Capítulo VII

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Los avances en la empresa vinieron en abundancia, la editorial tuvo mayor demanda y a la vez, mejores ventas en nuestro periódico. Pero ni eso se comparaba con el dolor que habitaba en mí.

Recordaba de cuando en cuando ese instante de la foto que aún conservaba en mi escritorio, Veía su sonrisa junto a la mía y creí que para Samuel, ya estaba muerta. Muerta en el olvido de su mente.

Parecían las 4:00pm de la tarde, el trabajo se acumulaba y por ello, la tardanza de salir de allí. Corriendo y tratando de llegar a casa, las cosas tiradas en el suelo se hallaban. Lo próximo fue inolvidable...

- Señorita, permítame ayudarle.

- Pierda cuidado. No me di cuenta de... ¿Samuel?

- Dios mío. ¿De verdad eres tú?

Sus ojos verdes brillaron más que nunca. Tenía ansias de verme, luego de mucho tiempo.

Lo abracé de inmediato para sentir su calor, quería estar cerca de él, como no lo estuve estos dos últimos meses. Me sostenía fuerte, y al mismo tiempo, con fervor y conmoción.

Ni siquiera importó lo que todavía estaba por recoger. Quería llorar, sin embargo, no era lo apropiado. Al menos no ahora. Caminamos rumbo a mi destino, deseaba escuchar su voz nuevamente y refugiarme en el sombrío silencio:

- Estos meses fueron una eternidad, pero me alegra mucho estar aquí contigo. Los agentes de la firma de abogados comprendieron lo que me paso y me dieron descanso hasta mi recuperación. Estoy pensando en comprometerme con Penélope, creo que eso la haría muy feliz. Hablo sin detenerme, y cuéntame, ¿Cómo te ha ido este tiempo?

- Todo de maravilla, en el trabajo me va mucho mejor con grandes beneficios. Además, estoy conociendo en mi área a un colega. No hemos salido juntos, es una persona muy agradable y por el momento, nos mantiene una buena amistad.

Él se manifestaba desanimado acerca de lo contado e incómodo con lo que de pronto supo, aunque no paramos de conversar y entablar una situación perfecta.

Llegamos al apartamento y ninguno de los dos se apresuró a despedirse, porque retornada ese día del sol naciente. Fue ahí donde me propuso algo espléndido:

- Catalina, espero que esto no sea exagerado para ti y me gustaría seguir esta charla, como amigos, claro. Así que, quiero que me respondas, ¿Cenarías conmigo esta noche, por favor?

- Me encantaría, Samuel.

- Te recogeré a las 8:30pm, ¿De acuerdo?

- Si, por supuesto. Te veré después.

Notaron que ni él no yo nos dijimos "adiós". No lo mencionaríamos hasta el final de la cena. Ya imaginaba los temas de conversación, y lo que soñábamos despiertos. Ambos por fin tuvimos la oportunidad precisa al alcance de nosotros.

Prohibido No Enamorarse (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora