado. No te he pedido a ti una cerveza, sino a él, y desde luego que él no pude obligarte a que tú me hagas un favor. Así que, ya que tú has ido a por una cerveza, bebetela. Porque yo no tengo criados y tú no vas a ser uno.

Me levanté y me alejé de ellos. Por el camino, sentí la impetuosa necesidad de ir al baño, así que subí las escaleras en busca de uno.

Tan distraída iba que choque contra una corpulenta espalda. Y cuando el dueño de esta, se giró, quedé boquiabierta.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora