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Estaba aún en la habitación de Kaleb, completamente sola. Según él, debía de esperarle allí. Y aunque nunca había sido alguien rebelde, tampoco sumisa y obediente por naturaleza.

Salí de la habitación, y descubrí que no era una casa como la mía. No podía ver el final del pasillo, con puertas, y más puertas. No quise entrar en ellas, pero sin duda Kaleb tendría que resolver mis dudas antes de llevarme a mi casa.

Miré hacia las escaleras, habría dos pisos más abajo y otro más arriba. No hubiera creído que fuera un millonario, pero en el pueblo no había visto casas así de grandes, así que deduje que estábamos fuera del pueblo.

Y volví a estar nerviosa. Corrí a la habitación y miré por la ventana, y entonces me quedé sin palabras.

Boquiabierta, estupefacta. Todos los adjetivos eran válidos. Mi corazón se había detenido, al igual que mi respiración.

Un gigantesco lobo había surgido de una persona poco más corpulenta que yo. Estaba en shock. Frote mis ojos varias veces y pestañeé efusivamente.

— Ky...

La voz de Kaleb sonaba vacía y lejana, cómo si me encontrara en una dimensión a parte. Sabía que se había acercado a mí. Que la bandeja que llevaba mi desayuno se había caído al suelo. Y que, estaba frente a mí, hablando y tratando de explicar lo inconcebible.

Sólo oía ruidos. Nada coherente, sus brazos sujetaron mi cintura. Y no entendí el por qué hasta que estuve al borde de caer al suelo y todo recobró sentido.

—Ky, Ky. Venga, vuelve.
—Llévame a casa.-Ordené.
—Déjame que te lo explique.
— ¡Qué me lleves a mi puta casa!
-—Lo siento, Ky. Pero no puedo dejarte ir.

Me alejé de él y me aferré a la ventana con ambas manos. No pensaba saltar, solo sujetarme porque todo mi mundo se estaba cayendo a mis pies. Porque todo lo que creía conocer era mentira. Había construido mi vida en torno a una farsa.

—Te buscaré una habitación individual, si quieres—Propuso.
—Lo que quiero es alejarme de ti.
—Eso te estoy proponiendo.

Replantee mis opciones. Si lo que había visto era real, no sabía si quería salir al exterior. Pero, no me sentía segura tampoco en el interior.

— Eres uno de esos monstruos.—Murmuré. Primera vez que me fijaba en un chico y resultaba ser un abominable monstruo.

—Me habían llamado muchas veces monstruo, pero creo que no me había dolido hasta este momento.

No quise empatizar con él, pero un latigazo lastimero hizo mella en mí.

—Búscame esa habitación. Y quiero ver a Jake. O a Laia. A los dos.

Él asintió y se marchó. Me había obedecido, como si yo tuviera algún poder sobre él.

Había conocido a muchos chicos a lo largo de mi vida. Incluso, había besado a unos cuantos. Pero siempre había sido por el mismo motivo, por intentar sentir algo. No lo había logrado, por supuesto. Lo que buscaba sentir en un beso, lo había sentido en una mirada con Kaleb.

Y ahora me encontraba odiando al mismo chico que tanto me atraía. Y no me preocupaba que su físico me gustara, sino que su mente llegara a hacerlo. Porque de un cuerpo y una cara te olvidas, pero cuando te enganchas a una mente, a un alma, a una voz, estás jodido. Jodidamente perjudicado.

La leyenda del Alpha. | A. PonceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora