Capítulo XVII

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Cuando abrió los ojos, después de lo que me pareció una eternidad, mi alma volvió a mi cuerpo. ¿Por qué mi hermano le daría algo así para matarla, siendo que su fin no era ese? Su fin era acabar con ella, sí, pero después de hacerla mucho sufrir, no de esta manera en la que ella ni siquiera se daría cuenta. Eso estaba muy raro.

Le explicamos lo que ocurrió, pues se despertó confundida y asustada. Buscó mi protección y yo se la di. Sentía que, por fin, todo podría llegar a ser como debió ser desde un principio. Pero me equivoqué.

Se separó de mí y miró la ventana, la miró con tal detenimiento que me dio la impresión que algo estaba viendo. Algo que yo no era capaz de ver. Y cuando le pregunté qué era, no me contestó, sabía que mentía. Intenté convencerla que me dijera, que hablara, podían ser miles de cosas las que pudieran estar ocurriendo afuera. O solo una. Jorge. Mi hermano.

Me molesté, le hablé mal y lo asumo, pero ella me estaba mintiendo descaradamente. No obstante, cuando me confirmó que era a mi hermano a quien ella estaba viendo en el ventanal…

Decidimos que era tiempo de escapar, huir de una vez por todas, ahora que mi hermano sabía que Rithana había vuelto a la vida, su venganza sería peor, según Rodhon, él le había confesado que jamás me dejaría ser feliz, ni con Rithana ni con nadie, pero que ahora que ella estaba de vuelta, su venganza sería peor, me mataría a mí antes que a Rithana, porque yo había visto su muerte en esa última vida, ahora le tocaba a ella verme morir a mí, incluso más… Ella misma me mataría.  Y luego la mataría a ella, haciendo, de esa forma, que ella se diera cuenta del error que había cometido.

¿Realmente sería capaz de hacerlo? ¿Sería tan cruel?

No quería arriesgarme a comprobarlo. Debíamos desaparecer del alcance de mi hermano.

―No podrán huir de mí. ―La voz de Alejandro resonó en el departamento de Carolina y quedé de piedra. Eso significaba solo una cosa: él había entrado a ese lugar. Ahora ya no tendríamos escapatoria. Él nos tenía en sus manos.

―Debemos salir de aquí ―dijo Adolfo conmocionado.

El resto de la velada fue bastante tensa, lamentablemente, ella se enojó conmigo, no entendía que todo lo que hacía, lo hacía por ella.

Por ejemplo, no entendía por qué Verónica sí había recordado sus vidas pasadas y ella no. O por qué a Verónica no le sucedió nada con el veneno de la caja. No era algo simple, ni siquiera nosotros teníamos una respuesta coherente.

Yo quería que ella confiara en mí, pero no lo hacía, no confiaba, prefería creerle a mi hermano. Claro, él no la había golpeado ni maltratado como yo lo había hecho y eso me lo dejó muy en claro cuando se miró su brazo marcado con mi mano. Por más que intentara y le pidiera disculpas, sería muy difícil que ella volviera a confiar en mí.

Esclarecido, en parte, ese asunto, Rithana, mi Carolina, decidió que quería marcharse de la ciudad, volver a su pueblo, como si eso fuera tan fácil, como si eso apartara los riesgos de estar cerca de mi hermano. Ella no estaba entendiendo nada.

En lo que no le pude seguir mintiendo fue en que sabía que Jorge era mi hermano, él se lo había asegurado y no quería seguir mintiéndole. Pero se molestó mucho más, con razón, claro está, pero de todos modos, no me gustaba su enojo. No quería perderla esta vez.

Cuando terminamos de discutir del tema, Adolfo nos indicó que debíamos salir de allí, no era seguro ese lugar para ninguna de las dos mujeres, que cruzaban miradas de complicidad y terror. Era obvio que ambas querían tener la privacidad necesaria para hablar, corroborar datos, buscar la solución y las respuestas a todas estas cosas que estaban sucediendo.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora