Capítulo XVI

443 49 5
                                    

Adolfo entendió que le diría a Carolina que yo no sabía que Jorge era mi hermano hasta antes de ese momento. Querían saber toda la verdad. Y se la dijimos.

Después de explicarle a Verónica quién era ella en las vidas anteriores y, especialmente, en su primera vida, se enfadó mucho, sobre todo por la falta de sinceridad de parte de Adolfo, hombre del que ella estaba enamorada desde hacía mucho tiempo sin atreverse a confesarlo, pero para él estos secretos eran demasiado y sabía que ella no se lo perdonaría jamás y ahora lo estaba comprobando. Ella estaba disgustada y le recriminaba por tardarse tanto tiempo en decirle una cosa como aquella. Ella lo perdonaría, yo estaba seguro de eso, no obstante, él cada vez se sentía más y más abatido, sintiendo que ella jamás podría perdonarle el no haberle dicho aquello tan importante y de tanta trascendencia en su vida.

Finalmente, las mujeres comprendieron lo que estaba ocurriendo y el peligro en el que se encontraban. A raíz de aquello, quedamos de acuerdo en salir del país rumbo a Egipto. Con Adolfo esperábamos que Carolina no estuviera esperando un hijo, de ser así, todos nuestros planes se irían a la basura, porque no asesinaría a mi propio hijo. Aunque, si fuera así, la profecía se cumpliría y los proyectos iniciales serían cumplidos. Pero no quería el costo. No en esta vida. Sin embargo, si venía ese hijo en camino, no podrían dar un paso atrás. No tendríamos nada qué hacer. Ese hijo debía nacer. Y me remordía la conciencia. No debí hacerle el amor aquella noche. Eso era algo que jamás me perdonaría.

Preparamos viaje de inmediato y cuando nos encontrábamos en el avión rumbo a Egipto, las mujeres se veían nerviosas, iban tomadas de las manos, dándose apoyo mutuo. Su mirada de pavor me descomponía tanto como a Adolfo que le rogó a Verónica que no tuviera miedo. Ella se sentía como una delincuente huyendo de la justicia. Y no le gustaba. Le reclamó a Adolfo el no haberle dicho antes todo esto. Él no sabía qué decir.

―Me conoces años, Adolfo, ¡años! ¿Cuántos? ¡Diez o más! Tuviste diez años para decirme esto, cuando me enteré de lo de Benjamín era el momento oportuno. No estaría pasando por esto.

―Tienes razón, Verónica, fui un cobarde y no sabes cuánto lamento esto.

―¿Hay alguna forma de destruir a Damián? ―dijo Carolina para cortar la discusión de nuestra pareja de amigos.

―Solo una y muy peligrosa ―contestó Adolfo sin dejar de mirar a Verónica con gesto culpable.

―¿Cómo? ―insistió mi niña.

―Solamente un mortal puede hacerlo.

―¿Ya?

―Debe degollarlo en luna llena con una daga egipcia.

―Hay que hacerlo ―afirmó con decisión ella.

―¡No! ―grité sin control. No permitiría que arriesgara su vida.

―Escúchame, volvamos, si escapamos ahora, tendremos que hacerlo siempre…como hasta ahora. ―Me tomó la mano mirándome con comprensión y amor. Su mirada me cautivó y quedé prendado de sus ojos.

―¿Y quién lo haría? ―preguntó Verónica nerviosa.

―Yo, por supuesto ―respondió Carolina.

―No, no te arriesgarás ―establecí con decisión.

―Escucha, volvamos, debemos acabar con esto de una vez por todas.

―¿Y si mueres? ―le preguntó Verónica asustada.

―Mis padres serán los que más sufran ―murmuró con tristeza―. De todos modos ya estoy condenada.

―Te protegeré ―afirmé.

―No podrías, Benjamín, según han dicho ustedes, la maldad de Jorge es demasiada y no se detendrá ante nada.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora