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Me despierto sobresaltada por unos golpes en la puerta. Miro el reloj de la cocina. Las 4:30 de la madrugada. Me he quedado dormida en la barra de desayuno de la cocina y entonces me doy cuenta de que Christian no ha vuelto. Con el segundo golpe de la puerta, consigo adivinar quien estará detrás. Me acerco a la entrada y miro por la mirilla. Al ver quien está detrás, suspiro y abro la puerta lentamente.

— ¿Desde cuando hay tantas escaleras en este edificio? He contado cincuenta. O cien. Cuantas escaleras...

Christian huele a bourbon. No, a bourbon no. A whisky. Christian huele a whisky.

— Estás borracho.

— Que observadora, Señora Grey —dice en tono divertido, arqueando una ceja.

— Rectifico. Estás muy borracho.

— Y enamorado. No. Rectifico. Muy enamorado.

Al escuchar eso, no puedo evitar que una sonrisa asome a mis labios. No, Ana, no. Mantente firme.

— Asi que a esto le llamas tú... ¿correr?

— He empezado a correr pero me ha entrado sed, asi que... —dice tratando de vocalizar correctamente. La verdad es que, quitando mi enfado, el espectáculo promete.

— …asi que has decidido beberte tres botellas de Johnnie Walker.

— Cinco botellas. Y era Dalmore del 62, para tu información.

— ¡Vaya, gracias, me quedo mucho más tranquila al saber que te has emborrachado con uno de los mejores whiskies del mundo y no con la bazofia de Johnnie Walker!

— Señor... —Christian se acerca a mi tratando de no caerse— ...¿que buena obra he realizado en la otra vida para merecer una mujer como tú?

— Seguramente has acogido a un perro callejero —le digo sonriendo, incapaz de seguir más tiempo enfadada, mientras también comienzo a acercarme a el.

— Seguramente he acogido a veinte perros callejeros —cuando ya estamos lo suficientemente cerca, pega su nariz a la mia y me rodea la cintura con sus brazos— sino, no me explico esta buena suerte.

— No volvamos a pelear, Christian... —le digo con voz cansada mientras poso mis manos en su cuello.

— Lo siento muchísimo. Dios, no te imaginas cuanto —su aliento invade mis fosas nasales y noto el olor a whisky que sale de su boca. Pero sobretodo, noto el cálido aliento de mi marido en los labios. Siento su nariz pegada a la mia, y a través de sus pestañas, veo sus ojos cada vez más oscuros. Y eso, enciende una chispa en mí. Trato de serenarme.

— No, yo lo siento, he sido muy ego...

Antes de que pueda terminar la frase, Christian apresa mi boca con la suya mientras entrelaza sus manos detras de mi cabeza. En ese momento noto varias cosas. La erección de Christian apretada contra mi ombligo. Mis mejillas calientes. Su risa maliciosa mientras me besa. Deseo. Urgencia. Y me niego a seguir, o eso intento.

— Christian estás... —digo jadeando, cuando consigo separar mi boca de la suya.

— Excitado. No. Rectifico. Muy excitado —me dice con los ojos clavados en mí, mientras empieza a bajar una mano por mi espalda.

— Para, estás... —sigo intentando serenarme con todas mis fuerzas.

— Muy enamorado también, ¿te lo he dicho? —pega la boca a mi oreja y me susurra, mientras su mano continua bajando hasta que roza peligrosamente el punto donde empieza mi culo.

— Christian, hablo enserio, sé que esta... que esta es tu forma de resolver las discusiones y sabes que siempre lo he aceptado pero hoy estás... estás demasiado... —digo sin poder contener mi exciación, mientras miro embobada como coge el dedo índice de mi mano y se lo mete en la boca— ...¿que estás haciendo?

— ¿Te has masturbado hoy? —dice con voz suave mientras me muerde el dedo índice.

— ¿Que? Christian, para... —suplico al saber que si seguimos ese camino, no habrá vuelta atrás.

— ¿Asi que si, eh? —me envuelve el dedo con su lengua.

— Por Dios... —jadeo inconscientemente.

— ¿Ha sido con este dedo?

— Christian... —digo sin ser capaz de pensar.

— Contéstame, Ana –me exige con una voz firme.

— Si —digo cuando ya no puedo aguantar más.

Hay que saber cuando una batalla está perdida.

Cincuenta sombras renacidas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora