Capítulo V

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Año 1459 – Arabia.

Una vez más. Yo, un jeque árabe y mi querida Rithana…

La paciencia se me estaba yendo a los pies. Ya no quería seguir luchando, pero no, debía seguir. Mi país lo merecía. Catorce siglos. Catorce vidas. Y hasta ahora, no había conseguido nada. Esperanzas una y otra vez. Pero, al final, todo quedaba en nada.

Y esta vida no prometía ser mejor. Era lo mismo de siempre. De nuevo mi hermano había llegado antes  a la vida de mi mujer. Y otra vez ella se sentía embrujada por él. ¿Qué tenía él que ella no podía resistírsele? Él no podía controlar sus emociones ni sentimientos, no obstante, ella siempre… Siempre se enamoraba de él.

Pero esta vez, ella no se podría resistir, la obligaría a estar conmigo. A como diera lugar.

―Necesito que me traigan a la joven de allí ―ordené mientras paseaba por el pueblo con mi séquito.

―Señor, ¿quiere hablar con ella en público? ―habló el jefe de mis escoltas.

―¡Por supuesto que no! ―respondí, no sería bien visto que yo hablara con una mujer frente a todos―. Quiero que la lleven a mi palacio. Será mi concubina.

―Claro, señor.

No dije nada, simplemente seguí caminando, ella ni siquiera me miró, ni siquiera se fijó que yo pasé por su lado. Maldita Rithana. O como se llame en esta vida.

Por la noche ella me esperaba en mis aposentos. Lista y dispuesta para mí.

―Cómo te llamas. ―Fue mi saludo.

―Esther, señor ―contestó sin alzar la vista.

―Esther… ¿de dónde eres?

―Del norte, señor.

―¿Qué hacías aquí?

―Me vine con mi prometido.

―Prometido… ―repliqué sin pensar―. Sabes que ya no tienes prometido, ¿verdad?

―Sí, señor ―contestó bajando aún más la cara.

―¿Lloras? ―pregunté sin emoción, ya no me importaban sus llantos, catorce vidas estuve preocupado por ella y su respuesta a mis cuidados fue siempre la misma: desencanto y traición.

―Señor, yo no tengo nada, solo a mi prometido, con quien estábamos a punto de casarnos.

―Ya no habrá boda.

Ella levantó la cara y posó su bella mirada en la mía. Cuando me miraba con sus hermosos ojos marrones, no podía resistirme y ahora que los veía húmedos por el llanto… No podía dejarlo así.

―No temas, Esther, todo estará bien. No pasa nada.

Ella mantuvo su mirada en la mía y después de unos cuantos segundos dio dos pasos hacia mí. Ella sabía que no podía hacer eso, según la cultura del lugar, una mujer jamás debía hacer el primer acercamiento. Pero ella estaba dando el primer paso. Posó sus finas manos en mi pecho sin dejar de mirarme. Luego apoyó su cabeza en mi pecho, como oyendo mi corazón, mientras acariciaba mi torso.

―Esther, ¿qué haces? ―pregunté suavemente, yo no estaba controlando sus emociones.

―Lo que usted quiere que haga, ¿o me equivoco? Para esto me mando a llamar.

―¿Por qué lo haces? Acabas de dejar de llorar.

―Porque no lograré nada con resistirme, solo empeoraré las cosas. No puedo hacer nada más que intentar que esto no sea una experiencia horrorosa.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora