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Harry regresó de Savannah justo a tiempo para cenar con su padre y la señora Johnson.

—¿Qué tal el viaje, hijo? —le preguntó la señora J después de que terminara la tercera porción de asado de cerdo con guisantes y patatas, su plato favorito.

—Estuvo bien —respondió—. Y ya está hecho. Eso es lo mejor.

—¿Cómo está la familia de Hadley? —preguntó su padre.

—Son fantásticos.

—Siempre me gustaron —reconoció su padre.

—Pero ella no —añadió la señora J—. Te lo dije siempre, Harry: esa mujer no es buena para ti, pero no quisiste escucharme, ¿verdad?

—No, señora J. Y debería haberlo hecho. Lo siento. Por favor, ¿puedo tomar un poco de tarta?

—Dentro de un rato, hijo desagradecido. —La vio cruzar los brazos—. Antes explícame qué es esa tontería que he oído sobre ti y Emmaline Neal.

—No te preocupes. Ha terminado. —Las palabras fueron casuales, pero le provocaron una extraña opresión en el pecho. Emmaline y él no habían estado juntos mucho tiempo. La verdad es que no era normal que se sintiera tan... vacío.

La señora J regresó a la encimera y le cortó un trozo de tarta.

—Es que precisamente lo de dejarlo con ella es un sinsentido, Harry. —Le puso una mano en el hombro y él bajó la mirada. Estaba acostumbrado a restar importancia a lo que le decía el aquelarre, sin embargo, con la señora Johnson... A ella no era fácil no hacerle caso.

—Hyacinth —dijo su padre—. ¿Podrías dejarnos a solas un momento, cariño?

—Claro que sí, cielo. Harry, presta atención a tu padre. —Lo besó en la mejilla y salió de la cocina. Si Harry la conocía bien (y lo hacía), se quedaría espiando.

—¿Qué pasa?

Su padre le dedicó una mirada penetrante.

—Estoy preocupado por ti.

—No es necesario que lo estés —dijo con demasiada rapidez. De alguna forma, los amables ojos de su padre le hacían sentir mil veces peor.

—Lo estoy, hijo. Pareces perdido.

«¡Mierda!» Notó un nudo en la garganta.

—Estoy bien.

Su padre no dijo nada de inmediato, pero cuando lo hizo, su voz era muy, muy suave.

—Cuando tu madre murió —empezó—, había días en los que no sabía cómo había llegado de un lugar a otro. Estaba en el granero y pensaba: «¿Cómo he llegado aquí? ¿He desayunado? ¿He conducido yo?». A veces miraba mi cara en el espejo y no me reconocía.

La sensación le resultaba familiar. Solo que no quería que su padre, ni nadie de su familia, perdiera el sueño por su culpa.

—Así que te veo ahora, hijo, y reconozco esa mirada perdida. —Su padre puso una mano sobre la de él—. Sé que estás sufriendo. Todos lo hacemos. Y también sé que tu sufrimiento no va a desaparecer una noche, mientras duermes. Lo que le ocurrió a esos jóvenes es aterrador.

—No dejo de pensar —confesó Harry, y las palabras se resistían a salir—. Si hubiera hecho algo diferente, si hubiera sido veinte o treinta segundos más rápido, o incluso diez, quizá...

—Eres humano. Hiciste todo lo posible. Los ayudaste. Los otros muchachos estarían muertos si no fuera por ti, Harry. Rescataste tres vidas esa noche, Harry. Eso importa también.

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