Regreso a la escuela después de estar cinco días suspendida. En cuanto salió de clases fue directo a la montaña. Las sillas colgantes funcionaban como siempre, pero muy pocos esquiadores bajaban por la ladera. Espero junto a la pistas durante casi dos horas. Ni el entrenador ni el equipo aparecían. A cambio de eso, el guia de la montaña, con su traje rojo, pasó junto a ella varias veces y la miró con curiosidad.
Volvió triste a casa.
-¿Estar - bien - Itzel? -le pregunto Tiffany.
-Si.
-¿Por qué - ir - montaña?
-¿Me está espiando? ¡Deje en paz! Leave me alone.
Y se encerro en su cuarto.
Durante los siguientes días, acudió nuevamente a buscar al entrenador. No tuvo éxito. Al final de la semana, entro a la cafetería de esquiadores, se sentó y miró por la ventana. De pronto adivinó una presencia detrás de ella. Giro el cuerpo.
-¿Por qué me molestas, Tiffany? Oh, perdón, digo, I'm sorry, pense que era...
El especialista en rescate la observaba.
-Do you have a problem?
-No. No tengo problemas. Es solo que... ¿usted habla español?
-Si. Te e visto por aquí varios días. ¿Buscas a alguien?
-Al entrenador de esqui.
-Está de viaje. Si me dices que necesitas, tal vez yo pueda ayudarte. Me llamo Alfredo Robles y soy venezolano.
Itzel lo observo de frente. Era un hombre atlético, pero muy feo. Aunque se dio cuenta que no debería arriesgarse hablando con desconocidos, ya era demasiado tarde para mostrarse selectiva.
-No se exactamente que tipo de ayuda necesito -comenzó-. Me llamo Itzel, soy mexicana. Vine aquí por un año y me a ido muy mal. Voy a la escuela de Pine Oak , pero no tengo amigos porque no puedo comunicarme. Trate de entrar al equipo de gimnasia y ni siquiera me dieron la oportunidad de examinarme. ¡Piensan que soy tarada! Hace algunos días hice una travesura ¡y me llevaron a la corte! Ahí me dieron esta tarjeta -se la mostró, pero a él no le intereso leerla-. Por casualidad conocí al entrenador de esquí esa tarde. Vio mi tarjeta y pensó que yo era delincuente. Quiero borrar la imagen que le di porque necesito tener un maestro que hable mi idioma -titubeo-, antes de que estalle. Los bolillos me han maltratado. Los odio. Aquí todos son cuadrados, rígidos y exigentes.
El hombre respiró despacio, se quitó los guantes, los puso sobre la mesa y tomó asiento junto a la chica.
-A ver, hija -dijo-. Estamos en una cultura distinta, con muchos defectos pero también con muchas cualidades.
-¿Ahora me va a decir usted que es un latino frustrado que admira a los bolillos? ¿Qué cualidades pueden tener?
-Tienen una excepcional: Saben hacer mapas y seguirlos.
-¿Como?
-Para ir de una ciudad a otra, esquiar en la montaña, hallar un tesoro escondido y mucho mas, solo necesitas tener buenos mapas y respetarlos.
-¿De qué diablos habla? ¿Acaso en nuestro país no tenemos mapas?
-Los tenemos, pero no somos, como tu dices, tan <<cuadrados, rígidos, y exigentes>> para obedecerlos.
-¡No entiendo! ¿Qué son los mapas?
-Las leyes, Itzel. ¡Las leyes! Muchas de las nuestras deben modernizarse, pero la mayoria funciona. El problema es que no se cumplen. En los países de primer mundo hay una política de cero tolerancia a la delincuencia. Las reglas son inflexibles o tajantes. La autoridad castiga a los infractores ante la mas minima falla. Si alguien se equivoca poco, lo reprenden mucho, y si se equivoca más lo arrestan, lo llevan a la corte y le hacen el gran circo. Son exagerados para regañar a quien quebranta las leyes. Mentir es un delito, hacer trampa es un crimen, pasar las líneas amarillas es una fechoría. Conozco a cierta joven que fue expulsada de la universidad sólo porque copió un artículo de Internet y dijo que ella era la autora. También e visto a policías que detienen a niños cuando tratan de robarse dulces. Mientras en nuestros países la mayoría de la gente considera que la autoridad es inepta, corrupta, o tonta, aquí hay un excesivo acato a las normas y a quienes están encargados de hacerlas cumplir; el sistema le enseña a la gente desde su niñez que tiene libertad para todo, menos para desobedecer los mapas.
-A ver, a ver, ¡un momento! -objetó Itzel-,¿y por qué si las personas en este país son así de rectas hay tanta drogadicción, inmortalidad sexual y delincuencia escondida?
-Bueno, porque algunos obedecen las leyes, no por convicción sino por miedo; le temen a los castigos, y cuando están solos o 《escondidos》, como tú dices, se desquitan. ¿Has sabido de jóvenes norteamericanos que en sus vacaciones de primavera se van a otros países para hacer desmanes, emborracharse, drogarse y desnudarse? ¡Es algo muy común? Pero, aquí públicamente, casi nadie se porta mal, porque si es descubierto tiene muy pocas probabilidades de quedar impune. Los mismos latinos, que a veces son tramposos en sus países, donde muy pocos siguen los mapas, cambian al llegar a Estados Unidos, ¡respetan las señales de tráfico y se forman detrás de la líneas!, porque 《a la tierra que fueres haz lo que vieres》, y aquí no tienes otra opción más que obedecer las leyes. ¡Jamás se te ocurra desafiar a un policía o hacerte chistosa con la autoridad porque te convertirás en delincuente!
