Un amargo inicio

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Las aves revoloteaban y se dispersaban cada vez que el repiqueteo de las espadas se aproximaba.

Con sus opacos y misteriosos ojos miraban fijamente las dos figuras que se abalanzaban la una contra la otra. Impetuosas.

Moviendo sus espadas de un lado a otro seguían sus enérgicas embestidas, sin paro, ágiles en sus movimientos, dos figuras diestras en el arte de la espada.

El más joven, un chico de pelo gris, evidenciaba su experiencia con la catana dando ágiles saltos de un lado a otro, en un arte que combinaba el constante y grácil movimiento corporal con el maravilloso baile de la espada en sus manos.

El otro, de semblante también joven, pero que las aves tenían más tiempo contemplando, un extraño peliblanco con blancas alas que empuñaba una espada de estoque es su mano derecha y cuyos movimientos dejaban mucho que envidiar al otro.

El Alado hacía retroceder con cada embestida al pelo gris, demostrando su superioridad en la pelea. Sus movimientos no tenían desperdicio y no dejaba ni siquiera respirar al joven de la catana.

La gaviotas y golondrinas alzaron el vuelo cuando los espadachines estuvieron más cerca de sus árboles. Parecía que hasta el mismo bosque trataba de huir de ellos. Solo un cuervo se quedó lo suficiente para ver de cerca el espectáculo sin inmutarse. Los cuervos se asustan con dificultad. Desde la cima del árbol los observó acercase mientras el pelo gris retrocedía ante el peliblanco. Solo cuando el Alado acorraló al pelo gris se esfumó el cuervo, pues lanzó una estocada tan fuerte que hizo estremecer el árbol en el cual acertó.

Pronto, cuando avanzaron los suficiente hasta llegar a la orilla del superficial río que atravesaba el bosque, ya el pelo gris no tenía adonde huir. Se plantó y trató de dar otra de sus piruetas para atacar desde un flanco al Alado... pero no le salió como lo planeó. El peliblanco bloqueó su tajo y acto seguido lo atacó con el mango de su espada en un costado, luego le propinó un rodillazo que lo hizo caer a una distancia considerable.

El chico bufó y protestó, luego se incorporó nuevamente y se abalanzó contra el Alado, pero esta vez el hombre con plumas respondió de otra manera. Blandió su espada en un movimiento oblicuo desde el centro hasta el suelo, en lo que resplandeció un brazalete con una especie de gema blanca en su centro que llevaba puesto a su muñeca derecha, luego, de súbito, el Alado bloqueó el ataque que el pelo gris se disponía a propinarle, y fue cuando el brazalete incrementó su destello y lo lanzó por los aires unos cuantos metros hasta que cayó con estrépito al otro lado del río.

Trató de incorporarse nuevamente, pero aquel ataque lo había pillado desprevenido y lo había golpeado de lleno, por lo que volvió a caer.

El Alado se acercó atravesando el estrecho río hasta alcanzarlo, luego lo apuntó con su espada y la levantó. Pero no hubo golpe. El Alado volvió a envainar su espada. Ayudó a levantar al aprendiz, quien apenas podía mantenerse en pie, pero luego fue recuperando sus fuerzas y se quejó.

—Eso no fue justo, yo no tengo un brazalete como el tuyo —masculló mientras se daba un masaje en la espalda. El golpe de la caída había sido fuerte.

—Las peleas no son justas. A tus enemigos no les importará que tengas o no un Cristal Divino —respondió el Alado dedicándole una sonrisa de burla, luego le dio la espalda y se dirigió hacia el río.

El pelo gris seguía quejándose, pero luego lo siguió y se detuvieron a ver la suave corriente. No había nada allí, pero el Alado analizaba el lugar como si estuviera buscando algo, y al ver que no lo encontraba siguió por la orilla hasta llegar a un lugar más profundo y ancho del río, uno donde pudiese haber peces.

Al cabo de un rato descubrió un lugar donde se encontraban unos bagres. Se acercó y sumergió la mano, a lo que uno salió a la superficie y se le acercó. El Alado agachó su cabeza y se dirigió hacia el pez, como si estuviese hablando con él.

Ciudad Sagrada - Entre Blanco y GrisWhere stories live. Discover now