Capítulo VIII

509 59 2
                                    

Año 2003 – Chile.

Poco tiempo después, me enteré de los detalles. Rodhon había realizado un hechizo para evitar que Rithana volviera a la vida. Petición hecha por ella misma y por mi hermano. No lo entendía. Estábamos tan bien con ella. Nos amábamos, ella estaba dispuesta a dar su vida por nuestro hijo y a volver para estar conmigo. Sin embargo, de alguna extraña manera, mi hermano le había lavado el cerebro de tal forma que ella no quería volver.

Pero también me enteré de cómo lo había hecho. Él se disfrazó de Damián Lexington, usurpó mi persona y con eso la convenció, por eso ella empezó a temerme, a odiarme y a aborrecer a nuestro hijo. A la misma vez, se le presentaba como él mismo para mostrarle su mejor cara. Para conquistarla y apartarla de mi lado. Por eso me dejó. Había sido engañada. Ella creía que yo era el malo. Él se le presentaba con mi imagen y la maltrataba  mientras yo no estaba con ella. Estúpido yo, que nunca pude darme cuenta. Además, mi hermano podía controlar los sueños. Él ponía el sueño que quería en quien quería. Y mediante ellos, había hecho que Rithana me odiara.

Mi ánimo iba de mal en peor. Ya no tenía sentido la vida. Sin ella no quería seguir viviendo.

Además, la tecnología que avanzaba hacía más difícil pasar desapercibido con la inmortalidad, por ello nos fuimos a un lugar un poco más apartado: Chile.

Iniciando el siglo veintiuno, inicié mi empresa de publicidad. Ya quisiera yo no tener que trabajar. Pero lo que era un don, también era una maldición. Hacer dinero fácilmente me obligaba a buscarlo. Lo único bueno que tenía esto, era que, con el paso de los siglos, había ayudado a mucha gente. Podía compartir lo que tenía sin miedo a quedar en la ruina, eso jamás pasaría.

Pero nada aliviaba el dolor que llevaba dentro. La pérdida de Rithana era algo que no lograba superar. La necesitaba. Estuvimos tan cerca de cumplir el propósito y todo había quedado en nada. Absolutamente nada.

―Quiero pedirte algo. ―Rodhon, Adolfo Bittelman en esta vida, llegó a mi oficina una tarde; a pesar de que estaba Celia, mi secretaria, él habló delante de ella, sabía lo que éramos, aunque no conocía toda la verdad.

―¿Qué cosa? ―inquirí molesto, sin mirarlo.

―Khala… Ella…

―Contrátala ―respondí sin más. Sabía dónde iba eso y no necesitaba recibir más explicaciones.

―¿Te molesta?

―No. ―No levanté la vista.

―Benjamín…

―¡Basta! Ya te dije que puedes contratarla. No voy a cuestionar tus decisiones, si ella está de vuelta y la quieres tener cerca de ti, no lo pondré en entredicho.

―¿Qué te molesta ahora? ―me preguntó violento.

―¿Que qué me molesta? Me molesta que ella esté de vuelta y no haya solución para mi Rithana. Que ella no vuelva nunca más. ¿Cómo crees que me siento?

―Nos tienes a nosotros en tus manos, Benjamín, ni tu hermano ni yo podemos escapar de ti.

―¡¿Y crees que eso me basta?! Contrátala y déjame en paz.

Adolfo se paró y salió de la oficina dejándome malhumorado. Celia llegó a mi escritorio y se sentó frente a mí, con su típica sonrisa. Llevaba trabajando conmigo poco más de un año y ya me conocía bien. Era una de esas mujeres maternales en quienes podías confiar y con quien te sentías seguro.

―Mírame, Benjamín ―me dijo suave.

―Ahora no, Celia ―respondí sin alzar la vista.

―Ahora sí, Benjamín.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora