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Christian está abrazado a mi. Me agarra fuerte y me duelen las costillas. No me importa. Soy como un salvavidas. Soy como una boya en el mar. Y no pienso hundirme.

— Ana... —dice en un intento de hablar.

— Christian, lo siento mucho —mientras noto la humedad de sus lágrimas en el hombro, no puedo evitar pensar que esa mujer que acaba de morir, una vez fue dueña de su corazón. Y entonces me doy cuenta de una cosa: incluso muerta, esa mujer sigue haciendo llorar a mi marido. Y de repente, dejo de sentir pena por ella.

— Sé que nuestra relación no era buena pero... —Christian sacude la cabeza mientras su cara sigue llenándose de lágrimas.

— Esa mujer no se merece tus lagrimas —digo suavemente.

Cuando voy a besarle, se aparta de mi y se queda quieto, mirandome perplejo. En ese momento, me doy cuenta de lo que acabo de decir.

— “Esa mujer”, como tu has dicho, era una persona muy importante para mí.

— Soy consciente de ello, Christian, pero...

— Ana, por favor, lo que menos necesito en este momento es esto —dice mientras nuevas lágrimas comienzan a brotar de sus ojos.

— Christian, no... no quería hacerte sentir mal —digo intentando suavizar mis palabras—. Siento mucho lo que ha pasado. Sé que Elena fue una persona de mucho peso en tu vida, pero también sé todas las noches que has pasado en vela por su fantasma.

— ¿Pero que demonios te pasa? ¡Ella no merecía morir! —grita alzando las manos.

— Yo no he dicho eso —digo nerviosa.

— Es como si lo dijeras. ¿Piensas que no te conozco? Sé exactamente lo que estás pensando en este momento.

— No, no lo sabes. Te crees que...

— Piensas que es mejor que Elena haya muerto. Ahora sabes definitivamente que nunca va a volver a aparecer en mi vida y crees que así mis problemas se van a esfumar y que voy a dejar mis traumas atrás. Bien, ¿te cuenta un secreto? ¡Eso no cambia nada! ¡No cambia ni una jodida cosa de mi! Soy como soy, Ana... —dice mientras intenta en vano tranquilizarse— ...y mis traumas me han acompañado desde hace muchos años. ¡La muerte de Elena no cambia nada... ¡no cambia nada, joder!

— No entiendo porqué la defiendes así ¿Es que... aún sentías algo por ella? —digo confundida.

— Si, Ana, es eso... ¡me has pillado! ¡Aún estaba enamorado de ella, y por eso puse un puto anillo de matrimonio en tu mano! —dice mientras me coge el dedo en donde tengo la alianza.

— ¡Para, Christian, para! ¡No me grites! —digo soltandome.

No me puedo creer lo que está pasando. No me puedo creer que yo salga perdiendo frente a Elena. Y no me puedo creer que Christian me hable así, mientras mira casi con desprecio el anillo de mi dedo. Al darme cuenta, siento el peor dolor que he sentido jamás. Tengo ganas de vomitar y noto que me estoy mareando.

— Mira Ana... voy a ir a correr un rato. Necesito... necesitamos tranquilizarnos un poco.

— No puedes irte, estamos hablando... —digo mientras me acerco a él, arrepentida por mi egoísta comportamiento.

— No, Ana, no estamos hablando. Estamos gritando.

En ese momento, Christian se dirige hacia el sofá, en donde ha dejado sus zapatillas de deporte y se las pone. Cuando acaba, se dirige hacia la puerta con la cabeza baja para evitar que lo vea llorar y la abre, y antes de cerrarla, se queda quieto de espaldas a mi, y yo sé que no sabe que hacer. Y en ese momento, sin volverse, cierra la puerta. Ya sola, me siento en un taburete de la cocina y me quedo mirando el único cuadro que hay en la pared de la cocina ¿Siempre han sido estas paredes tan blancas, tan sin vida, tan tristes? Cuando mis ojos vidriosos consiguen enfocar, me quedo observando detenidamente el cuadro y distingo en la esquina inferior el poema que Christian me escribió la primera noche que pasamos como marido y mujer.

<< Mientras la luna se asome en el cielo nocturno, mientras el sol pase a saludar durante el día, mientras la vida sea vida. Yo seré tuyo. Tú serás mía. >>

En ese momento, me apoyo en los codos mientras empiezo a sollozar, y me pregunto si el poema del cuadro estará en lo cierto. Y por primera vez, dudo.

Cincuenta sombras renacidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora