capítulo 3

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-Gabriela, en cinco minutos iremos al hospital.

Ha sido el domingo más aburrido de la vida entera. Los tres de mis amigos salieron con sus respectivas familias, mientras que en la mía Otelo tenía guardia y mis hermanos decidieron salir sin mí.

-Está bien. – no tenía más que hacer y alguna excusa que poner.

Me despojé de mi pijama y me vestí con lo primero que vi, que consistía en unos jeans (que los llevo usando desde hace tres días), una camiseta larga de botones, mis zapatos y listo. Salí antes de que Otelo me gritara.

Una vez llegue a la parte inferior de mi hogar salí hacia el auto sin necesidad de que Otelo lo pidiera. Sentada y seria le espere hasta que llegó

Tal cual padre e hija, emprendimos camino.

Siempre que voy por carretera me gusta ver a mi alrededor. Ver a las personas, los animales, la cultura y a los vendedores ambulantes me relajan en el transcurso del camino. Siempre imagino la vida de los demás, les invento cosas que les sucederán en diez años, adivinar en que trabajan y en donde viven. Me fascina, en verdad me encanta.

Aburrida porque no se encontraba mucha gente en las calles (a pesar de ser domingo por la tarde) baje la ventanilla y empecé a hacer caras a la nada.

Hasta que una señora me vio enseñar el dedo corazón a la nada cuando trataba de ocultarme de Otelo y no me regañase. Una vez más mi suerte no está de mi lado.

Al indignarse, tocó febrilmente su bocina para llamar la atención de mi padre que concentrado esperaba a que la luz roja del semáforo cambiara de color.

Por suerte para mí y la de todos cambió, y arrancamos sin que Otelo se enterase de todo esto (esperemos y no lo haga).

Después de aquello, llegamos por fin al dichoso hospital que me vio crecer.

Papá me dejó en la sala de espera y entró en su consultorio a esperar su próxima víctima, perdón, paciente.

Algo que me gusta de venir al hospital, es que entra y salen personas a cada hora, y entre los tantos de ellos, se cruzan algunos guapos, que si tienen suerte les alcanzo a tomar una que otra foto (más tarde las elimino, pero mientras tanto disfruto de tenerlas).

En una búsqueda cautelosa (para no decir acosadora) encontré al guapo de espalda frente a mí. Por instinto él volteó:

-Gabriela, niña, ¿Cómo estás? – me saludó alegremente al verme.

-¡Profesor Daniell! Que sorpresa ¿Qué lo trae por estos rumbos?

-Mi esposa viene con el doctor. - Claro, su esposa. - ¿Y tú, pequeña?

Estoy muriendo ahora mismo. ¡Me llamó pequeña!

-Vengo con mi padre.

-¿Te dejo fuera?

-Pues en una parte sí, pero él es doctor, el de alergología.

-¡Que coincidencia! Mi esposa viene justo a con el doctor Otelo.

-¡Ese es mi padre!

Duramos microsegundos sin decir nada y solo sonreírnos y muy en el fondo sentía el sabor amargo de saber que todo esto no será más allá de la relación alumno-profesor.

-Todo estuvo perfecto...- Mi padre salió del consultorio junto a una mujer, que casualmente era la misma que me vio mostrar el dedo malo. ¿Upsi? – Camila, ella es mi hija Gabriela.

Con el temor correr por mis venas de tener a la dichosa Camila frente a mi y tener también el poder de delatarme, recé a todos los dioses que existiesen. Ella solo asintió (puede respirar nuevamente) y miro al guapo. Creo que ella es su esposa.

Mis mil y un amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora