Capítulos 32 y 33

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Miércoles 26 de septiembre de 2007, 14:01h

Abracadabra

Estoy flipando. Hollidays se ha fugado. Aunque tal vez la palabra más adecuada sería «volatilizado».

            Me acaba de llamar Juan Carlos para contármelo; no quería que me enterara por la prensa, si es que la noticia se filtraba.

Está tan sorprendido como yo. Y muy cabreado. Lo más fuerte es que el asesino estaba en su celda, aislado; ni siquiera había hecho la llamada a la que tenía derecho. Para colmo, la documentación que llevaba en el momento de su captura era falsa y, desde entonces, se había negado a hablar, por lo que no se sabe quién es ni su país de procedencia.

En estos momentos se sigue investigando con absoluta discreción (no conviene que se sepa lo sucedido) al personal de la cárcel y a los reclusos, pero todo parece indicar que ha desaparecido sin ayuda, como por arte de magia o de biribirloque, que decía mi abuela. Abracadabra, y como si nunca hubiera existido…

¿Y si el tipo tuviera poderes? Eso explicaría, además, por qué no aparenta más de cuarenta años a pesar de llevar más de treinta asesinando mientras viaja por los cinco continentes. Pero, si así fuera, ¿por qué se había dejado capturar?

Entonces recordé sus últimas palabras:

«¡No tienes ni idea, idiota! ¡Tengo un seguro! ¡Vendrán a por mí!»

A mí no me aclaraban nada, pero se las repetí a Torga, por si aquello podía ayudar. Lo único que tenían era lo que habían encontrado en la suite donde se había alojado el asesino: dos postales —destinadas a sus futuras víctimas— y una maleta llena de ropa, todo nuevo y comprado en Barcelona (en uno de los bolsillos interiores había todos los tiques), además de la documentación falsa. Era como si aquel individuo hubiera viajado con lo puesto y, una vez en la ciudad, hubiera comprado todo lo que iba a necesitar para pasar la semana. 

En fin… a ver qué pasa. Si descubren algo o lo encuentran, o nos necesitan a Carmen y a mí otra vez, ya nos avisará. Mientras tanto nosotros seguiremos haciendo nuestra parte, aunque estaremos alerta. 

Viernes 28 de septiembre de 2007, 18:25h

Larga distancia

Esta noche pasada Carmen me ha dado un susto de muerte. Ha sido ya de madrugada, mientras regresaba a casa en el bus nocturno.

Había sido una noche tranquila, demasiado. No había dejado de llover ni un minuto y, desde que los relojes marcaron la hora de las brujas, no me crucé con nadie por las calles. Hasta las prostitutas nigerianas de Las Ramblas parecían haberse recogido temprano, así que decidí imitarlas y volver a casa antes de lo habitual.

Sucedió un rato después, mientras estaba medio adormilado en el autobús, disfrutando de la calefacción y acunado por el suave traqueteo que acompañaba al movimiento del vehículo. De repente algo hizo que me desvelara. Miré por la ventanilla y, observando las luces que flotaban en la oscuridad, comprobé que aún faltaban unos pocos kilómetros para mi parada. Mientras me acomodaba para aprovechar los minutos que quedaban sentí un zumbido familiar. Mi mente se despejó al instante y se llenó de preguntas inquietantes, para algunas de las cuales encontré respuesta casi de forma automática: ¿Carmen? No, Carmen no podía ser, me dije. Sus capacidades telequinéticas no llegaban tan lejos. Su radio de acción siempre había sido bastante limitado; la ciudad de Barcelona y el extrarradio. ¿Quién, entonces? ¿Habría otro con sus mismos poderes en la zona donde yo vivía? Eso era posible, pero… ¿cómo había dado conmigo? Yo no tenía poderes, no destacaba como un faro en mitad de la tormenta, nada me diferenciaba del resto de personas que había en kilómetros a la redonda. «¿Será amigo o enemigo?», me pregunté mientras el zumbido persistía y se hacía más intenso, más cercano; el contacto era inminente y yo ya estaba de los nervios.

Entonces me llegó la voz de Carmen y aluciné. Miré por la ventana, pensando que tal vez me había equivocado, que aún debíamos de estar cerca de la ciudad o que ni tan siquiera la habíamos abandonado.

«Soy yo. Y sí, estás cerca de casa», dijo, divertida.

—¿Qué cojones…? —dije en voz alta, sin querer. Por suerte a aquellas alturas del recorrido quedábamos cuatro gatos en el autobús y el exabrupto pasó desapercibido.

Volví a mirar por la ventanilla; estábamos a unos cinco minutos de Mataró. Muy lejos del «límite de influencia» de Carmen.

«¿Cómo lo has hecho?», pregunté, y me pellizqué para asegurarme de que no estaba soñando.

«Si te digo la verdad, no lo sé. Desde el viernes pasado me siento diferente.»

«¿Desde el viernes…? ¿El día que atrapamos a Hollidays

«Eso es. Después de dejar inconsciente al agente que vigilaba en la sala de pruebas sucedió algo que no consigo comprender —Sentí entonces cómo forzaba su mente, intentando en vano poder sumergirse hasta un recuerdo muy profundo, hasta que un sentimiento de decepción brotó en mi dirección —. Lo siento. No puedo.»

«¿No sabes qué pasó?»

«Solo sé que estuve un rato inconsciente; inconsciente del todo, ya me entiendes. En ese lapso tuve una visión algo extraña: unas siluetas humanas, tres creo que eran. Avanzaban hacia mí en silencio cubiertas por las sombras, y a pesar de no poder ver sus rasgos recuerdo que me eran familiares.»

Permanecí en silencio. No conseguía comprender adónde llevaba aquello. Tras un instante de duda, siguió hablando:

«En realidad no sé qué vi ese día, pero creo que está relacionado con el hecho de que ahora pueda estar aquí hablando contigo.»

A continuación me explicó que aquella última semana, a medida que transcurrían los días, se había ido sintiendo más y más fuerte. No sabía qué le estaba pasando, pero todo parecía apuntar a que, al dejar inconsciente a aquel policía llevando sus poderes al límite una vez más, había conseguido derribar algún tipo de barrera que los había estado conteniendo. Se dio cuenta a los tres días cuando, para su sorpresa, leyó por casualidad los pensamientos de Katy, una de las enfermeras que cuidaban de su cuerpo en el hospital; hasta ese día la mente de aquella mujer le había estado vetada. En los días posteriores probó a entrar en todas las mentes con las que se cruzaba en sus «viajes» y, si bien había alguna que aún se le resistía, el número se había reducido significativamente. También de casualidad, descubrió que el radio de acción de sus poderes se había incrementado. Absorta como estaba ante la corriente de pensamiento de un joven artista mientras planeaba sus próximos proyectos, a cuál más extravagante, abandonó la ciudad junto a él y, cuando quiso darse cuenta, estaba a más de veinte kilómetros de distancia. El vértigo que se apoderó de ella durante los primeros segundos fue remplazado por una sensación de libertad como no recordaba haber tenido nunca. A continuación, abandonó la mente del muchacho y se elevó sobre la autopista por la que circulaba ajeno a su presencia. Luego contempló con detenimiento el paisaje que la rodeaba, asombrada. ¿Cuánto hacía que no se alejaba de Barcelona? Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo cansada que estaba de la monotonía de la ciudad, de los edificios grises y de las multitudes.

«Genial —dije cuando terminó su relato, en el mismo instante en que el autobús se detenía en mi parada —. Esto es genial, Carmen.»

«Sí lo es», afirmó ella, y pude sentir cómo su alegría me contagiaba, haciéndome vibrar de puro placer y entusiasmo.

Descendí del vehículo y respiré con agrado el aire de la noche, fresco y húmedo por la lluvia que seguía cayendo de forma persistente. Caminé en dirección a casa mientras nos despedíamos y, antes de romper el contacto, le dije:

«Ya verás, todo esto nos irá de lujo.»

Ella no contestó, pero sentí un leve y agradable cosquilleo antes de que abandonara mi cerebro, que perduró todo lo que quedaba de noche.

Identidades SecretasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora