Capítulo XI

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Cuando ella volvió después de almuerzo, yo estaba trabajando en la presentación de la empresa “Mares”, algo extraño había, pero no podía concentrarme, pensar en las últimas palabras de Carolina, no me dejaba pensar en nada más.

―Yo... siento lo que dije esta mañana ―se disculpó antes de irse por la tarde.

―Está bien, no te preocupes, prefiero tener claro lo que piensas de mí ―contesté sin querer encontrarme con su mirada.

―Eso lo pensé la primera vez que vi su letra ―aclaró―, cuando las cosas no iban bien entre nosotros.

―No te preocupes.

Se acercó a mi escritorio, parándose a mi lado, sentí ese aroma que me embriagaba.

―¿Qué te parece? ―le pregunté para intentar concentrarme.

―La conversación y esa pareja... siento que no va con lo demás, es... no sé... no es real...

Yo miré la presentación pendiente del diálogo, como ella lo había percibido.

―Yo no sé nada de esto en todo caso ―se justificó sin razón.

Apagué todo, debía hablar urgente con Miguel para cambiar lo que estaba mal.  

―Eres una genio, me salvaste la vida.

―¿Yo?

―Sí, tú..., todos sabíamos que algo no andaba bien, pero no sabíamos qué.

―Yo tuve la misma impresión ―dijo un poco avergonzada, me recordó a la verdadera Rithana.

―¡Genia! ―La besé en la frente con ganas de besarla en los labios, tomé mi maletín y salí de la oficina, anhelando que mi amada Rithana volviera conmigo.

Ya no volví a la oficina.

La siguiente mañana llegué temprano a la oficina, había hablado con los clientes de “Mares” y tenía un almuerzo, les había dicho que iría con mi secretaria, que ella era imprescindible para mi trabajo, dando a entender que ella y yo éramos pareja.

Dieron las nueve y no llegó. Me impacienté, pensé que ya no volvería a trabajar. A las nueve y media la llamé por teléfono. La voz con la que me contestó, me indicó, sin lugar a dudas, que estaba dormida. Sonreí recordando las noches que dormía entre mis brazos.

―¿Todavía duermes?

―Es temprano todavía ―contestó adormilada.

―¿Temprano? ―pregunté feliz.

―¿Qué hora es?

―Las nueve y media ―indiqué divertido.

―¡Maldición! Lo siento mucho, voy en seguida.

―No te preocupes, necesito que almorcemos con unos clientes, ¿puedes?

―¿Conmigo?

―Por supuesto.

―Está bien, lo lamento tanto. ―Me la imaginaba intentando levantarse apenas, refregándose los ojos, para despertar.

―No te preocupes, ya te lo dije.

―Perdón.

―Ponte linda. ―La quería hermosa para mí.

―¿Quiere que le coquetee a sus clientes?

―No, quiero que sientan envidia ―repliqué celoso.

―Mentiroso. Ya, me voy a vestir mejor.

Extraño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora