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— ¿Y te sorprendes? —Christian rie incrédulo.

— No es que me sorprenda, pero esperaba que se portaran mal o que hicieran alguna travesura, al fin y al cabo son niños —contesto mientras termino mi taza de café.

— Los estamos educando bien Ana, no es de extrañar que se comporten así.

— Lo sé, pero siguen siendo niños.

— A lo mejor mi madre te mintió para evitar que los castiguemos cuando vuelvan —Christian sonrie dulcemente mientras hace un ademán a un camarero enclenque para que se acerque— ¿quieres otro café?

— Claro —digo mientras cogo su mano por encima de la mesa y sonrio.

El camarero grita desde la barra haciéndose oír por encima de la muchedumbre.

— Ahora mismo le atiendo, Señor, ¿podría esperar un momento?

Christian se limita a asentir en su dirección. En ese momento, un hombre moreno que pasaba por delante de nuestra mesa nos mira, y al ver a Christian, se para en seco enfrente de nuestra mesa, mirándolo fijamente.

— Tú eres él.

Christian palidece.

— Creo... creo que te has confundido.

El hombre moreno se acerca más.

— Eres él. Ella me dió una corbata igual a la tuya. A todos nos dio la misma —señala su corbata negra con vetas rojas.

— Te estás confundiendo de persona.

— Un hombre con el pelo cobrizo, elegante. Con cierto aire de superioridad y mirada gris descarada. Eres exactamente como dijo. Eres, eres...

En ese momento Christian se levanta, y por un momento creo que le va a pegar.

— Mira, te he dicho que te estás confundiendo de persona, no sé quién demonios crees que soy, pero no soy a quien buscas. Asi que fuera de mi vista —Christian habla con una voz amenazante.

— Yo no te busco. Ojalá nunca te hubiera visto. Ella me llamó por tu nombre una vez. En el cuarto. Yo la quería, pero ella te quería a ti.

— ¡Lárgate! –grita Christian mientras lo coge violentamente por las solapas de la americana y lo empuja con desprecio.

— ¡Christian! —en ese momento me levanto para ponerme en el medio de ellos dos, y lo que veo me alarma. Una mirada colérica. Parece que está fuera de control— ¿pero qué narices crees que haces? ¿quieres hacer el favor de sentarte y tranquilizarte? Y usted —miro al hombre furiosa– váyase de aquí.

En ese momento el hombre sonrie y antes de irse, se acerca un paso a Christian y dice algo mirando su corbata, tan bajo que no puedo escucharlo:

— Las marcas del corazón son peores que las del cinturón, perro.

— ¡Vete de una puta vez o te mato!

Cuando por fin el hombre se ha ido, le lanzo a Christian una mirada de reproche mientras me siento e intento hablar bajo para no llamar aún más la atención.

— ¿Se puede saber que narices ha sido eso? —pregunto enfadada.

Christian hace un inmenso esfuerzo por tranquilizarse y también toma asiento.

— Eso, Ana, ha sido un patán.

— ¡Todo el mundo nos está mirando! ¿A que ha venido este escándalo? ¿Lo conocías?

— Lo siento, Ana. Por Dios, no pretendía montar este escándalo, pero se me ha ido de las manos.

— ¿Lo conocías?

— Es que ha venido y ha empezado...

— ¡Te estoy haciendo una pregunta! ¿Quieres hacer el favor de contestarme?

— Claro... claro que no. Como iba a... era un... estaba borracho. O drogado. O estaba delirando. Debe de ser un hombre con problemas mentales y ha empezado a decir tonterías.

En ese momento llega el camarero enclenque de antes y se disculpa:

— Siento haber tardado tanto, Señor. Hemos tenido que preparar unos cafes y la máquina...

— No te estoy pidiendo que me cuentes tu vida... Steve —dice Christian airoso, mientras mira el cartelito con el nombre del camarero sobre su pecho— ponnos dos tazas de café, y a ver si tardas menos en servirlos que en prepararlos.

Yo bajo la cabeza abochornada por el comportamiento de Christian. En ese momento, el pobre Steve se pone a servirnos café en nuestras tazas, y en un descuido, seguramente provocado por los nervios causados por culpa del neurótico hombre que esta enfrente mía, Steve me derrama el café en el vestido negro.

— Oh Dios mío, Señorita, lo siento mucho —Steve empieza a coger servilletas frenético, hace ademán de limpiarme el regazo con ellas.

— No te preocupes, no pasa nada —tranquilizo al camarero.

— ¿Pero qué coño te pasa? ¡Mira lo que has hecho! ¿Eres retrasado o simplemente has dormido mal?

— Lo sie...

— ¡Cierra el pico, no haces más que pedir perdón! Mira como has puesto mi esposa. ¿Además, que es eso de llamarla Señorita? ¿No ves que está casada? ¿No ves el anillo que hay en su dedo? ¿Acaso también eres ciego? ¿Un ciego retrasado? Claro, pensabas que estaba soltera, por eso ibas con las manos directas a su regazo, ¿querías tirartela o que? Bien, pues esa suerte solo la tengo yo.

— Yo, yo, yo...

— Yo, yo, yo. Joder, ¿también eres tartamudo? Dime, Steve ¿tan difícil es poner un puto café sin derramar nada? ¿Suspendiste la asignatura de servir café correctamente en la Universidad de la cafetera?

— No pretendía... —miro hacia el hombre, y veo que está a punto de llorar.

— No pretendías, y aún así lo hiciste. Vete despidiendote de tu trabajo, porque en este momento quedas despedido. Me encargaré de ello personalmente. Y si piensas que no puedo hacerlo, es que no sabes quién soy yo. Dime, ¿sabes quien soy yo, Steve?

Se acabó.

— El mayor imbécil de este mundo.

En ese momento me levanto, mientras veo la expresión de un Christian totalmente pasmado. No cogo el bolso. No cogo la chaqueta. Solo quiero irme. Al salir por la puerta, veo el letrero violeta de la cafetería. Lovely Grey Café. Al leerlo, no puedo evitar poner los ojos en blanco y darle una patada a la papelera de mi izquiera, mientras echo a andar calle arriba.

Cincuenta sombras renacidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora