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—Deja que lo haga yo. —Harry le dirigió su mejor mirada seria de hermano mayor. No funcionó. De hecho, ahora que lo pensaba, nunca le había funcionado.

—Está bien. Puedo poner arriba yo sola mi estúpida maleta. —Alguien estaba de mal humor, pero no podía culparla, dadas las circunstancias. Hubo una pausa—. Quiero decir: no, gracias.

—Yo lo haré —intervino la asistente de vuelo, que arrancó la bolsa de las manos de Emmaline—. Tome asiento mientras voy a buscar un poco de champán.

—¿Por qué lo has hecho? —siseó Emmaline.

—Porque mido más de metro noventa y los asientos de turista están hechos para enanos muy flacos —repuso él, hundiéndose en el asiento de cuero.

—Estupendo. Pero ¿por qué lo has hecho por mí?

—Porque no eres una enana flaca.

—¿Es un insulto?

—¿Eso crees? ¿Te gustaría ser una enana flaca? A pesar de que estás actuando como el enanito gruñón...

—De acuerdo, de acuerdo... Estupendo. Me sentaré aquí. Pero no me gusta.

—Claro que te gusta. Es primera clase. Relájate, Emmaline.

Ella se sentó, y él tuvo que sonreír. Em estaba tan poco relajada que casi era divertido. En cuanto a él, estaba francamente agradecido por esa boda.

Adoraba a Kevin y a su novia por haber decidido casarse e invitar a Emmaline.

Que ella tuviera que llevar un acompañante. Que tuvieran que atravesar todo el país. No se sentía tan bien desde antes del accidente. Iba a estar a miles de kilómetros de personas que solo querían estrecharle la mano o invitarlo a cerveza, de los platos cocinados que no dejaba de llevarle la madre de Sam Miller, del aparcamiento del hospital, de su bien intencionada pero omnipresente familia, de que Hadley le diera la lata día sí y día también. Que su compañera de asiento estuviera de mal humor era un precio pequeño a pagar.

La azafata apareció con dos copas de champán.

—Gracias —dijo Harry.

—De nada. —La joven les sonrió a los dos—. ¿Le pone nerviosa ir en avión? —
preguntó amablemente a Em.

—Hoy sí —respondió ella, resoplando contra la copa de champán—. ¡Oh, mierda! Me he olvidado el spray antiencrespamiento.

—Seguramente haya alguno en las tiendas de Los Ángeles —murmuró Harry.

—No como este. Lo pedí por Internet. Vino desde Sicilia. Es de importación. En Sicilia sí que entienden de pelo encrespado. No lo venden en Estados Unidos.

—¿Acaso está hecho con alas de ángeles y pecas?

Ella tomó la copa de champán de Harry y se la bebió también.

—Sí, y de sangre de hadas.

La asistente mantuvo una inquebrantable sonrisa que acabó resultando un poco espeluznante.

—Si quieren algo más me avisan —dijo inclinándose un poco.

Emmaline jugueteó con el móvil, examinó el cinturón de seguridad, lo soltó y se lo abrochó un par de veces. Se quitó la goma del pelo y volvió a recogérselo en una coleta. Bajó la persiana, la subió. Trató de guardar la copa de champán en el bolsillo del asiento. La puso en la bandeja. La volvió a quitar.

—¿Quieres relajarte, por favor? —le pidió él, quitándole la copa—. Tranquilízate, anda. El pelo estará bien. Limítate a divertirte.

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