Incursión en la atípica ciudad

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En Brezal Grey no se detuvo largo rato. Fue directo a una caballeriza y pidió un caballo. En primera instancia el caballerizo era un timador y pedía un alto precio, pero Grey no tenía dinero, solo manzanas. Entonces tuvo que ofrecer manzanas.


—Si quieres comprar un caballo —explicó el caballerizo—, son doscientas monedas de oro. Si prefieres pagar en plata son ochocientas monedas, o si lo que tienes es bronce, serán cuatro mil ochocientas. Si lo que quieres es alquilarlo, serán siete monedas de oro al día y tendrás que dejar doscientas monedas de oro, ochocientas de plata o cuatro mil ochocientas de bronce como seguro, los cuales te serán devueltos cuando regreses el caballo, o si lo prefieres puedes firmar un papel, ya sabes, por si no lo regresas, entonces serás perseguido por la Armada Central. Si lo que tienes es plata o bronce para alquilar, haz tú mismo los cálculos.

—No tengo ningún tipo de monedas —aclaró Grey—. Solo tengo manzanas blancas, y quiero alquilar, no comprar. ¿Será que puedo pagar con manzanas y firmar el papel? Lo haré regresarse en seguida, solo lo quiero para llegar hasta Ciudad Sagrada.

Los ojos del caballerizo brillaron refulgentemente al ver una oportunidad de timar de buena manera.

—Por supuesto, en ese caso serían doce manzanas blancas por el día de hoy.

Cualquiera le hubiese atizado un buen puñetazo en los morros y luego le hubiese escupido en la toda la cara. Una manzana blanca costaba cuatro monedas de oro, ¡y el pedía doce! Sin duda era un gran robo lo que planeaba, pero nada de esto pasó por la cabeza de Grey. Tenía prisa y no quería perder mucho tiempo. Así que le dio las doce manzanas blancas. El caballerizo estuvo tan contento por esto que incluso se olvidó de darle el papel para firmarlo en caso de quedarse con el caballo. Cualquiera se lo hubiese quedado. Cualquiera excepto Grey.

Una vez dadas las manzanas y entregado el caballo, Grey tomó las riendas de inmediato y se montó deprisa. El caballerizo se despidió mostrando todos los dientes en su sonrisa satisfecha.

—Buena suerte en tu viaje.

—Gracias. Supongo que el caballo conoce el camino de vuelta.

—Por supuesto. Tan solo atízale una buena en el culo y él regresará derechito hasta aquí.

Grey tan solo asintió y acto seguido se marchó al galope.


En relativamente poco tiempo ya estaba frente a los lindes del oeste de Ciudad Sagrada.

Desmontó el semental castaño y lo miró con mohína. Era un caballo hermoso, y le había costado mucho alquilarlo, pero tenía que despedirse de él, no quería entrarlo en la ciudad. Un caballo podría ser muy llamativo y ruidoso y Grey tenía que ser lo más sigiloso posible.

Atizó al castaño para que se marchase por donde vino. Se quedó mirándolo alejarse en el horizonte hasta que se perdió de vista.

Se volvió hacia la ciudad luego de un rato de reflexión y se dispuso a entrar.

Se acercó con cautela y lentitud hacia la pantalla de tenue luz blanquecina que recorría los extremos de la ciudad marcando los límites de la barrera que encarcelaba a los Grises dentro. Primero estiró un brazo y sintió un cosquilleo que le escalaba a medida que la mano se adentraba más y más. Se sentía como si centenares de hormigas avanzaran por su cuerpo en aquel punto donde atravesaba la delgada barrera. Un sentimiento extraño pero inofensivo.

Cruzó por completo y el cosquilleo desapareció al instante, entonces se puso a marchar y fue cuando prestó mayor atención a los detalles característicos y peculiares de la atípica ciudad.

Ciudad Sagrada - Entre Blanco y GrisWhere stories live. Discover now