Capítulo 37

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Miércoles 3 de octubre de 2007, 14:16

Una petición

—Es imposible —dijo Sergio —. Ya no tienes veinte años, Xavi. No lo resistirás. Te lesionarás si no te lo tomas con calma.

—Pues la verdad es que de lo que menos dispongo es de tiempo. Me arriesgaré —dije, mirándole directamente a los ojos. Quería que supiera que iba en serio.

Sergio se removió en la silla y apartó la mirada. Luego se levantó y fue hasta el archivador que había a su espalda, pegado a la pared del fondo del despacho. Dejó reposar la mano derecha sobre la madera oscura y preguntó, mirándome de nuevo:

—¿Si saco el programa y accedo a entrenarte me dirás por qué?

—No —contesté.

—Cojonudo —dijo, y suspirando sacó una carpeta roja del archivador.

Sergio Iborra y yo nos conocemos desde hace casi quince años. La primera vez que nos vimos fue sobre un tatami, enfrentados en la final del campeonato de Cataluña de kárate. A partir de entonces coincidimos en otros campeonatos, pero solo volvimos a luchar el uno contra el otro de forma oficial en otras dos ocasiones.

            Nos hicimos amigos un par de años después, cuando coincidimos al empezar a practicar kickboxing y muay-thai con Chinto «Malas Noticias» Mordillo como maestro. Supongo que el hecho de aprender un nuevo arte marcial de un auténtico campeón del mundo fue lo que hizo que nos tomáramos aquellos días como algo especial e irrepetible, y ayudó a que nuestra anterior relación se convirtiera en una auténtica amistad.

            Años después, cuando se me ocurrió la idea de montar una escuela de artes marciales, no me vino a la cabeza nadie mejor que Sergio para proponerle que fuera mi socio. Y desde entonces hasta hoy. De todas formas, a pesar de llevar tantos años juntos, primero como rivales y luego como amigos y socios, no podía explicarle por qué necesitaba tanto meterme en el Ultimate.

            —¿Cuándo quieres empezar? —preguntó con la mirada fija en las hojas del programa, que iba pasando sin interés. No le hacía falta leerlo, pues se sabía de memoria su contenido tanto como yo; lo habíamos escrito juntos hacía siete años.

            —¿Mañana?

            Sergio levantó la vista, tomó aire y dijo, tras expulsarlo:    

            —Se me ha ocurrido algo —Le miré con curiosidad, arqueando una ceja, pero él se limitó a sonreír —. Mañana te pondré a prueba. Ven a las seis, cuando termino las clases. Sé puntual.

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