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Harry hubiera jurado que olía a beicon.

Estaba de nuevo en la habitación. Em lo había abandonado en la boda y dejado que se enfrentara solo al monólogo sobre la colonoscopia que había sufrido el año pasado la abuela de Naomi. Y sonaba todavía más horrible en ruso, con todos esos sonidos guturales.

Estaba un poco preocupado. Emmaline no había respondido ni cuando la llamó ni a su mensaje de texto. Estaba seguro de que no habría conducido: era policía y sabía mejor que nadie que cuando se bebía no se debía conducir.

Si Josh Deiner lo hubiera entendido igual de bien, ahora no estaría en coma.
Por un segundo, Harry hubiera jurado que sentía el agua del lago por encima de la cabeza. El automóvil parecía lejano, hundido en el fondo del lago. Rodeado por el frío y la oscuridad.

«No. No, gracias.»

Arrancó de su mente el recuerdo de aquella gelidez peligrosa y oscura.

Estaba en California, de noche, y la luna creciente brillaba sobre el Pacífico. Hacía más de veinte grados. Si existía alguna razón para vivir en California, era el clima. Y lo mismo ocurría con San Francisco, un lugar que había visitado un par de veces. Además, California era la tierra del vino. Una combinación flipante.

Bien. Estaba pensando en otras cosas. Recogió sus pertenencias, dado que tenían un vuelo temprano, y se cambió el traje por unos jeans y una camisa.

Sonó el móvil. La señora J, y eso no lo esperaba, le había enviado un mensaje de texto.

Harry, querido, te echamos de menos terriblemente. ¿Cuándo te marchas de California y regresas a casa? Tu padre está deseando verte.

Tenía varios mensajes más. Sus tres hermanas, preguntándole cómo iba la boda. Uno de Ned, preguntándole si quería ir a tomar una cerveza, y luego otro diciéndole que se había olvidado de que no estaba. Dos de Abby, pidiéndole ayuda en un proyecto de química para cuando regresara. Otro de Goggy que decía: WJY SEK a DDjk. Su abuela acababa de comprar un smartphone y, muy a pesar de toda la familia, se quejaba de que las teclas eran diminutas y que no entendía el corrector automático. Eso o que acababa de tener un ictus.

Había cinco mensajes y dos llamadas de Hadley.

Respondió a Abby y a la señora J, le dijo a Goggy que dejara lo de los mensajes hasta que Ned le enseñara e hizo caso omiso de Hadley.

Ojalá se hubiera largado del pueblo.

Honor le había dicho que se había instalado en el edificio de apartamentos Opera House. Eso no era buena señal.

Oyó algo en la habitación de Emmaline.

Así que, después de todo, estaba allí.

Había sido duro verla tartamudear y no ser capaz de hacerla sentirse mejor.
Llamó a la puerta que separaba sus habitaciones.

—Estoy escuchándote, Neal. Abre o llamaré a recepción avisando de que estás a punto de suicidarte.

—No me incordies, Harry. —Parecía enfadada.

—¿No se supone que estamos enamorados?

—Ya no. Hemos roto.

—Sí. ¿Por qué has hecho eso? Doce horas más y habrías estado en casa.

—No me gustan las mentiras.

—¿Puedes abrir la puerta? Esto es una estupidez.

—No. Estoy ocupada.

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