Quedamos otro día, y otro más. Al cuarto me invitó a su casa. No era un niño, sabía que me esperaba tras la puerta de su dormitorio.
Me lanzó a la cama como si fuese un muñeco de paja, se quitó la americana y la colgó de una silla. Se desabotonó la camisa, botón por botón, y me estaba desesperando.
Así que me saqué la mía con rapidez para proseguir con los pantalones, y me quedé casi desnudo delante de su lascivia mirada.
Me aprisionó bajo su musculado cuerpo, pálido, y me besó el cuello. Me besó la comisura y me besó los labios. Y me besó aún más profundamente y más desesperadamente.
Y en el frenesí nuestros miembros se frotaban escondidos entre escasas telas, ansiando ser liberados.
— Gírate— me ordenó con una voz ronca, abrumada por el deseo.
E hice caso como no tenía otra opción ante tal autoritario tono.
Sentí como lamía mi entrada, como introducía un dedo y jugueteaba con ella. Me volvía loco.
Entonces sentí besos húmedos en mi espalda y en mi cuello. Y un agudo dolor.
Grité y gemí, y volví a gritar. Dolía, y a la vez no. Se sentía incómodo pero agradable, de alguna forma retorcida y enrevesada me encantaba. Lo tenía dentro, penetrándome con todo su ser, haciéndole suspirar de placer contra mi nuca.
— Para
Paró. Me volteé.
— Quiero que me veas los ojos— le expliqué.
Me dio un beso casto en los labios y volvió a arremeter tras recolocar su falo en mi entrada. Sus pupilas fijas en las mías, las mías fijas en las suyas. Me mordí el labio mientras soltaba gemidos de dolor, placer y la mezcla de ambos.
Los sonidos emitidos por su boca me hicieron entender que llegaba al éxtasi, aumentó la velocidad para acabar con la respiración sumamente agitada y su rostro encajado entre mi cuello y mi clavícula.
— Tengo que recompensarte— susurró en mi oreja mordiéndola en el acto.
Bajó por mi abdomen dejando un rastro de pisadas moradas.
Solté un agudo gemido cuando introdujo mi pene en su boca. Me masajeó el glande con la lengua y agarré la almohada con fuerza. Respiré hondo cuando sus labios llegaron a la base y recorrieron todo el cuerpo haciendo el vacío.
Se lo sacó de la boca y me miró con sus ojos de tabaco y su media sonrisa. Y volvió al trabajo. Su lengua hacía maravillas. Era un baño de miel directo a mis sentidos.
— Vo-voy a llegar— traté de comunicarle con dificultad.
Con las manos, Cane agarró mis costados con fuerza y deseo, y comenzó a subir y a bajar hasta que mi respiración agitada y esa sensación en el bajo estómago me provocó la muerte y la resurrección, tocar el cielo y volver en unos segundos y vaciar mi ser en su boca.
Alargó la mano hacia la cómoda para coger un pañuelo y limpiarse mientras me sonreía en silencio.
Prendió uno de sus típicos cigarros y le dio una calada. Se estiró de costado y yo también, cara a cara. Me acarició con delicadeza el rostro. Le pegó otra calada.
— Me estoy acostumbrando a ti— me di cuenta de lo que había dicho y me arrepentí al instante.
Pero él se acercó a mis labios y me beso, para, a dos centímetros de ellos, susurrar un grácil "yo también".
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Él
RomanceCautivaba hasta a las moscas, que no osaban posarse en él por miedo a distorsionar la visión. Desde el primer momento Cane me hipnotizó, y tiró de mi hasta que caí en su precipicio, oscuro, profundo. Porque cuando compras un viaje a sus ojos de taba...