-Lo sé. Ya me ocurrió.
-A la mayoría nos pasa alguna vez. Es terrible, pero, por otro lado, eso te da la ventaja de que si alguien comete el más mínimo abuso contigo, puedes acusarlo con un superior, demandarlo y hasta exigir una compensación. Casi todos han tenido que pagar sanciones por hacer algo mal, así que con el paso del tiempo la misma gente se convierte en policía. En culturas como ésta, los ciudadanos se cuidan unos a otros. Son celosos de la ley, se la pasan denunciándoce y enseñando a los demás cómo deben comportarse. Al principio es muy molesto, pero con el tiempo te acostumbras.
-Vaya-suspiró Itzel-, para mi es como estar en una prisión llena de gente hipócrita.
-No. Hay muchas personas rectas que se conducen honradamente aunque nadie las vea, incluso aunque viajen a Latinoamérica. Su integridad ya no tiene que ser vigilada por otros, pues creen que ciegamente en sus mapas.
-¡Pero entre los jóvenes existe un gran libertinaje sexual! -insistió Itzel.
-Posiblemente. No todo es bueno en esta cultura. La chica dejó de sentirse agredida y captó el mensaje. Había muchas cosas que aprender, y otras que evitar.
-¿Y usted -preguntó después-, tuvo que sufrir para adaptarse aquí?
-Yo crucé la frontera de manera ilegal. ¿Sabes lo que eso significa?
-Más o menos.
-¡Una pesadilla, Itzel! Tuve que caminar varios días en el desierto de Arizona. Me quedé sin agua y sin comida; vi alucinaciones, sentí que las piernas no me obedecían y la lengua se me pegaba al paladar. Me desmayé y estuve a punto de morir. Un campesino norteamericano me rescató y me ofreció trabajo. Am principio se lo agradecí, pero luego comprendí que solo deseaba estafarme. ¡Me obligaba a cultivar la tierra bajo condiciones terribles, y casi no me pagaba! Un día quiso azotarme y no lo permití; peleamos; al final lo dejé mal herido y tuve que escapar. Para no ser atrapado por las autoridades, me subí a un tren de carga y viaje durante varios días. Al fin llegué a los suburbios de una ciudad enorme. Ahí conocí gente que hablaba español. También eran ilegales. Me enseñaron a robar y aprendí el inglés de los delincuentes: sólo majaderías y amenazas. Hasta que una noche... -interrumpió su relato con la vista fija en un punto; era evidente que sus recuerdos lo lastimaban-. Mis compañeros y yo quisimos robar dinero a un hombre que caminaba solo. El tipo trató de huir y dos de mis amigos le dispararon por la espalda. Se arqueó y lanzó un terrible grito antes de caer. Fue escalofriante. Yo nunca había visto un asesinato. Mis compinches cargaron el cuerpo, lo metieron a un enorme tanque de basura y corrieron. Yo no pude moverme. Estaba en shock, dándome cuenta de lo hondo que había caído. ¡Cuando salí de casa sólo soñaba con hallar un buen trabajo y regresar con suficiente dinero para ayudara a mi madre y a mis hermanos! ¿Cómo había permitido que las cosas se salieran de control? Sentí un gran remordimiento. Fui al tanque de basura y levanté la tapa. ¡El cuerpo del hombre se movió ligeramente! ¡Seguía vivo! Corrí a la calle principal. Una patrulla rondeaba la zona. Le hice señales para pedir ayuda. Los policías llegaron y les expliqué, con ademanes, lo que había pasado. Encontraron al moribundo, y en menos de diez minutos llegó la ambulancia. Me metieron a la cárcel. Volvió a detenerse. Itzel se sintió un poco tonta ante ese impactante relato. ¿Ella se quejaba de no poder comunicarse? ¡Que absurdo!
-¿Y cuánto duró en la cárcel? -preguntó.
-Sólo unos meses. Fue algo muy extraño porque yo había entendido que mi sentencia era de varios años, pero alguien abogó por mi. Según me explicaron, estaría bajo la custodia de la persona que se había ofrecido a ayudarme. Iba a tener que trabajar, acudir a una terapia, vivir en la casa de mi protector y seguir reglas muy estrictas.
Comprendí todo cuando abandoné las celdas y lo vi. Lo reconocí de inmediato, aun estaba en silla de ruedas. Una de las balas que entró por su espalda le había dañado la columna vertebral.
-¡El hombre a quien le salvó la vida! -adivinó Itzel.
-Si. Me llevó a vivir con él. Fue lo mejor que pudo pasarme. Aprendí mucho. Habla varios idiomas. Además de ser antropólogo, se volvió deportista, pues para rehabilitarse de su herida neuronal tuvo que entrar a un programa de ejercicios muy estricto. Incluso participó en competencias atléticas de discapacitados. Yo lo acompañé.
Después de muchos meses, se levantó de la silla de ruedas y comenzó a caminar apoyado en una sola pierna.
Itzel tragó saliva y preguntó:
-¿Y... ahora esquía?
-Si...
-¡Dios mío! -exclamó la joven-... ¡Es él!
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Invencible
Teen FictionItzel viaja sola a otro país y se hospeda con una familia extraña. Desea aprender otro idioma y cultura. Pero sus compañeros la discriminan; sufre un accidente y comete errores que la ponen en problemas legales. Entonces, se ve obligada a enfrentars...