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Estoy a punto. Lo noto. Me estoy acercando.

— Vamos Ana, rómpete.

Nada más escuchar mi nombre en los labios de Christian, cumplo su deseo y me rompo en mil pedazos. Esto surte el mismo efecto en el, que estalla dentro de mi mientras aprieta con fuerza las esposas que sujetan mis muñecas.

— ¿Qué tal? —Christian se tapa la cara con las manos y trata de recuperar el aliento.

— Como de costumbre, Señor Grey —sonrio mientras miro mis muñecas, aún esposadas al cabecero de la cama.

¿En que momento se ha convertido este en mi estilo de vida? ¿Que me ha echo este hombre?

— ¿Eso es bueno o es malo? —sonrie mientras me libera delicadamente de las esposas.

— ¿Tú que crees? —contesto pícara.

Me observa pensativo.

— Creo que te quiero más cada día.

Ya sé lo que me ha echo este hombre. Me ha dado la vida.

— Vamos a desayunar —lo miro mientras dejo que mis ojos le digan todo lo que siento. No hace falta decir nada. El lo entiende perfectamente y me recompensa con la enorme sonrisa de un Christian perdidamente enamorado. Mientras bajamos hacia la cocina me llega el olor a magdalenas recién hechas. La diosa que hay en mi interior se ha despertado y espera en la mesa con cuchillo y tenedor. La señora Jones está enfrente de la barra de desayuno, poniendo dos tazas de café en ella.

— Señor Grey, Señora Grey. Buenos días.

— Buenos días, Señora Jones —contesto alegremente mientras cogo la goma del pelo de mi ya enrojecida muñeca y me hago una coleta.

— Gail —dice Christian en tono familiar.

Christian está realmente guapo. Lleva unos pantalones negros de chándal, una camiseta ajustada del mismo color, y su habitual pelo revuelto, ahora un poco más largo. Tengo que volver a cortárselo. Ese pensamiento me hace sonreir.

— El sexo te sienta muy bien —me susurra Christian mientras la Señora Jones se retira.

— ¿Cómo? —no puedo evitar sonrojarme.

— Después del sexo estás preciosa, Ana. Esa melena despeinada, esas mejillas aún encendidas, ese brillo en los ojos... y se te hinchan los labios —a medida que va hablando, noto como su voz se vuelve cada vez más ronca.

— Vaya, pues deberías darte las gracias —le digo mientras termino de comer mi magdalena.

— Oh, es... gracias Christian, muchas gracias —dice mientras se premia con besos en las manos.

Además de guapo, es gracioso. Y le quiero. Quiero inmensamente a mi marido.

— Me alegra ver que te quieres tanto -le digo mientras llevo mis manos a su cara y se la acaricio.

Se queda perplejo durante un momento y noto como se tensan los músculos de su mandíbula. Y entonces me doy cuenta de lo que acabo de decir. Oh no, Christian, ¿cuando vas a quererte tanto como yo te quiero?

— Voy a llamar a mi madre para ver como están nuestros pequeños —dice claramente para cambiar de conversación. Me da un beso en la mejilla, y se va. Me quedo sentada en el taburete de la cocina, mientras miro distraídamente como se mueven las agujas del reloj.

<< Nuestros pequeños. >>

Hace ya casi dos meses que he dado a luz, y Ted y Phoebe están en casa de los Grey pasando unos días con ellos. Francamente los hecho de menos, pero la familia de Christian quería disfrutar un poco de sus nietos y los han llevado de vacaciones a Aspen.

<< Nuestros pequeños. >>

Tenemos dos hijos, Christian, fruto de nuestro amor.

<< Nuestros pequeños. >>

En ese momento, me viene a la mente el día en el que le dije a Christian que estaba embarazada. Joder. Se lo tomó peor de lo que yo imaginaba.

<< ¿Te has olvidado de ponerte la inyección? >>

<< Nuestros pequeños. >>

<< ¡Dios, Ana! ¿Cómo puedes ser tan estúpida? >>

<< Nuestros pequeños. >>

<< Quería enseñarte el mundo entero y ahora... ¡Joder! ¡Pañales, vómitos y mierda! >>

<< Nuestros pequeños. >>

Al final todo ha salido bien, ¿te das cuenta, Christian? Antes no sabías si eras capaz de querer a alguien y ahora darías la vida por las tres personas que más quieres en el mundo. Ya no eres el que eras. Te has liberado... ¿verdad?

Christian entra en la cocina e interrumpe mis pensamientos. Oh, Dios. Ha envejecido mil años desde que ha abandonado la cocina, apenas diez minutas atrás. Está pálido. Tiene los ojos rojos y vidriosos. Ha estado llorando. No. No. ¿Qué pasa?

— Chri... —me interrumple antes de que yo pueda decir nada.

— Ven —me dice con apenas un murmullo.

Me acerco a el, cautelosa, e intento adivinar que ha podido pasar en esos diez minutos. ¡Joder! ¿Por qué no habla? ¡Quiero saber que pasa! Estoy nerviosa y preocupada. Pero no digo nada y respeto su silencio, intentando esperar lo más pacientemiente que puedo. Al final habla.

— He hablado con mi madre. Los niños están bien. Todos están bien —se calla y su voz suena tres tonos más bajo de lo habitual.

— ¿Qué pasa Christian? —digo ansiosa.

— Después... —se queda callado y cierra los ojos, intentando reprimir las lágrimas— ...después de llamar a mi madre, mi blackberry sonó. Era Elena. Le cogí el teléfono para decirle que me dejara en paz, que no quería saber nada más de ella, que ya se lo había dicho y que no me gusta repetir las cosas. Pero no era ella quién hablaba. Era su ex marido. Me sorprendió escuchar su voz y entonces me explicó que... —bruscamente, se lleva las manos a la cabeza y empieza a tirarse del pelo— ...¡JODER, JODER, JODER!

Me desencaja completamente ver a mi controlador marido así. Sin ningún tipo control. Como un loco. Y por un momento me asusto.

— ¡Christian! —me abalanzo sobre él y lo envuelvo con un fuerte abrazo, sintiendo que ese abrazo puede solucionar cualquier cosa que pueda estar pasando— Christian, tienes que tranquilizarte. Tranquilo. Estoy aquí, ¿vale?

Por la fuerza con la que lo abrazo, su móvil le resbala de la mano y cae el suelo. Lo cojo rápidamente y vuelvo a abrazarlo. En ese momento, escucho la voz de un hombre. Proviene del móvil. Christian no ha colgado. Escucho lo que el hombre dice.

— Christian, ¿estás ahí? —el hombre llora desconsoladamente—. Sé que es horrible, pero no podemos hacer nada. Lo siento, sé que ella te quería mucho y sé que tú también aunque tuvierais problemas. Espero que vengas. Por favor, ven Christian. Tenemos que darle el último adiós a Elena.

Oh Dios mío. Elena ha muerto.

Cincuenta sombras renacidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora