// PRÓLOGO //

1.3K 69 2
                                    


El traje de los colores de las películas antiguas eran su hábito, impolutos y planchados, de corte moderno. "El traje es el único vestido que puede permitirse un amante de lo bello", solía recitar a los que se preguntaban de su monotonía al vestir. Los zapatos de piel lustrosa de acabado elegante encajaban en su persona cual anillo al dedo, así como el engominado cabello azabache, que poseía aún sin haber cumplido los veinticinco. Y su rostro, oh su rostro, de facciones armoniosas, de hermosura griega, cautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en éste por miedo a distorsionar la visión.

La primera vez que lo vi estaba esperando a alguien en un banco del parque que circundaba al ayuntamiento. Apoyado en un árbol, introducía los dedos en su bolsillo para extraer de este una cajita metálica negra. Abrió la tapa y sacó un pequeño objeto rosado. Tratando de evitar que se percatara mi desvergonzada mirada, me fijé en lo que parecía un pétalo de rosa enrollado sobre sí mismo.

Alzó la mirada y yo la desvié con disimulo.

Rebuscó en su otro bolsillo y cogió un mechero de su color favorito. Prendió un extremo del pétalo y se lo acercó a los labios. Había tabaco en su interior. Era un cigarrillo.

Exhaló con parsimonia y una nube de humo emergió de su interior. Un humo del color de sus ojos, bellos como rosas e indescifrables como un puzle que no encaja.

Desde el primer momento me ensimismó y se apoderó de mis pensamientos.

ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora