Capítulo 12
Las palabras de Antonella se ataron en el corazón de Nicholas, quien al entender que ella ignoraría su sentimiento, comprendió que tenía que poner de su parte para llegar a conquistarla. Aquellos días en que ella le trataba como el señor de aquella propiedad, mientras enseñaba a su hija, le golpeó el corazón como nunca antes nadie lo había hecho.
Ella realmente cumpliría con su promesa.
_ ¿Puedo pasar?_ dijo una tarde al disponerse a entrar a aquella habitación que se había acondicionado como un aula para su hija.
_ Por supuesto, Nicholas…_ dijo Antonella, ocultando su emoción de verlo allí, queriendo tomar su consejo.
_ Espero no estar interrumpiendo algo importante.
_ Acabas de llegar en un buen momento… Sophia estaba por leerme un poco. ¿Te he dicho cuanto ha mejorado su lectura?
_ Realmente… No me acuerdo. Espero que se me perdone por eso.
_ Toma asiento… Serás absuelto si te permites escuchar a tu hija.
Sophia se encontraba algo nerviosa. Miraba a su padre con el temor que había empezado a sentir bajo su presencia. Respiró hondo cuando Antonella le pidió que prosiguiera, ya que lo había estado haciendo bien.
Por primera vez Nicholas se permitía ver a su pequeña hija con otros ojos. Antonella le estaba enseñando a una Sophia que él antes no se había permitido ver. Al mismo tiempo, aquella distancia que él había causado entre ambos, haciendo que su propia hija también le temiera.
¿En quién se había convertido hasta llegar a ser aquel hombre tan insensible?
Aquellas visitas inesperadas se fueron haciendo más frecuentes, que hasta a veces a Antonella la tomaba por sorpresa. Nicholas no le había dicho en ningún momento cuanto le afectaba en verla a ella junto a su pequeña hija. Ni siquiera cuanto le había golpeado aquella unión que se había formado entre las dos. Era un lazo aún más fuerte que el de una simple institutriz con su alumna. Era más bien como dos pequeñas grandes amigas, sin importar la diferencia de edad.
O incluso, sin poderse equivocar, el de una madre e hija.
_ ¿Puedo ayudarte?_ dijo al acercarse a su hija, cuando ella intentaba memorizar algunas de las palabras que había aprendido en francés.
_ ¿Me ayudaría?_ dijo asombrada, sin poder creer que su padre le estuviese ofreciendo su ayuda.
_ Sí… Cuando estuve en Eton aprendí un poco de ese idioma. Puedo defenderme incluso un poco… Aun cuando Antonella es más experta que yo al hablarlo con fluidez.
Antonella le sonrió a Nicholas, apoyando su decisión de ayudar un poco a su hija. Sabía que él lo estaba haciendo de corazón. Y que sus intenciones eran sinceras.
Antonella le miró, sintiéndose tan orgullosa de poder ver a aquel Nicholas que ella misma había conocido tiempo atrás. Aquel Nicholas con un inmenso corazón. Aquel que ella jamás había logrado olvidar, a pesar del tiempo y las mentiras que los había separado.
La felicidad pronto pareció brillar en las vidas de Nicholas y Antonella, ocultándoles el peligro que se avecinaba. La felicidad no sería eterna siempre que existiera alguien como el duque Monaghan, con intenciones de encontrar lo que sentía que era suyo.
Antonella le pertenecía de cierta manera. Y él no se quedaría quieto hasta encontrarla.
No tan solo ella le pertenecía. Sino su cuerpo. Y nadie más que él sería su dueño. Sería el primero en tocarlo y saciar sus antojos y enojo cuando tuviese frente a frente a Antonella. Sin importarle si al encontrarla, lo hiciera antes o después de aquel matrimonio que los uniría para siempre. Volviéndolo su único dueño.
La vida y la felicidad de Antonella y la del propio Nicholas Preston, duque de St. Ives, se encontraba entre un fino hilo, que un mínimo movimiento podía cortar tan fácilmente.
_ ¿Dónde crees que vas?_ le dijo Nicholas al ver que ella salía a caminar sola, en aquella propiedad, mientras los primeros rayos de luz hacían presencia en el cielo.
El corazón se le agrandó en el pecho cuando, al girar hacia donde se encontraba Nicholas, se encontró también con su mirada. Aquellos ojos azules le hicieron ver aún más, lo que ella seguía sintiendo por él, a pesar de mantener aquella distancia con su persona. Todo hasta que él cambiase de actitud con su pequeña niña. Algo que ella había visto que él estaba haciendo, poco a poco, por sus propias iniciativas, sin que ella tuviese nada que ver en cambio.
Su pulso se le desbocó. Como era habitual, Nicholas vestía de forma impecable, pero el atuendo formal no ocultaba de ninguna de las maneras la masculinidad que parecía emanar de él. Por lo que sin querer empezó a recordar la dureza de sus brazos y su pecho mientras la había sujetado, evitando que ella cayera en el suelo, aquel día en que sus caminos se reencontraron.
_ Nicholas... ¡Me has dado un susto de muerte!
_ Te he hecho una pregunta.
_ No he podido seguir durmiendo… Sólo quería caminar y despejar un poco los pensamientos que han discurrido en mi cabeza.
_ ¿Has vuelto a tener pesadillas? ¿Sigues preocupándote innecesariamente?
_ Perdóname por no poder dejar de hacerlo…
_ A veces quisiera saber por qué no dejas de hacerte la fuerte y aceptas la única solución a tus problemas…
_ Eso es muy amable._ respondió, cortante_. Pero conoces mis razones.
_ Estoy intentándolo… ¿Acaso no lo ves?
_ No es suficiente duque de St. Ives…_ le expresó como si le llamara la atención_. Es tu hija y te necesita. Eres todo lo que conoce. Eres su única familia.
_ Me he estado acercando a ella.
_ ¿Y crees que es todo lo que puedes darle?
_ ¿Qué más quieres de mí, Nella?
_ Quiero que ella vea ese Nicholas de quien me enamore siendo una niña. Aquel ser tan dulce que la vida ha corrompido… Y no descansare hasta que consiga que vuelvas a hacer esa persona.
_ ¿Me harás seguir sufriendo, entonces, con tu distancia sabiendo cuanto te amo?
_ Es lo único que te estoy pidiendo como condición. ¿Debo recordarte que está motivada por el más puro de los altruismos? No estaría tranquila al saber que me he casado contigo sin permitir que hagas un cambio por mí.
_ Y mientras tanto, ¿me harás sufrir hasta que aprenda mi propia lección de vida?
_ Sí…_rozó su mejilla derecha con ternura, mientras él la miraba a los ojos.
Sus ojos eran, sin duda alguna, su rasgo más atractivo, pensó distraída. Algo que intentó borrar de su cabeza.
_ Seguiré entonces trabajando… Te lo prometo. ¿Puedo acompañarte en tu paseo matutino?
_ Me encantaría.
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Las lágrimas de un Ángel
Roman d'amourLady Antonella Campbell, hija del marqués de Griffith, no podía concebir la idea de que su padre la comprometiera con un hombre que la veía como un objeto en Venta. Motivada en encontrar lo que más anhela: Su libertad. Decide huir y embarcarse en un...