Capítulo X

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Una reunión interminable me ocupó hasta las siete de la tarde. Me recriminé el no haber podido zafarme antes de ese compromiso, pero no podía dejarlo pasar. Para tranquilizar mi atormentada mente, me convencí que Carolina no me esperaría. No quería seguir trabajando conmigo. Y la entendía.

Cuando iba saliendo de la oficina de reuniones, Verónica y Adolfo me llamaron. Ya sabía que era algo relacionado con Carolina. Había actuado mal con ella, lo sabía, pero ella no me había dejado opción. Su carácter no era mejor que el mío.

―No puedes tratarla así ―me reprochó Verónica después de reclamar lo del reloj control y lo humillante que era para ella.

―Carolina me orilló a hacerlo. No me deja confiar en ella.

―Ella es honesta, ni siquiera quiso el dinero de locomoción para las entrevistas, otra en su caso, lo hubiese tomado.

―No creo que sea ladrona, pero es muy sarcástica, por lo menos conmigo.

―Estaba muy mal cuando la vi al salir de la oficina.

―¿Se fue?

―Sí, cerca de las seis y media, la encontré en el ascensor.

―¿Seis y media? Eso significa que me esperó… ―medité para mí mismo.

―¡Claro que te esperó! No puede dejar de trabajar.

―¿No puede? ¿O no quiere?

―No puede, no te diré la razón, porque se lo prometí, pero ella necesita este trabajo, no la humilles más.

―¿Me necesita?

―Sí, detrás de esa máscara de mujer fuerte se esconde una tierna muchacha necesitada de ayuda y comprensión.

―Entonces la tendrá ―aseveré con decisión saliendo de allí, si ella necesitaba de mí, no la dejaría en el desamparo. Aunque no quisiera estar conmigo, nada de lo que yo pudiera darle, se lo negaría, si ella estaba mal y a raíz de eso, se comportaba así, entonces, tendría mi comprensión.

Me fui directamente a su casa. Como el edificio era mío, podía entrar a la hora que se me antojara. 

Cuando toqué el timbre, me abrió una acongojada Carolina, tenía sus ojos rojos por el llanto.

―¿Qué está haciendo aquí? ―preguntó molesta.

―Te fuiste ―contesté sabiendo que me había esperado.

―A las seis y media, no iba a seguir esperándolo toda la noche.

―Me retrasé.

―No es mi culpa.

―¿Me vas a dejar pasar?

―Este no es un lugar de trabajo.

No contesté, no quería enojarme, mucho menos al verla así de vulnerable y si era yo el culpable de esas lágrimas...

―¿Cómo entró aquí? ―preguntó sacándome de mis pensamientos.

―Puedo entrar a mi edificio cuando a mí se me plazca ―respondí casi inconscientemente.

―Por supuesto ―replicó molesta.

―Quitaré el reloj control ―informé.

―No ―contestó con celeridad―, no lo haga, no mientras no confíe en mí.

―Carolina... ―No quería volver a lo mismo, a la misma discusión y a sus sarcasmos.

―No, lo prefiero así, es más... formal.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora